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Mar, Abr

Su amor propio sí debería importarnos, y mucho

Nelson Peñaherrera
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ERP. Cuando llegué a practicar a RPP en enero de 1996, una de las primeras personas a las que conocí fue Dora Garrido, entonces productora de la primera edición de “la Rotativa del Aire”. Llegó a ser una de mis jefas cuando pasé a ser colaborador a mediados de 1998. Aquel año, la radio estaba en el sétimo piso de un céntrico edificio en Santa Beatriz, el barrio de las telecomunicaciones del Cercado de Lima; todavía no estaba en su sede actual de San Isidro.

Por Nelson Peñaherrera Castillo

Cuando yo llegaba a eso de las ocho de la mañana, casi siempre coincidía con Dora al momento en que se mudaba de la sala de noticias, donde estaba desde las cinco de la madrugada, a la sala de producción, donde se quedaba el resto de la mañana coordinando notas y entrevistas para la edición del día siguiente. El viaje le tomaba ir por un pasillo de unos diez o doce metros, que incluía pasar por la puerta de la oficina del emblemático Miguel Humberto Aguirre “Mihua”.

La mudanza de Dora no era en solitario. Siempre acarreaba su silla sobre la que iban sus agendas, cuadernos, recortes, periódicos, lapiceros, cartera --¿mencioné que era 1996?—y una bolsa con uno o medio kilo de uvas, que parecía ser su desayuno. Me dio confianza de inmediato, así que siempre que me cruzaba con ella en esa andanza, solía bromearla: “Feliz Año Nuevo, Dora”. Ella me sonreía y le encantaba conversar conmigo; además, me aconsejaba mucho.
Cierto día una compañera de mi promoción decidió cortar sus prácticas donde estaba y me llamó expresamente para ver si podía completarlas en RPP. Hablé con Mihua, hicieron el trámite con la universidad y la admitieron. No diré nombres pero basta saber que es la hija de un conocido político piurano y parte de una de las familias más emblemáticas del departamento.

Apenas se integró al equipo (no recuerdo cuál, pero se integró al equipo), Dora la perfiló y le cayó en gracia. Un día, cuando estábamos descansando y conversando entre ambos, Dora me preguntó si la familia de mi compañera era de buena posición económica. Le dije que sí, y le conté la historia. Entonces, me dijo algo que me quedó como una de mis tantas lecciones de vida: “¿Sabes, Nelsiton? Fíjate que esa chica con toda la plata que tiene se comporta como una más, bien sencilla, humilde y alegre”.

No fui consciente de ello hasta que me lo dijo, y la verdad es que esta compañera se comportaba así todo el santo tiempo; es más, era una de las chacoteras de la promoción. Se lo indiqué a Dora, y ella intuyó (porque me lo dijo) que la familia de mi amiga la había educado a valorarse no por su plata sino por su potencial personal. Dicho sea de paso, mi compañera de promoción era una de las mejores amigas de una prima hermana con la que había estudiado la secundaria en la ciudad de Piura.

El caso es que esa percepción de Dora activó algo en mi cerebro que dos décadas y media después aprendí se llama ‘conciencia plena’, y cada vez que he conocido a personas con cierta posición económica acomodada y he visto el mismo patrón de conducta, de inmediato mi cerebro se refiere a esa conversación de 1996 en Lima, y es cierto. Me ha tocado trabajar con gente así y ha resultado ser la más ‘barrio’ que puedan imaginar, y hasta ahora podemos hacer equipo con mucha facilidad.

Obviamente que no es un factor diferencial que si tienes mucha plata automáticamente te vas a comportar de una forma sencilla, empática y sudando con el resto de la gente al mismo nivel. También hay los de-plata que pisan huevos y con los que uno solo quisiera estar un nanosegundo porque son antipáticos. Entonces, no es la plata lo que hace al monje, sino una educación que se ha concentrado en formar algo llamado autoestima, amor propio, autopercepción positiva, valorarse en buena ley.

Y ese autoestima es el que no importa si tienes mucho o poco, si eres de aquí o de allá, si estás completo o te falta algo, en fin pensemos en todas las variables que diferencian a los seres humanos, hace que tú seas tú todo el tiempo en todo lugar y con cualquier tipo de persona. Quien te acepte, chévere; quien no, piña.

Justo ahora que estamos ya calentando motores para la próxima campaña electoral, la municipal y regional, me pregunto cuántas de las opciones que van a revolotearnos mendigando un voto, antes que una imagen hábilmente construida por un buen o una buena publicista, son un autoestima andando. Pareciera que ese factor no importara, pero miremos el espectro de las opciones políticas existentes aunque no estén oficialmente inscritas, o las que ya están en funciones.

Sí, sé que estoy redundando en este tema, pero a mí particularmente me resulta clave puesto que en un país con una salud mental deteriorada, y no tanto por la pandemia, que en todo caso contribuyó a resquebrajar más nuestros males, sí resulta prioritario que tengamos un perfil psiquiátrico, al menos psicológico, de las personas que nos gobiernan o que aspiran a gobernarnos.

Comencemos con el líder de nuestra nación que es incapaz de sostener un discurso uniforme dependiendo del entorno que lo rodee, y no me refiero a adecuar el nivel del discurso sino a mantener el fondo del discurso, o peor aún de las formas, que va a levantarle la voz a la gente más desposeída pero se comporta como gatito sobón cuando se halla entre perfiles, digamos, de peso. Un sujeto que tiene una marcada urbanofobia, que le huye olímpicamente a los medios porque evidentemente no puede sostener una conversación (lo que evidenciaría una sociopatía), y encima con convicciones que se deshacen ante un buen fajo de prebendas. Ahí no existe ningún autoestima.

Y aquí el punto no es si no nació en cuna de oro o sí. El punto es cómo lo educaron para que aprenda a valorarse por sí mismo sin importar si viste seda y encaje o si de pronto no le queda otra que andar con una mano adelante y otra atrás porque no tiene nada para cubrirse. Ése no es el punto aquí.

El punto es cuánto cree que vale y cómo lo proyecta, y cómo eso le permite ganar peso específico que le deja parar firme para conseguir autoridad, que, como no me cansaré de decir, no es cuántas órdenes por minuto dé, sino cuánta consistencia entre lo que dice y hace existe al punto que su ejemplo arrastra naturalmente al resto para hacer las cosas bien o mal. Digo, los malos ejemplos también existen.

Y cuando hablamos de política, a mí me parece que el autoestima sí cuenta y cuenta demasiado, especialmente en estos tiempos de sobreinformación y sobreexposición. Pasa desde la fortaleza de tus convicciones, la coherencia de tus decires y actuares, hasta la manera cómo te comportes en tus entornos más íntimos que se proyectan con mucha naturalidad en los espacios más públicos; en fin, es todo un universo personal sobre el que van a basarse las vidas de millones de personas. A esos niveles estamos hablando.

Quiero reiterarte mi invitación para que consideremos analizar este aspecto de nuestros políticos y nuestras políticas, y lo tengamos presente en la reflexión que hagamos antes de tomar decisiones. Pero, antes de saltar a este círculo más público, revisemos si nosotros y nosotras tenemos un autoestima bien cimentado. Si no, va a ser humanamente imposible que tomemos una decisión que mejore nuestras vidas, y no hablo de que te den una chamba o un bono, sino de que genere bienestar para que construyamos nuestra libertad y prosperidad: bien común.

A ver si los expertos en autoestima nos ayudan a tener una serie de ‘tips’ para que hagamos nuestros diagnósticos cada vez que veamos o escuchemos a algún político o aspirante a serlo, porque si algo puede jurar la Psicología es que nuestra personalidad comienza a estar bajo la lupa desde el primer segundo en que abrimos nuestra boca.

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Diario El Regional de Piura

 

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