Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Mario David Romero Pérez falleció el domingo 19 de julio de 2020 tratando de vencer al nuevo coronavirus en un hospital público de Villa María del Triunfo, Lima. La prensa capitalina lo llamó “el ángel del oxígeno de San Juan de Miraflores”, por el distrito donde queda su tienda, o “El comerciante del precio justo” porque mientras todos los proveedores encarecieron el gas como pudieron, él decidió venderlo a la tarifa de toda la vida: 15 soles el metro cúbico.
El tratamiento con oxígeno comienza cuando la infección por Covid-19 es marcada como moderada a grave, y el paciente tiene muchos problemas para respirar por sí mismo; los alveolos pulmonares se inflaman tanto que llegan a estallar produciendo heridas internas reduciendo el volumen para contener aire.
Para quien haya olvidado sus clases de Anatomía Humana, los alveolos son una especie de saquitos que tenemos dentro de nuestros pulmones, que permiten aportar oxígeno a nuestra sangre, recogiendo el dióxido de carbono para expulsarlo como producto de desecho. El gas es necesario para que todo aquello consciente e inconsciente que haga nuestro organismo, se realice de modo completo y correcto.
Uno de los primeros efectos de la infección por el nuevo coronavirus es, entonces, el deterioro de nuestra capacidad pulmonar. Como nuestros cuerpos son incapaces de tomar el oxígeno suficiente para que todas nuestras funciones vitales se realicen de forma adecuada, hay que suministrarlo artificialmente de manera continua. Por eso nos insisten hasta hacernos callo en las orejas y orzuelos en los ojos que utilicemos correctamente las mascarillas, cubriéndonos nariz y boca, ya que son los conductos por donde el virus entra más fácil a nuestros cuerpos.
Mario Romero, 62 años de edad cuando falleció, era mi tío. Estaba casado con una prima hermana de mamá, Enma Quinde Castillo, ambas naturales de Ayabaca, aquí en Piura, y, para ser honesto, no he convivido tanto con él como para darles un retrato pormenorizado (gracias a La República de Lima por citar mi estado de Facebook en una semblanza que publicó el lunes 20).
De hecho, coincidíamos en contadas reuniones familiares, siendo la última en diciembre pasado durante el velorio de una tía abuela, Lula Castillo Girón, que vivía aquí, en Sullana. Aunque haciendo memoria, siempre coincidíamos cuando la familia se reunía para recordar a algún fallecido.
Sin embargo, cuando yo trabajaba en Jesús María, Lima, en 2002, sí llegué a conocer la tienda en San Juan de Miraflores, así como su casa, e incluso me invitaron a almorzar con los primos. Desde entonces, no he regresado por ahí; pero un tío mío de mi edad, quien vive en 26 de Octubre, me contó que estuvo alojado cinco años en su casa, y me decía el día que nos enteramos de su muerte, que inundaba de alegría ese hogar. Bueno, con el vozarrón que tenía, de hecho. Lógicamente, este tío de Piura Oeste quedó harto sentido cuando conoció sobre el deceso.
La noticia también dejó en estado de choque a mucha gente que hasta le había enviado medicina puesto que el Seguro Social del Perú inicialmente no reaccionó a tiempo, como suele hacerlo, o se había unido en las cadenas de oración que mi primo Erick había pedido una vez que logró salir de Huaraz, Áncash, donde se desempeña como médico.
Como anécdota, y a raíz de mi estado en Facebook que mencionaba más arriba entre paréntesis, a mí me tocó pasar el mismo interrogatorio que a veces someto a muchas personas cuando una noticia de último minuto se genera y prácticamente ponemos contra la espada y la pared a la fuente con tal de verificar la certeza de lo que nos dice. Es un poco espinoso, y la verdad perdonen si les generamos incomodidad con nuestra desconfianza; pero, como le decía a Andrés, el director de este portal, es parte de nuestro mundo, y me alegra que por lo menos tres medios –y los enumero: El Regional de Piura (y no va a ser), El Comercio de Lima y Noticias Piura 3.0—se hayan tomado el trabajo de contrastar los datos antes de publicar. Gracias, Lucía y Jorge por hacer el ejercicio de doble verificación.
Fuera de las confusiones por su apelativo y la controversia que hubo con las fotos que algunos colegas colgaron con el apuro de dar la primicia, lo bueno de todo es cómo hubo gente que mayoritariamente usó sus redes sociales para honrar y elogiar la actitud que mi tío tuvo. Como le decía a mamá, apuesto que muchas personas ni siquiera lo conocían en persona, pero hicieron suya su historia, y eso realmente me dejó pensando sobre qué legado estoy dejando.
La empatía, factor clave
Como lo expliqué en columnas anteriores al referirme a actitudes positivas extraordinarias, la gente se identificó de inmediato por el simple hecho de que mientras todo el mundo estaba en modo confusión o desesperación, hubo alguien (como muchas personas que a veces no salen en medios) que tomó el control de la crisis y decidió ser solución en lugar de problema. Y ya les dije muchas veces que si algo necesita este país son motivos de inspiración, no de desánimo por un simple criterio de salud mental.
Como puso la ministra de Justicia, Ana Neyra, en sus redes sociales, tío Mario demostró empatía con las personas desesperadas por salvar a sus familiares o conocidos, y ésa es la palabrita clave que nunca se nos debe olvidar durante cualquier crisis: la virtud que consiste en actuar poniéndose en los zapatos del prójimo.
Leí en algunas redes sociales que hay gente declarándolo héroe, y no es exageración. Como también lo dije en columnas anteriores, todas las personas que son capaces de trascender a su círculo egoísta y se proyectan desinteresadamente al resto para solucionar algo por las buenas y de manera inclusiva son héroes o heroínas, y todas las personas estamos llamadas a serlo. Porque si todo se va a quedar en admiración y no convertimos los valores que nos llaman la atención en el actuar de nuestras vidas, todo quedará en lo que llamo el “síndrome del libro de Historia”.
Éste consiste en que idealizamos tanto a los personajes,, como las figuritas de los libros que les decía, que muchas veces nos quedamos con la mención etérea del nombre, recordamos por qué lo pusimos ahí, pero somos incapaces de imitar siquiera media cosa que precisamente le llevó a aparecer ahí. Y cuando idealizamos a la gente, es cuando el entendimiento humano se fanatiza, no razona, ergo no opera en la práctica, o si opera, lo hace en un manipulable piloto automático.
Dar es antónimo de sacar tajada
Tía Enma contó a mamá aún cuando mi tío estaba convalesciendo en el hospital, que él se levantaba a las cuatro de la madrugada todos los días. “¿Por qué te vas tan temprano?”, le rogaba. “Porque esa gente me necesita”, era su respuesta.
En la fachada de OxiRomero Group, la empresa que ambos levantaron por años, filas de personas buscando recargar sus balones de oxígeno realmente lo esperaban. Junto al señor Varsallo, en el Callao, fueron los únicos tres empresarios que no elevaron el precio. Incluso a Varsallo, el Congreso –que últimamente se especializa en convertir la papa a la huancaína en chuño estrellado con crema revuelta—le ofreció un reconocimiento. El comerciante, sabiéndose con mucha inteligencia que su figura iba a ser usada politiqueramente, se negó. Él perdió a una hermana, como llegó a revelar, debido al Covid-19.
Por cierto, choca ver que mientras nuestra clase política se pelea entre sí como pandilleros de cuarta categoría, o promueve (insultando la inteligencia de millones de personas) la alquimia como alternativa a la ciencia, en el mundo real hay personas que sufren y ciudadanos que no se consideran de otro planeta, quienes les tienden la mano y ayudan a resolver sus necesidades con mayor rapidez y eficacia que el gobierno, el Congreso, el Poder Judicial, la Policía, el Tribunal Constitucional, el clero, las iglesias evangélicas y toda la gente que gasta millonadas en publicidad dentro de los grandes medios.
No en vano dicen que la economía en América Latina flota porque existen pequeñas y medianas empresas, no necesariamente por el liderazgo político. Que no tenga presupuestos millonarios para llegar a esos grandes medios no quiere decir que sean inexistentes. Por supuesto, tampoco es culpa de los grandes medios, ya que sostener una cadena de lo que sea es una millonada a diario.
Es complicado interpretar el sentido que tiene el deceso de una persona. Yo pienso que cada quien, según su grado de cercanía a la experiencia, podrá extraer una lección muy personal. Pero yo diría que la lección que nos dejan estas pérdidas es que repasemos qué significado le proveemos al verbo dar: ¿es otra voz en el diccionario o es una práctica constante en mi vida?
Y esta reflexión es crítica porque todo el mundo, sin excepción, está pensando en recibir; los más facinerosos en acaparar o aprovechar. Pero donar, entregar, proporcionar, brindar, ceder… Si nos hemos quedado en admirar y no hemos ido más al fondo sobre por qué las cosas pasan, simplemente estamos comiendo y respirando, pero no estamos haciendo una diferencia.
No esperemos que el siguiente héroe o la siguiente heroína deje este plano para entender que tú y yo controlamos las crisis, no que las crisis nos controlan a ti y a mí. Cuando hagamos esa reprogramación de ‘chip’, y cuando la idea se convierta en acción, será cuando realmente no es que veremos la luz al final del túnel sino que acercaremos esa luz lo más posible para que el resto transcurra con confianza y tranquilidad. Así que a seguir chambeando; aún no hemos ganado la guerra.
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