ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Hay una imagen que me eriza los pelos de solo pensarla: en un colegio secundario particular, un chico cuya familia tiene una posición relativamente holgada comienza a desarrollar una ojeriza contra un compañero de clase, al que comienza a acosar; pero su frustración es más grande que él, así que un día decide ir más allá en sus amenazas y consigue escabullir un arma de fuego real en su mochila.
En el colmo de la adrenalina (mas bien de la testosterona), se la muestra a su compañero en lo que legal y moralmente (pensemos que se trata de un colegio católico, por ejemplo) es una amenaza de muerte.
Pensemos en que el acosado decide encarar al acosador, lejos de amedrentarse. Quien amenaza ve que no tiene piso para seguir más adelante, pero su frustración puede más. Entonces, saca el arma de la mochila y apunta a su víctima. Tentativa de homicidio.
Imaginemos malamente que ese arma pertenece a alguien de la familia quien, negligentemente, olvidó descargarla. Recordemos que el acosador adolescente está frustrado y nervioso a la vez; pensemos en que no es capaz de dominar la fuerza de su dedo sobre el gatillo. ¡pufffff! Un disparo. Homicidio.
Me pregunto qué hará el agresor ante la imagen: ¿soltará el arma y buscará escapar? ¿seguirá blandiendo el arma, amenazará a docentes y escolares buscando una ruta de salida? ¿disparará al resto sin pensar en herir o matar? ¿se disparará al ver todo perdido?
Y si escapara, ¿sería protegido por su familia o sería puesto –muy a pesar del prestigio social- en manos de las autoridades para que escarmiente bajo los términos de ley?
Aunque las noticias se han encargado de vendernos la secuencia anterior como un producto periodístico estadounidense, si le hacemos caso a teoristas de la alienación, quienes advierten que ante un bajo colchón cultural y la ausencia de reglas y límites en casa es sencillo imitar casi inconscientemente lo que vemos en los medios dentro de un esquema donde prima el antivalor, ¿cuán cerca estamos de que meter un arma de fuego real a un colegio para imponer mi fuerza y mi criterio sea una triste realidad típicamente local?
Digo, ya estamos permitiendo la entrada de droga tras permitir por años el ingreso de bebidas alcohólicas y tabaco.
Hay tres lecciones que podemos extraer aquí tras la experiencia que tuve todo el año pasado trabajando directamente con adolescentes:
- Si la familia no es el primer espacio donde se eduque en serio, ni la escuela, ni la comunidad, ni la ley podrán corregir eficientemente la irresponsabilidad de quienes traen nuevos seres al mundo sin un primer plan de vida claro y válido.
- Si las leyes no se aplican con equidad y con firmeza, todo el mundo pensará que vivimos en un mundo sin orden y donde mi fuerza debe imponerse a la voluntad de los y las demás, incluso con violencia si es necesario. Total, mi plata o mi familia me rescatarán de alguna forma, y saldré impune.
- La escuela debe actualizar sus criterios y protocolos de formación con la niñez y la adolescencia, adelantándose al tiempo en que la población de 3 a 16 años de edad está viviendo. Sí. De ser posible, andar algo así como una década de vanguardia para prevenir que se rompa la armonía y que en vez de centros del saber tengamos campos de concentración por horas.
Finalmente, en tanto comunidad, debemos hacernos el propósito colectivo de convencer con el ejemplo de que los antivalores y los antihéroes (y antiheroínas) no tienen cabida en espacios que frecuentamos porque nos hacen daño, nos degradan y nos distraen del objetivo de progreso y tranquilidad al que todo el mundo tiene derecho.
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