ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. La comunidad empresarial y político-partidaria del Perú está sucumbiendo a la tormenta Odebrecht con una vulnerabilidad que ya no asombra, casi ni indigna, mas bien decepciona y nos hace preguntar si acaso aquella figura en la que siempre hemos confiado caerá o no caerá. Ya no se trata de izquierda, derecha, arriba, abajo, neoliberal, comunista, grande, chico, hombre o mujer; se trata de corrupto e incorrupto.
Mucha gente podría sentirse triste o desconcertada, es lógico y es natural. Por supuesto también está la que sigue escéptica sea porque prefiere llegar hasta el fondo del asunto para recién tomar una posición, o sea porque su fanatismo la ciega.
En fin, sea la posición que se quiera tomar, siempre que lo veamos dentro de los rangos de la libertad de pensamiento y opinión, es comprensible como un primer paso para interactuar ante esta realidad que no le deja hueso sano a casi nadie... casi nadie de quienes dominan la agenda política quiero decir.
Ahora bien, nuestro trabajo como ciudadanía es salir de esa primera impresión y dar el siguiente paso. No podemos seguir allí paralizados recibiendo los golpes como si fuésemos un objeto inerte más. No es lo sano ni saludable.
Tampoco podemos comenzar a normalizar el delito como una forma de construir sociedad, porque llegará el momento en que todo nos sea relativo y nos dé lo mismo vivir, matar o morir.
El abordaje desde la ciudadanía tiene que ser más proactivo, y el primer paso debe ser el reconocimiento de que nos hemos dejado invadir por un virus social llamado populismo.
Para definirlo en palabras fáciles de entender, es todo ese movimiento que convierte a la política en un espectáculo permanente, donde se nos da y se nos dice lo que nos gusta apelando a nuestras emociones en desmedro de los planes, las estrategias y los argumentos racionales.
Un ejemplo práctico puede ser el manejo de una crisis: el populismo nos hará llorar o enfurecernos violentamente con ella; el racionalismo nos conducirá a sus causas primarias para hallar soluciones.
El gran problema es que vivimos en medio de una idiosincracia donde nos cuesta trabajo extremo actuar con cabeza fría, porque creemos que nos hace ver tontos, débiles, desconfiables, aburridos, sin color. Claro, esa es la imagen que proyectamos; pero, ¿realmente es así? Quiero decir, ¿la primera impresión es la que importa?
No debería ser así.
Tener la cabeza fría, tener equilibrio, pensar las cosas varias veces antes de tomar una decisión permiten analizar con cuidado todas las alternativas antes de optar por una. Sí, sé que ya escribí ésto antes, pero resulta que no aprendemos la lección, así que se aguantan el cariñoso jalón de pestañas.
Cuando a un populista le respondes con argumentos racionales sólidos, suele pasar que se descompensa, hace toda su pataleta, es capaz de caminar de manos con tal de probar que tiene la razón, pero objetivamente no siempre la tiene. ergo, tener cabeza fría es la mejor manera de descubrir si tenemos enfrente a alguien que tiene un plan consistente o un payaso (o una payasa) con una actuación grandilocuente. O sea, mucho ruido, pocas nueces (o ninguna, caray); y los payasos al circo, ¿no?
Un o una populista se nutre de nuestra irracionalidad no para conseguir el bien común sino para capitalizarse individualmente.
Como ya dije antes, es capaz de impulsar que se derogue la ley de la gravedad con el único fin de mover masa, tomar la foto, decir que tiene legitimidad y acumular fanaticada; pero no está trabajando en favor de esa fanaticada sino de sí mismo o sí misma. Algo así como cuando convocan a los paros provinciales de 24 horas que duran la sexta parte, y cuyo propósito -sospecho- es saber cuánto respaldo se tiene casi a costo cero.
Tú sabes, contratar una empresa de estudio de mercados cuesta un ojo de la cara, así que levantas un titular medio sensacionalistón, haces que la gente se ase, la haces salir a la calle, y luego te dedicas a contar cuántos fueron. Me disculpan, pero éso pienso.
Se viene un proceso electoral el próximo año en el que renovaremos (ojalá) a autoridades regionales (que casi nadie sabe quiénes son) y locales (que casi nadie ve a menos que se inauguren obras), y será otra oportunidad para decidir desde nuestra posición quiénes tendrán el encargo de administrar nuestras comunidades.
Solo de ti y de mí dependerá dejarnos envolver por el histrionismo, el jingle pegajoso y el eslogan impactante, o analizar a fondo la propuesta, el impacto, y -por qué no- los antecedentes, especialmente los penales.
Actuemos como ciudadanía, no como jauría humana tras la última presa de pollo a la brasa o la última coca-cola del desierto.
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