ERP. El domingo pasado, mientras mis papás cambiaban de canal, se toparon con un divertido documental sobre la Fiesta de los Negritos de la ciudad de Huánuco, presentado muy amenamente (y felicitaciones por ello) por el colega Martín Arredondo: una fastuosa fiesta que mueve a toda esa comunidad durante la temporada navideña; ya saben, bailes, vistosos trajes, comida, trago… ¿alguien ha calculado cuánto se gasta en una celebración de ésas?
Por: Nelson Peñaherrera Castillo
Dos días antes, el cantautor huanuqueño Pelo D’ambrosio (el creador del éxito “Lejos de ti”) se quejaba con mucha rabia y mucho dolor en RPP sobre la aparente inacción de sus autoridades regionales y municipales para gestionar la construcción de, al menos, un hospital decente o la implementación de los dos existentes, y cuya falta pudo causar el hecho de que la pandemia por el nuevo coronavirus se haya salido de control ahí.
Solo como apunte, Huánuco fue el tercer departamento donde se identificaron casos en marzo de 2020 luego de los aparecidos en Lima y Arequipa, el ahora epicentro del Covid-19 en Perú. Recordemos que fueron dos hermanos quienes regresaron en un vuelo desde España, y cuyo diagnóstico recién se pudo confirmar cuando ya estaban en su casa.
No pude disfrutar el entretenido trabajo de Arredondo porque cuando notaba la fastuosidad de la fiesta, de inmediato se me venía a la cabeza la frustración de D’ambrosio, y trataba de repasar cuántos pueblos en el Perú gastan verdaderas fortunas en fiestas y ferias, pero no invierten un triste centavo en sus necesidades básicas. No, señor; no, señora: el mal manejo de las crisis en nuestro país no es culpa entera de los gobiernos, sino compartida contigo y conmigo por poner la carreta delante del caballo, o peor aún por poner la carreta y olvidarnos del caballo.
Pero, superando la echada de culpas, sí es cierto que si el pueblo está pensando en pan y circo, el gobierno debería tener la responsabilidad, aunque suene impopular, de garantizar agua, educación, salud y alimento. Ésa es su chamba, y dejar que las fiestas patronales vean cómo diablos se financian ya que son, estrictamente hablando, iniciativas privadas que, claro, los gobiernos pueden promover en tanto expresiones culturales; pero insisto: el caballo delante de la carreta.
Dije líneas arriba que Arequipa es el nuevo epicentro de la crisis por el nuevo coronavirus en Perú, mención deshonrosa que la hemos compartido en una primera etapa Loreto, Tumbes, Lambayeque y Piura. Solo Dios sabe por qué las autoridades regionales de ese departamento tenían inmovilizadas toneladas de medicamentos y equipos de protección personal (EPP) mientras en los hospitales de su jurisdicción todo el personal de salud verdaderamente mendigaba por estos insumos. Recordemos que la capital de Arequipa, el área metropolitana de Arequipa, es la segunda urbe más poblada de Perú, sobre un millón de habitantes, así que podrás imaginarte el riesgo sanitario que eso significa.
Piura, el segundo departamento más poblado de Perú (1,86 millones de habitantes), también entró en la salsa, al punto que cuando vino el propio presidente Martín Vizcarra, al gobernador regional Servando García le tocó pasar el ‘roche’ de que en los almacenes a su cargo se hallara el mismo cuadro: medicamentos y EPP todos arrumados ahí. Claro que luego García usó las redes sociales oficiales para vendernos la imagen de que le cantó a Vizcarra sus cuatro frescas, pero la verdad era que mientras en los nosocomios, como Santa Rosa, la gente literalmente se moría esperando sanidad, ésta estaba bien abrigadita en un depósito.
Y lo mismo pasó en Lambayeque, que también mencioné, donde las autoridades regionales se quedaron pasmadas, sin saber qué hacer mientras su gente se contagiaba sin control, o Tumbes, o Loreto, o Amazonas. ¿Continuamos?
La primera impresión que a uno le queda al analizar estos casos con cierta lejanía geográfica y temporal es que realmente los gobiernos regionales en el Perú han sido un obstáculo para la gestión de la pandemia. Y no es la imagen que venden los medios capitalinos o los adversarios políticos, que es la eterna justificación del funcionario mediocre; bastaba escuchar a la gente, a su gente, sus votantes, para entender cómo a esa carreta no había caballo que la halara.
Claro está, esa gente hizo su parte. Como siempre haciendo a un lado a quienes tenían que salir a las calles por absoluta necesidad de generar plata si no se morían de hambre, muchas personas fueron incapaces de domar a su genio interior y se lanzaron a hacer vida social o a jugarse una pichanguita, como sigue pasando en la plataforma deportiva de mi barrio, y las autoridades, bien gracias.
Y si a esto le unimos el espíritu obstruccionista y ‘figuretero’ de ciertos congresistas, es más o menos como unir a Mumm-Ra con los mutantes y los LunaTaxs. Quien vio los Thundercats alguna vez en su vida, sabrá a qué me refiero, o si no dese una vueltita por Wikipedia o YouTube para ampliar su cultura caricaturesca. Prosigamos.
Encima el gobierno central, por dársela de descentralista, mandaba millones y millones a las unidades regionales para que se pongan manos a la obra, porque funcionario que se respeta, cuando le pides gestionar, lo primero que te dice es “no hay presupuesto”. Pues, resulta que sí hubo, pero en promedio por cada sol que el Ministerio de Economía y Finanzas les enviaba, si gastaban 30 centavos era exagerar. Pero si hablamos de ceremonias, recepciones, o fiestas patronales, les apuesto que hasta raspaban el concolón.
Solo hablando de resultados, que es el criterio como se mide la gestión pública en la actualidad, el hecho real es que si no llegaba el ministro o la ministra, o el presidente, o el funcionario, esta gente no abría la compuerta para que el agua corra en la acequia, que es lo mismo a gastar, que para eso se hizo el dinero del fisco.
Claro está, la pregunta que cae de madura es también a quiénes le hemos dado el voto para que administren los gobiernos regionales porque, insisto, la ciudadanía tiene la mitad de la culpa. Sí, por nuestra culpa, por nuestra culpa, por nuestra gran culpa. No nos hagamos los chistosos. Ya queda en tu conciencia la explicación.
El caso es que sobre esos mismos resultados, lo que fríamente podemos concluir, y sé que más de uno se enronchará, es que los gobiernos regionales en el Perú son un obstáculo para resolver problemas. Hay buenas excepciones como Cajamarca, por ejemplo, pero volvemos con el mismo punto que nadie termina de entender: el Perú NO es una república federal sino unitaria; lo queramos o no, dependemos de Lima, las autonomías regionales no existen como tales; mas bien son delegaciones de tareas y recursos.
Pero aunque cada gobernador quisiese tener su propia constitución y parlamento, la ley peruana se lo prohíbe. Y vista la situación actual, ha sido una buena decisión. Imagínense el Perú dividido en estados: esto sería una carnicería épica.
Y, ojo, yo soy ferviente convencido de que la regionalización sí es una buena forma de repartir pesos para evitar que todos estén en un solo lado haciendo que el país se hunda en el mismo agujero negro. El asunto, gente querida, es que no estamos educados ni para autogobernarnos en lo más mínimo como, por ejemplo, qué hacer con el cheque de la quincena; entonces, cómo diablos pretendemos gobernar, siquiera, una casa. Ya ni hablemos de una cuadra, o una manzana. Así de simple: no sabemos.
Entonces, si yo te regalo témperas pero no te he dado, cuando menos, un par de clasecitas de apreciación del arte y otro par de técnicas pictóricas, lo menos que puedo esperar de ti es que superes a Da Vinci o Picasso o Warhol. Lo que vas a hacer es cualquier porquería en lugar de una lámpara-payasito-servilletero (Ludovico P’Luche dixit), porque no basta el talento o el verbo o la presencia, ni siquiera la inteligencia; se requiere conocimiento y actitud. Ojo, todos no son sinónimos.
Los gobiernos regionales no nos están aportando avance, desarrollo ni soluciones. Lo único que nos aportan es más burocracia y gastos que podemos invertir en resolver las crisis de manera más expedita. ¿O alguien puede mencionarme al consejero regional de su provincia? ¡Ni siquiera le conocen! Entonces, si no está siendo de ayuda, hay que congelarlo, reformarlo, y cuando haya gente capaz de ajustarse a las funciones, porque ya existen funciones, lo echamos a andar otra vez.
Pero en un país en el que se estima que la cuarta parte de la población se va a pobreza extrema de nuevo, hay gastos que deben recortarse de inmediato, y los gobiernos regionales están en mi lista de ‘por eliminar’. No sé si el gobierno piensa igual (creo que no), pero repito que los hechos nos dicen otra cosa.
Y sí, yo sé, y tengo amigos y amigas que dependen del trabajo en el gobierno regional (y sé que son buenos y buenas en sus trabajos), pero si son eficientes en lo que hacen actualmente, pueden ser más eficientes en un esquema de estado racionalizado, basado en meritocracia.
Por supuesto, los gobiernos regionales podrían hacer propósito de enmienda, ponerse las pilas no con afán revanchista sino para demostrar que favorecen la fluidez, no que la impiden; pero tienen que hacerlo ya, de lo contrario terminarán confirmando esta idea de que estorban más que ayudan. Es obvio que faltan liderazgos, y ni modo, quien no sea líder, que ceda el puesto, pero las soluciones en tiempos actuales son aquí y ahora. El ‘mañana veremos’ ya fue.
Cuando eso se corrija, entonces dará gusto disfrutar la fiesta patronal, sin sentimientos encontrados, sin culpas, con la satisfacción de que es posible celebrar como premio a las tareas bien hechas. Eso sí, ya no se ensañen con el trasero de Arredondo; los correazos, en todo caso, se los merecen otros.
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