ERP. Y mientras la respuesta oficial a la probable escasez de comida sigue siendo incierta o poco clara, creo que es momento en que la ciudadanía afronte el problema con mucha resiliencia. Esto no significa que se resigne a esperar lo peor sino que tenga varias cartas bajo la manga, de tal manera que si viene no nos halle con la guardia baja. Por lo pronto, una de las formas más eficaces y creativas que hace mucho rato debimos aplicar es el autoconsumo.
Por Nelson Peñaherrera Castillo
Pero antes, expliquemos por qué tenemos una crisis alimentaria, y gracias por la pregunta a mi amigo José Panta, en Bellavista. El asunto se explica recordando la ley de oferta y demanda, consistente en que en tanto tengamos algo para dar siempre habrá quien lo reciba, del mismo modo que si alguien necesita algo y podemos brindárselo, entonces sucede una especie de ‘click’ llamado transacción: te doy en la medida que tú me das. Por favor, no confundir con el famoso ‘dame que te doy’. Ejem. Digo, sigamos.
Cuando hay mucha oferta y poca demanda, lo lógico es que yo te facilite la manera de obtener mi mercancía porque no me conviene tenerla estancada. La mercancía, quiero decir. Lo equilibrado sería que conforme tú necesitas, yo tengo lo que necesitas, así ambos satisfacemos nuestros roles de proveedor y cliente.
El problema es cuando la cosa va al otro extremo: poca oferta y mucha demanda. Al haber poca mercancía y demasiado comprador, mis opciones serían mantenerle el mismo precio y todo mi inventario vuela, especialmente si es pollo; pero, cuando se acabe, ¿qué te ofrezco? ¿Debo quedarme en pausa esperando a que me llegue el próximo suministro? Menudo dilema.
Cuando hay esta situación, lo que suelen hacer los proveedores es aumentar el precio, y de ese modo restringen las oportunidades de compra, pero no se desabastecen de su mercancía tan rápido. En teoría, esto les da tiempo hasta que llegue el siguiente suministro. No tiene que ver con legalidad o ilegalidad; es un comportamiento casi automático. No es lo ideal, pero sucede, y éste es el escenario que estamos viviendo en la actualidad.
Ahora bien, ¿qué te toca como usuario o consumidor? ¿esperar a que bajen los precios o aplicar un plan B urgente porque tienes necesidades por satisfacer? Dicho en otras palabras, si falta comida, no vas a esperar al día de ‘san blando’ a que bajen los precios… pero sí podrías presionar muy elegantemente a que éstos se desplomen. Ahí es donde entra el autoconsumo.
El término no se refiere a utilizar más tu carro, o quizás sí, si lo ves como negocio y tu auto no se mueve con combustibles fósiles, ni programar desayuno, almuerzo o cena dentro de tu carcacha. El autoconsumo alude a los recursos que tenemos para generar en casa, o donde nos toque vivir, todo lo necesario para vivir, precisamente, cortando la dependencia voluntaria o involuntaria de algún proveedor externo.
Para el caso de la crisis alimentaria, me parece que la alternativa resiliente (que es capaz de convertir lo aparentemente negativo en objetivamente positivo) es aplicar una práctica que la tenían nuestros abuelos y nuestras abuelas: cultívalo en casa.
Aunque esta idea no será del agrado de los y las comerciantes, pero mientras vivamos en una economía de libre mercado es perfectamente legal, lo que debimos hacer ya buen tiempo atrás es convertir nuestros jardines, trastos o hasta maceteros en recipientes para cultivar nuestra comida. Algunas hortalizas, tubérculos y frutas pueden crecer y producir perfectamente hasta en sacos de yute que nadie utilice y que tengan la proporción exacta de tierra con nutrientes.
De ese modo, tenemos alimentos casi a costo cero y encima con un alto grado de inocuidad, ergo bajo impacto negativo en la salud humana y el medio ambiente debido a que es una producción eminentemente orgánica. Dicho sea de paso que en lo que voy hablando con algunas personas (gracias, Martín Madrid por la charla), por lo menos los suelos que hay en el área metropolitana de Sullana –arenoso en la parte oeste, franco arcilloso en la parte este—son idóneos para que convirtamos los espacios libres de la casa en huertos.
Claro que como me dijo un cocinero profesional (gracias José Panta por la conversación), ¿y qué hacemos con la carne? Quizás no podamos meter una vaca o una piara de cabras en nuestro hogar, aunque sí aves de corral, pero al menos ya compensamos la sección guarniciones. Quizás tengamos que bajarle al arroz, pero nadie se ha muerto por dejar de comer mucho arroz hasta donde sabemos, y nuestros suelos y nuestros climas son benditos para lograr una variedad de productos alimenticios que harán nuestros menúes muy nutritivos y además sabrosos.
Incluso podríamos regresar a la experiencia del trueque. Ya sabes: “vecino, ¿le cambio unas ramitas de albahaca por unos ajíes que acabo de cosechar?”. Y del otro lado, ”vecina, no tengo ajíes, pero tengo unos rabanitos que le van a encantar”. Solo imagínenlo. Hasta estaríamos volviendo a urdir ese tejido social que hemos perdido un poco, en el que nadie se integra con nadie, seríamos una comunidad, tendríamos tiempo de dialogar… y seríamos menos propensos a que nos dividan, algo en lo que la política ha tenido éxito.
Por cierto, este modelo de consumo independiente no figura en ninguna campaña electoral. Es más: sede buena fuente que ni siquiera hay planes de gobierno, así que ahí les paso una idea que tampoco es creación mía. En Medellín, Colombia, hace ya varias décadas que los municipios tienen oficinas especiales donde la ciudadanía puede conseguir semillas de plantas o flores y sembrarlas en casa. De ese modo, no solo se fomenta el autoconsumo; también los gobiernos locales marcan una diferencia positiva en favor de la salud mental de su gente porque tanto la horticultura como la jardinería relajan a un nivel similar o superior al de la yoga o la meditación.
Por supuesto que esta alternativa pone al consummismo muy aparte, pero si las tiendas se ponen creativas, podrían entrarle al mercado de las semillas, los abonos naturales, los sistemas de riego tecnificado adaptado a entornos caseros. En fin. El chiste es reinventarse y no darle la otra mejilla a la crisis. Perdóname, Jesucristo, pero aquí esta vieja prédica tuya no aplica en absoluto.
en cuanto a los medios, no sé cómo adaptarán sus contenidos para ser parte de esta movida, pero en lo que a mí respecta sí voy a dedicarle tiempo y esfuerzo a explorar historias en las que se demuestre que el autoconsumo sí es una respuesta eficaz y eficiente contra la crisis alimentaria, la crisis de fertilizantes… y hasta la crisis de combustibles. Ya tengo candidatos para cubrirlos y tengo algunas personas que me ayudarán a darle perspectiva científica a la historia, que de entusiasmo puro no vive el ser humano sino de razones que sustenten la bondad de la idea. Pensemos en que si le funcionó a nuestros abuelos y nuestras abuelas, con menos tecnología disponible, ¿por qué no podría funcionarnos a quienes estamos inmersos en el mundo de la internet de las cosas? Basta reprogramar un poquito nuestro chip (sic).
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