ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Sucedió en Guatemala. Una adolescente de 14 años con una madre moribunda y sin dinero necesitaba una medicina para retrasar la agonía. Juntó sus pocas pertenencias y las vendió como pudo en el mercado local; luego se fue corriendo a la farmacia. Cuando llegó, descubrió que el fármaco valía dos veces más del dinero que pudo reunir. Desesperada, al descuido de quien atendía, robó una caja.
Como si la desgracia de una madre agonizante no le fuera suficiente, alguien pudo atraparla por el hurto. La encaró frente a una turba, azuzada por un hombre y una mujer ya adultos, quienes comenzaron a golpearla sin misericordia hasta que la adolescente pidió piedad. Juzgando que el escarmiento no había sido suficiente, alguien trajo combustible, se lo rociaron y le prendieron fuego.
Abreviemos esto, por amor de Dios: la chica murió; la madre también no solo al saberlo sino al verlo porque alguien lo grabó en video sin hacer nada más que actuar como testigo de piedra; y por si fuera poco, alguien lo subió a las redes sociales, donde aún es posible encontrarlo.
Que el robo, el hurto o el latrocinio es una acción legal, ética y moralmente condenable, lo es. Sería insano justificarlo independientemente de cuál fuera la motivación. Tomar algo por la fuerza y sin consentimiento de quien lo posee es violencia.
Ahora bien, ¿quitarle la vida a alguien en nombre de la justicia es legal, moral y éticamente condenable?
Esta es una pregunta que podría abrir muchos frentes de debate, y que, incluso, podría poner a prueba nuestra consonancia mental respecto a lo que pregonamos como ‘defensa de la vida’. Dicho en términos aterrizados, suele suceder que quienes, por ejemplo, condenan el aborto se muestran a favor de la pena de muerte, como también tenemos la antípoda.
En el medio están quienes podrían adoptar esa posición incómodamente cómoda de que cada caso tiene que analizarse aparte y que las generalizaciones no son políticamente correctas.
Algunas personas se tomarán la molestia de hurgar en el Código Penal a ver qué dice y por qué lo dice.
Ah, y por supuesto están quienes todo lo ven blanco o negro, sin opción a tonos o matices, justo en los extremos.
Así como el robo, ¿es violencia tomar la vida de alguien por la fuerza y sin su consentimiento?
O como me dijo un amigo por teléfono y tras ver el video de la adolescente incinerada viva –totalmente consternado, por cierto-: ¿en qué momento el ser humano dejó de ser humano y se volvió peor que un animal, teniendo en cuenta que incluso los animales se conduelen por sus semejantes?
Como dije, el debate está abierto. Eso sí, que no nos dé terror al momento de confrontar nuestros propios puntos de vista desde fuera. Quizás estemos alojando un terrible monstruo, alimentado hasta el empacho por nuestra irracionalidad y nuestros prejuicios.
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