Por: Nelson Peñaherrera Castillo. En la política de aquí, de allá o de cualquier parte, existen personas que se especializan en salir a dar declaraciones polémicas o actuar de una manera que desafía la lógica, convirtiéndose en el objetivo inmediato de la crítica pública, y parecen concentrarse más en este tipo de reacción para que, como paso siguiente, comiencen a declararse víctimas, sin entender por qué se les ataca de tal o cuál forma.
¿Por qué alguien se expondría a decir o hacer algo que genere el rechazo y el consecuente -aunque no justificado- ataque del resto? Simple: porque es parte de una agenda.
Yo les llamo las piñatas, no por "piñas" (con mala suerte), sino porque evocan a esas artesanías de cartón y papel vistosos, llenas de caramelos y sorpresas, que se hacen para ser destruídas a golpes, o a simple jalada de pitita que permita desbordar todo el interior.
De más está decir que la piñata, junto con la torta, son las estrellas de cualquier fiesta. Sigamos.
Las personas que actúan como piñatas casi que no terminan siéndolo por simple espontaneidad o casualidad. Peor aún en política donde nada, absolutamente nada, pasa por casualidad. Al igual que las artesanías antes mencionadas, se preparan para lucir lo suficientemente vistosas, lo que no significa que necesariamente guarden rasgos estéticos, para ponerse allí al centro de todo, a capturar miradas, el interés de la gente, y caer tan mal, que todos los palazos le van porque le van.
Hasta ahí nada parece extraordinario, pero en terrenos políticos, las piñatas aparecen justo cuando los eventos en cualquier proceso parecen estar destinados a tener un fin que no conviene a un grupo determinado, y las medidas convencionales parecen no resultar. Entonces, ponemos a alguien al medio que distraiga a la gente, nos permita ganar tiempo, y que se encargue de recibir los golpes mientras vemos cómo salvamos la situación a nuestra conveniencia.
Y la opinión pública, ávida de mostrar su agresividad ante lo primero que se le cruce, pisa el palito de la forma más inocente posible, por no decir boba. Aunque ésto también puede ser discutible, ya que la reacción violenta puede estar perfectamente concertada con algunos operadores, y el resto lo sigue en el típico modo rebaño que la sociología estudia hasta el hartazgo. Ya saben, psicología de masas.
Ah, un detalle que se me pasaba: así como las piñatas siempre suelen ser de colores chillones, esta gente piñata siempre tiene que utilizar un lenguaje estudiadamente irritante o intrigante, o tiene que hacer algo que le revuelva la bilirrubina hasta al más flemático, de tal modo que la reacción agresiva esté garantizada.
Y es ahí cuando por simple principio de causa y efecto, el o la piñata sale a decir que no entiende por qué se le ataca, por qué se le agrede, o cosas por el estilo. En los esquemas alguito más sofisticados, la respuesta agresiva está pensada para ser utilizada como un alegato que derrumbe al agresor. Me explico: supongamos que un grupo de personas están defendiendo una causa -digamos- justa; sale la piñata a decir algo hiriente sobre ellos, ellos se le van encima, y la piñata no contenta con victimizarse, les abre un proceso penal. Como resultado, quienes defendían la causa -digamos- justa, ahora resulta que se tienen que defender de la acusación de la piñata, sobre la que -oh, sorpresa- hay pruebas en cantidad. Entonces, con un oponente debilitado, sacarle del mapa es cuestión de instantes.
Como dije, no es que salió, dijo, se le atacó y pobrecita de ella. Todo ha sido hábilmente previsto y planificado para ganar tiempo, disttraer por otro lado y darle un margen de maniobra a un tercero mucho más poderoso y quien está realmente detrás de esta súbita y variopinta aparición. Por éso es muy importante ver al bosque además de al árbol.
Claro que identificar piñatas a primer golpe de vista es un poquito complicado, pero basta analizar la retórica con que hablan o actúan para que los indicadores de alerta se enciendan de inmediato.
Cuando ésto suceda, lo primero que hay que hacer es no darles en la yema del gusto; es decir,no atacarles. Recordemos que las piñatas viven en la medida en que son magulladas.
Cuando ésto no ocurre, como no está dentro de su programación, se les deja en una especie de limbo que usualmente se compensa con mayor intriga o impertinencia, pero también con tal torpeza que, si mantienes la cabeza fría, podrás entender a nombre de quién viene. Entonces, entenderás que tu objetivo no es la piñata sino el piñatero. ¿Ésa es la persona a la que se debe poner al descubierto y exigirle cuentas?
Por último, una piñata en buen estado de conservación siempre será un hermoso trofeo de guerra, la joya de la corona en el museo de cualquier causa -digamos- justa, a menos que se vuelva ofensiva en extremo por lo que será mejor enviársela así, en buen estado de conservación, al operador de justicia más próximo.
Claro que en la lógica reptiliana que tenemos, dejar una piñata sana y salva es algo incomprensible. Pero, es esa lógica reptiliana la que muchas veces nos crea problemas, y es esa lógica reptiliana la que usan las piñatas para causar más estragos que otra cosa. Entonces, está claro qué lógica no utilizar en los momentos de mayor crisis. Y ésos últimamente se han vuelto más frecuentes que lo acostumbrado.
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