ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Escuelas de calidad para el medio rural. Es una atractiva frase de campaña electoral, y creo haberla escuchado en alguna propuesta de esas que nos invaden cada vez que debemos ir a votar. Yo solo me río, porque esa promesa hace rato se hizo realidad en medio de los campos de cultivo y pastoreo de Tejedores y Malingas, en el levante del distrito de Tambogrande.
Hace casi medio siglo, el sacerdote jesuita José María Vélaz lanzó Fe y Alegría en Venezuela. Su propósito fue tan concreto como llevar una educación competitiva allí “donde acaba el asfalto”; esto es, privilegiando a la gente pobre de recursos, pero rica en ganas de superación.
Vélaz, antes que la politiquería y la opinología se dispersaran en redes sociales, entendió que la educación es uno de los pilares clave del desarrollo de los pueblos, y sembró una semilla que se diseminó por toda Sudamérica.
Ya perdí la cuenta de cuántos Fe y Alegría hay en Perú. Solo en Piura, tenemos cinco, si no me equivoco. Yo fui a trabajar al número 48, en Malingas, en 1999.
Para cuando llegué, el Programa educativo Rural Fe y Alegría (PERFYA) ya tenía dos años de funcionamiento y una red de casi veinte escuelas a las que proporcionaba capacitación y acompañamiento docente, materiales educativos de buen nivel y un programa de complementación alimentaria.
Como profesional, fue un par de aguas, porque de pronto el comunicador social que se había entrenado para ir a trabajar a una cadena internacional de noticias, se internaba allá donde no había energía eléctrica, y a donde apenas llegaba la señal del celular.
El reto que me asignó la hermana Beyssa Apolinario fue lanzar de inmediato un programa de radio que sirviera como herramienta educativo-formativa para sus escuelas. Lo que hicimos fue una serie de más de cien episodios donde además de eso, extrajimos el alma del campo y la expusimos ante la audiencia de todo Piura. Por eso llamamos al espacio de quince minutos, Sabor a Vida.
Durante dos años, con la dirección de la hermana Beyssa, la supervisión de la hermana Yvonne Nosal, la colaboración de las hermanas Marty Kimpel y Sonia Rodríguez, los criterios de mi colega Pilar Chumacero, la participación de la profesora Elsa Aguilar y de la administradora Gisella Morocho como presentadoras, los aportes del profesorado, el estudiantado y toda la comunidad de una veintena de caseríos, me tocó producir, escribir y presentar cada programa.
Transferíamos conocimientos y reflexionábamos sobre quiénes somos, qué necesitamos y cómo podemos lograrlo.
¡Claro! ¡Cómo olvidar a los chicos y las chicas del Horacio Zevallos Gámez, a quienes me los reclutó la profesora Anita, para formar un elenco de actores y actrices radiales, con quienes representábamos sociodramas motivadores que se incluyeron en la segunda temporada del programa!
¿Qué no hicimos en ese rincón de triplay que nos asignaron como cabina? ¿Qué no imprimimos usando tecnología que comenzaba a desfasarse, léase cassettes de audio ¿qué no influimos para que la ecología fuera uno de los ejes transversales en los proyectos educativos institucionales? ? ¿Qué no se creó en medio del calor, el sol, la lluvia, la cosecha de mango y marigold, las noches de luna y uno que otro rebuzno o canto de chilalo?
Desde entonces, entendí que la educación no es un proceso circunscrito a un aula, sino un esfuerzo comunitario. Entonces, si los no-docentes no metemos el hombro, será imposible que experimentemos cambios que nos beneficien. Porque la educación de calidad no solo es aquella que saca más del 50% de estudiantes de superior por promoción, sino la que libera, inspira y mejora todas las dimensiones de nuestra vida, incluyéndonos.
Y todo esto fue posible porque las primeras en confiar y dar libertad creativa fueron las Hermanas educadoras de Notre Dame, la congregación religiosa que manejó el PERFYA 48 durante su primera década de existencia.
Gracias a ellas aprendí a combinar educación y comunicación, a entender (a pesar que me parecía ilógico) lo que es coeducación y equidad de género, a comprender la filosofía campesina, y hasta incubar la semilla de FACTORTIERRA.NET.
Las “hermanitas”, como las llaman los lugareños y las lugareñas, están cumpliendo 50 años de trabajo en el Perú, y este sábado 17 ofrecerán una acción de gracias en Tambogrande, uno de los lugares donde trabajaron con mucho esfuerzo. Sus otras ‘bases’ son San Juan de Lurigancho y Villa el Salvador, Lima.
La moraleja de todo es que tú puedes proyectar tu vida a donde crees que crecerás, pero lo cierto es que a veces la vida misma te lleva a donde realmente haces falta… y terminas creciendo mucho más.
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