ERP/N.Peñaherrera. Esta semana, mientras coordinábamos unas intervenciones, una de las personas que trabaja conmigo se entrevistó con el director de una escuela en algún lugar del valle del Chira.
El docente se comportó hoscamente, autosuficientemente, como mirando por sobre el hombro… una actitud verdaderamente ridícula si lo que se trata es de establecer quién es la autoridad en esa especie de feudo.
Por cierto, no sé en qué manual le dicen a los directores y las directoras que se comporten así, porque no es el único caso con el que nos hemos topado. UGEL, ya estás avisada. Sigamos.
Durante la tensa conversación, el docente trató en todo momento de establecer que su modo de abordar los problemas de la escuela era el non-plus-ultra del sistema escolar.
A continuación, cual largo pergamino medieval, desenrolló dos páginas de temas que la escuela estaba interesada en resolver y que podrían resumirse en: nos llevamos mal entre colegas, nos llevamos mal con los y las estudiantes, nos llevamos mal con padres y madres, nos llevamos mal con la comunidad, todo el mundo se lleva mal entre sí, hay violencia a granel y ya tenemos adicciones.
Para coronar el helado, la escuela se ha señalado como objetivo “controlar el autoestima”.
No, no leíste mal, yo mismo pregunté varias veces para asegurarme que leía y que escuchaba bien, pero así lo pusieron en el papel.
Cuando comenté lo del autoestima a un experimentado especialista se rió del ‘análisis docente’, que, según nos contaron, es fruto de un profundo estudio en la localidad. Y es que cualquiera que estudió ciencias sociales sabe que el autoestima, es decir la autovaloración o el amor propio, no se controla sino que se educa y se potencia mas bien.
Sobre las relaciones resquebrajadas con todo y con todos y todas, a pesar del puchero de mi compañera, le dije que era chamba para psicoterapeutas (y personal médico calificado).
Cuando la salud mental está demasiado resquebrajada, el cariño solo da fe, pero la medicina viene de la mano de gente experimentada que hábilmente ponga en vereda hasta a las lagartijas que corren por el arenal circundante.
El gobierno peruano sigue pavoneándose (bueno, tiene que ver con cierto famosillo que ostenta el apellido) de que tenemos el clima para las inversiones más espectaculares del continente, pero lo que no dice es que la mano de obra que entrega (si es que la entrega) ya viene con una carga de salud mental altamente resquebrajada.
Sería bueno saber si el decrecimiento que ha comenzado a experimentar el país, y que pronosticamos en esta columna hace más de un año, acaso está directamente relacionado con ese deterioro. La lógica es simple: si la gente tiene su cabeza mal, ¿está en condiciones de ser internacionalmente competitiva en cualquier puesto de trabajo?
Y la salud mental tiene impacto directo en la salud física, al punto que la daña: el alcoholismo, la drogadicción, los embarazos no deseados, condiciones de salud crónica… en fin, todas son consecuencias de ese desequilibrio que nace de nuestra voluntad y nuestras emociones, y que termina fulminando nuestra propia vida, sin opción a trascender.
¿Es esa la visión-país?
No es malo identificar el mal; lo malo es creerse inmune al mal, y adoptar poses que nada contribuyen a iniciar un proceso urgente de curación, como la pose de señor feudal del docente de mi relato.
Una cosa es autoestima, pero otra distinta es soberbia… claro, si es que aún se cree que ‘controlarla’ es posible.
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