ERP/N.Peñaherrera. Alguna lección tenemos que sacar de lo ocurrido este domingo en el mercadillo de Sullana, mientras esperamos que la investigación oficial –o sea, la de las autoridades- establezca la causa del incendio.
Sin ánimo de escupir al cielo, ni de lanzar algo para rellenar texto, hay una culpa comunitaria en el hecho y es nuestra falta de precaución.
Claro, dirás, pero si eso ya se sabía. ¡Y ese es el problema!
A pesar que ya sabíamos que estábamos acumulándole potencia a esa bomba de tiempo (por casi tres décadas), ni la ciudadanía hizo lo posible por parar la reacción en cadena, ya que ahí se compra baratito, ni las autoridades tuvieron la suficiente dureza para aplicar correctivos mucho más eficaces.
Y ojo, creo que la culpa es de la ciudadanía en este caso. Ódienme, pero tengo razones evidentes para afirmarlo sin dudar.
Desde el lugar donde vivo y trabajo, si escucho cuatro sirenas de bomberos a la semana es poquito, y todas con dirección hacia el límite oeste de la ciudad.
Hace dos semanas tuvimos un incendio en Nuevo Porvenir causado porque a alguien, sin el más mínimo seso, se le ocurrió quemar basura justo dentro de una casa hecha con materiales muy frágiles y altamente inflamables.
¿Culpa de la autoridad? Perdón. Lo dudo.
¿Cuántos vecinos y cuántas vecinas (como la que vive al costado de mi casa( han recibido multas fuertes (al diablo si se endeudan de por vida( por hacer uso indebido del fuego, amén de la denuncia penal?
¿Cuántos vecinos y cuántas vecinas han recibido multas por uso indebido de la electricidad (como el de la esquina de mi calle, que tiene un ruidoso taller) han recibido multas por el riesgo que representan para ellos y ellas, comenzando, y para la gente que les rodea?
Cierto es que las autoridades tienen su parte en la culpa y deben responder por eso, aunque la noche del domingo un regidor oficialista no me respondió ni en Morse sobre el tema; pero también es cierto que, si sabemos que nuestras autoridades son inútiles, es suicidio que creemos las condiciones para que un riesgo mínimo se convierta en un riesgo mortal.
Si lo podemos evitar, hagámoslo; no esperemos que lo hagan por nosotros. Se supone que ya aprendimos a limpiarnos el trasero hace mucho. Se supone.
Ahora, tenemos una oportunidad para mirar en nuestros entornos y reflexionar si estamos aumentando el riesgo, y qué podemos hacer para minimizarlo.
Sí podemos. No esperemos. Actuemos.
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