ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Quienes hemos tenido la oportunidad de recibir hojas de vida para seleccionar a alguien para algún puesto, y hemos sido exigentes con los términos de referencia, casi siempre no leemos el resumen personal que se puso de moda en este tipo de documentos hace década y media aproximadamente. Preferimos ver el acápite ‘experiencia profesional’ y ‘Referencias’.
Los datos personales, dónde estudiaste y la interminable lista de talleres, cursillos y similares casi los pasamos por alto, a menos que la experiencia nos llame la atención al punto de revisarlos con algo de cuidado. Y el resumen casi ni se ve. ¿Por qué? Porque casi siempre es un ‘copia y pega’.
Aparte que de la lista de cursillos, talleres y similares, la mitad tienen certificaciones falsas, según me ha constado en la mayoría de casos.
La forma más sencilla de probar que una hoja de vida es auténtica consiste en someter al o a la postulante a un problema profesional relativamente simple de resolver, pero en el campo no en la teoría. Ahí es cuando realmente se prueba si toda la sarta de ítems que pueblan el papel o la pantalla sirvieron para pulir tu competencia o para engañar al enemigo.
Porque resulta que todo el mundo es proactivo, capaz de trabajar en equipo y bajo presión, con deseos de aprender y superarse, con experiencia óptima. Pero, a la hora de los loros, ni siquiera resultaron siendo loros. Polluelos a lo mejor.
Muchos varones solemos actuar igual que estos y estas postulantes con experiencia de relleno y resumen personal copiado. Decimos que somos todo lo máximo que se pueda pensar, creer y esperar, hasta que la vida nos somete a prueba y… no éramos todo eso sino mucho menos, o quizás mucho más.
¿Cuál es mi punto? Que los varones mercadeamos bien nuestra sexualidad, pero la verdad es que no siempre somos todo eso que vendemos porque no nos conocemos. Entonces pasa que estamos debajo de nuestra propia valla, o por encima de ella, y como nos autoignoramos, ni siquiera atinamos a darnos cuenta de la disonancia en la que caemos.
Claro que también están los que no dicen nada de sí, que prefieren guardar cautela antes de caer en la fanfarronería; pero, en todo caso, que su conciencia diga si es por humildad o si es por vacío.
El tercer informe preliminar que Un Billón de Pie publicó el viernes pone de manifiesto ese problema que tenemos la mayoría de los varones: decimos tantas cosas de nosotros que al final ni nos las creemos, y lo que es gracioso, quienes terminan conociéndonos mejor que nosotros son las mujeres. (Cf. Unbillonpiura.blogspot.pe)
Una de nuestras productoras decía que esta era una idea generalizada. Cierto. La estadística publicada evidencia que el mito en cuestión no era tan mito que digamos.
Si a eso le agregamos que solo uno por cada seis varones sensibilizados es capaz de actuar por convicción para evitar la violencia de género, nos da el cuadro completo de carencias reales que solemos maquillar hablando de más.
Quizás el consejo para los varones que se vanaglorian aplica también al de los y las postulantes a la hora de presentar sus hojas de vida: no temas decir qué eres en verdad, pues al fin y al cabo, el mundo no está lleno de seres perfectos, sino de personas que están construyendo su propio destino. Si ya mentiste, corrige. Si aún no sabes qué poner, mírate hacia adentro, analízate y defínete sin exagerar y sin depreciar.
Es más persona quien busca ayuda porque reconoce una carencia, que una que pretende ayudar al resto sin saber una miga de lo que va a hacer.
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