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Lun, Dic

No solo ciertos congresistas podrían ser agresores de género

Nelson Peñaherrera
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Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Sin duda que la conmemoración del Día Internacional de la Mujer 2019 en el Perú nos refiere de inmediato al acoso sexual contra ella en los diferentes entornos donde vive, trabaja, socializa, entrena, camina, en fin, doquiera que esté o que vaya. Creo que el caso reciente del congresista Yonny Lescano chateando en presuntas insinuaciones sexuales hacia una mujer, más que animarnos a levantar el dedo señalando culpables, tiene que movernos a reflexionar cuántas veces hemos actuado igual.

Yo, al menos, sí reconozco que en varias ocasiones he lanzado mensajes por privado buscando obtener una respuesta de tipo romántico o sexual. Quizás el tema aquí no es cuántas veces lo hice sino que lo hice al margen de mi motivación. Lo que sí tengo claro es cuál puede ser el límite entre seducción, molestia y apropiación. Y, aunque siempre creo haberme mantenido en el primer terreno, pido sinceras disculpas a quienes se hubiesen sentido bajo agresión por esta causa.

Otro aspecto favorable del caso Lescano es que, si tenemos la amplitud de mente para darnos cuenta por dónde se diluye el límite de la relación de confianza y la relación confianzuda, sabremos identificar las palabras y los escenarios en que victimizamos, nos victimizan (sí, también) o sabemos que victimizan a alguien más, y actuar para romper el proceso.

El congresista ha dado una clara muestra de que el agresor patológico inventará mil y una excusas para nunca asumir su responsabilidad, a saber:

a. Negación: Insistir una y otra vez en que aunque la prueba existe, el culpable no soy yo.

b. Proyección: Ante la prueba existente que me vincula directamente a mí, buscar siempre a un tercero responsable aunque no tenga claro si lo fue, o si sé que no lo fue.

c. Victimización: Aseguro me imputan algo que creo es falso para evitar que cumpla una meta mucho más alta, o simplemente se están ensañando contra mí.

d. Reversión: Buscar mil y una formas para establecer que mi víctima es de mucho peor calaña que la atribuída a mí.

Y si revisamos los casos de Moisés Mamani y Luis López Vilela, los cuatro rasgos del presunto agresor patológico se repiten y constituyen un “modus operandi”: yo no hice lo que dicen, pero si todos lo hacen y nadie se ha quejado, se trata de una persecusión política, ella es la mala en realidad.

Tomémonos el trabajo de revisar cada caso de forma desapasionada y hallaremos que el patrón hipotético se repite, y eso que hablamos de personalidades públicas; imaginemos los casos que se dan en entornos más privados y que eventualmente saltan a las noticias, o los que nunca saltaron ni saltarán a ellas.

Si todas las condiciones se repiten sin excepción, como cortadas por la misma tijera, la Psicología nos ayudará a entender que estos agresores patológicos actúan de esa forma porque son incapaces de analizar a la persona (o personas) de su gusto como sujetos con derecho a un espacio de dignidad, con quienes hacer una negociación equitativa y respetuosa tras la que resulten dos únicas salidas: sí le interesas o no le interesas. Si le interesas, ya verás qué paso siguiente dar; si no, todo queda ahí.

dia de la mujerDía Internacional de la Mujer | Foto: UN.org

Pero el agresor patológico no entiende de negativas, y ante la existencia de una sola buscará molestar tanto como pueda pensando que su insistencia pudiera dar resultado. Y si no lo obtiene y su cabeza es un verdadero corto circuito afectivo (comenzando porque tiene un concepto equivocado de sí mismo o misma), buscará apropiarse a como dé lugar.

Y si existe una relación de poder donde el agresor patológico tiene un ascendente sobre la potencial víctima, mucho peor… para la víctima, claro está.
Una educación en la que se dé un peso similar a varones y mujeres, y en la que se subraye que la diversidad no es un motivo para estamentar a la gente sino para aprender a construir sinergias que estimulen el desarrollo de todo el mundo, es la solución, pero ésa es la teoría. En la práctica aún vemos que se ahondan las brechas de todo tipo comenzando por la familia y la escuela.

Entonces, si desde el saque estamos planteando la estamentación en la que un rol de conducta (rol de género) parece ser mejor que otro, la agresión patológica tiene campo fértil para seguir floreciendo. Claro que esto a los varones, y especialmente a los varones, nos significa perder un espacio de superioridad que se nos dio por consenso social, no por ser innato. Y ése es el hecho; que no somos superiores a nadie, no porque no lo valgamos sino porque simplemente no lo somos.

No es una percepción u opinión; es la esencia del ser humano basada en su dignidad.

Cuando llega a entenderse esta configuración es cuando conductas como las de Lescano, Mamani o López, o de Perico de los Palotes, se miran con mucha más facilidad y con esa misma facilidad se puede tomar una postura y establecer un correctivo o una sanción. Por ejemplo, apagar la tele o cambiar de canal cuando te chocas con los ‘sketches’ sexistas de JB, donde la mujer es tratada como una boba y el varón –incluso disfrazado de niño- se perfila como un pendenciero hábil en el uso del lenguaje en doble sentido, o cuando escuchamos música en la que un acto que puede ser romántico o morboso (que no es malo) como irse a la cama con alguien, se convierta, en la mente de un reggaetonero, en la guía perfecta de la cosificación del compañero sexual, reduciéndole a menos que un muñeco inflable. O como esa orquesta homofóbica que canta a voz en cuello a matar a la mujer si es mala. Bueno, homofóbica y misógina. O como esas cumbias que culpan a la mujer por una tendencia individual al alcoholismo o la promiscuidad sexual, y que las mujeres se las cantan también a los varones como si las adicciones fueran actos externos.

Sí, la violencia de género se sigue disfrazando de arte o entretenimiento aún.

La seducción no es mala en sí misma. Es parte de nuestra sexualidad. Pero cuando la seducción agrede, entonces hay que ponerle un alto y castigarla si llega a lastimar. Ése es el caso de Lescano, ése es el caso de Mamani, ése es el caso de López. Así que si las investigaciones determinan culpabilidad, el castigo es el paso lógico siguiente.

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