ERP. El Día Internacional de la Mujer 2021 nos encuentra demasiado distraídos, y yo diría que más distraídos que distraídas, por la pandemia y ese menjunje llamado campaña electoral peruana. Y la verdad es que esta crisis ha acentuado los problemas que la mujer solía afrontar con relativa visibilidad antes que se decretaran cuarentenas y toques de queda: deterioro laboral y violencia de género.
Por Nelson Peñaherrera Castillo
La Covid-19 también ha afectado a las mujeres, pero su maravillosa anatomía y fisiología, y quizás su estilo de vida, las ha puesto mal, incluso necesitando cuidado intensivo; sin embargo, eventualmente han sobrevivido mucho mejor que los varones, tanto en recuperaciones como en fallecimientos en una proporción conservadora de 2 a 1 siempre a favor de ellas.
Pero esa ventaja clínica no se refleja no tanto en una ventaja social sino en un ambiente equitativo, que sigue recibiendo ataques arteros especialmente de esa campaña electoral con sabor a chicha de sobre y aspartame en lugar de chancaca, máxime si una candidata en una de las fórmulas presidenciales pretende rebobinar el rol de la mujer a etapas cavernarias, o mesozoicas peor aún…
El problema es que el escenario que toca a las mujeres en un contexto de pandemia no tiene nada de comedia sino de drama. Muchas han tenido que abandonar sus empleos o ser removidas de ellos, o tener que hacerlo desde casa donde ahora trabajan triple: el espacio, la familia y el puesto laboral. Digo, a ver hazte esa de ejecutar tres cosas de naturaleza no relacionada al mismo tiempo, y hablamos.
Los agresores de género
Y es en estos ambientes domésticos donde las mujeres que han estado ya expuestas a entornos violentos se han expuesto mucho más: abuso físico, abuso psicológico, abuso económico, abuso sexual. Y la misma situación de vulnerabilidad para sus hijas e hijos, o quienes la acompañen dentro del recinto donde se debía guardar el aislamiento social cuasiobligatorio. La agresión nunca estuvo de cuarentena, y los riesgos, especialmente el de morir a manos de su agresor, se han incrementado.
Si bien las autoridades del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, en especial el programa Línea 100, nunca han descansado, se han enfrentado a las exactas mismas dificultades que en la antigua normalidad, especialmente el maltrato con comentarios editoriales estúpidamente misóginos del o la policía (sí, también las hay) que toma la denuncia.
¿Ejemplo típico? Todavía hay uniformados y uniformadas con tales taras que ante un golpe, un corte, o un insulto, un grado de precariedad o una violación, siguen lanzando esos sonsonetes (más sonsos que netes) de “seguro no te has portado bien con tu marido”, o “no lo molestes cuando llegue borracho”, o “tranquila, ya se le pasará”.
Se supone que el gobierno ya tiene un protocolo que ante estas idioteces de uniforme, manda al efectivo a su casita despedido, especialmente si es el comisario. ¿Cuánto se ha aplicado esta ley? Pero más aún, ¿cuánto se incluye la equidad e igualdad de género en la formación de valores de estos operadores de justicia en primera línea? Ahí tenemos una asignatura pendiente aún. Sí, mencioné la palabra prohibida para la candidatura prehistórica; pero más que cuestión de gustos, es cuestión de dar a cada quien lo que le corresponde.
Y dicho esto que está en los fueros del Ministerio del Interior, ¿cómo está el nivel de sensibilidad en el resto de operadores si acaso la situación salta al Ministerio Público, que depende de la Fiscalía de la Nación, o del Poder Judicial, que depende de si mismo porque tiene autonomía? Si una mujer agredida siente que estas instancias piensan igual o peor que esa mujer que quiere ser vicepresidenta de este país, preferirá no hacer nada porque nadie ni la respalda, ni la defiende, ni menos la protege.
No nos olvidemos en este momento que incluso un fiscal en Ica se rehusó a atender una denuncia por abuso sexual acusando a una supuesta conspiración global detrás de la pandemia que no le permitía realizar alguna diligencia. Por lo tanto, no estamos hablando de inventos; desgraciadamente pasa en el Perú.
Los empleadores
Ahora bien, si el entorno no es violento pero sí estresante por la triple carga que les hablaba más arriba, ¿cuán sensibles han sido los empleadores para permitir que su trabajadora (odio el término ‘colaboradora’) pueda organizar su tiempo con flexibilidad, en caso su puesto se lo permita? Y cuando hay abusos, ¿realmente la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral funciona (especialmente si el caso lo toma un inspector antes que una inspectora)? Ahí el gobierno de transición y emergencia nacional tiene mucho que responder.
Las campañas terroristas (vestidas de piedad)
Mientras tanto yo siento que las campañas políticas no están abordando este tema en su dimensión justa sino que, o van a los extremos pre-glaciación del partido que pretende lanzar desde una azotea a la mujer que decida su muerte digna, o usan una rara y hasta morbosa alusión a la violencia intrafamiliar como la candidata que promete exaltar la ‘mano dura’ como valor cívico.
Sí, hablemos claro: esa segunda campaña lo que nos dice es que normalicemos la violencia de género y convirtámosla en una política de gobierno. Por cierto, ese spot de “virus, te vamos a acorralar” es una verdadera tontería desde el punto de vista científico. Regresemos al punto. Y como resulta que Perú es un país de abusos, los agresores “tienen luz verde”, y las víctimas que normalizan los círculos de la violencia creen que “así debe ser”. ¡Qué forma para más tóxica de conseguir un voto, caray!
Y esto no me lo contaron, no lo supongo, no es teoría sociológica. La última campaña me mostró que la candidatura que más prometía traerse al subsuelo nuestros derechos civiles era la más fanáticamente apoyada por quienes nos exigen esos mismos derechos civiles. O sea, un más-me-pegas-más-te-quiero electoral. Así mismito.
Por cierto, esa campaña no defraudó: hizo cientos de intentos por destrozar tales derechos civiles desde el Congreso. De no ser por la fuerza de choque que se hizo desde la opinión pública, la Santa Inquisición hace rato hubiese sido restablecida. Bueno, si de una de las candidaturas dependiera, casi todo el Perú debería ser una teocracia.
Yo me prometí no usar ni mis redes sociales ni este espacio para influir en tu intención de voto, pero honestamente, y guardando coherencia con el respeto a la mujer, al menos estas dos opciones son las que yo descarto en primera y sin derecho a reconsideración. ¿Por qué? Porque a la violencia no se le debe ceder un solo ápice.
Ya bastante hemos luchado contra ella para concederle nada. ¡Caray! ¡hasta hemos perdido a mujeres de nuestro entorno por pensar que eso es normal! Entonces, definitivamente, yo pasaría de largo esos dos recuadritos. Pero, ¿y las otras campañas?
Solo decir que respetan a la mujer y bla bla bla no basta. Hay que mostrar actitudes más allá de las que la ley exige para no ser sacados de carrera; hay que hacer las cosas porque realmente las campañas sienten que las mujeres no ocupan un lugar más, una cuota, sino que son socias claves e ineludibles de todos los esfuerzos de desarrollo nacional y global, no porque suene bonito, sino porque es la realidad pura y dura: por cada varón que progresa, una mujer que progresa también… y en toooooodas sus dimensiones.
A eso se llama actitud, y es precisamente lo que andamos carentes en todos los términos, y que desgraciadamente la política peruana nos sigue acentuando. Quizás por eso la hallamos vacía, inútil, innecesaria.
Dicho esto, queda claro que en los tiempos actuales, aquí y ahora, ya no es la política la respuesta a nuestras cuestiones fundamentales de vida, sociedad, cultura y progreso; mejor dicho, no esa política que nos pretenden vender, sino una nueva en la que nos sintamos parte activa.
Y en esa perspectiva, una nueva agenda que provea a las mujeres todas, absolutamente todas las herramientas para vivir, aprender, crear y progresar. ¡ése es el sentido de este Día Internacional! Se trata de construir un nuevo paradigma desde lo que se llama humanidad, y cuando nos paramos en esa base, todo tiene lógica. Llegó la hora de tomar ese poder, juntos y juntas.
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