ERP. Este Día del Padre serán muchos los que alzarán sus ojos al cielo recordando los momentos que vivieron junto a sus padres, quizá otros, a lo lejos, podrán sentir y escuchar su voz quizás a través de una llamada telefónica o por una plataforma digital; mientras que los más afortunados poseerán la dicha de abrazarlos y cómo no festejarlos.
Por Nathaly Jimenez/Andina
Y es que la celebración del Día del Padre se vivirá, por segunda vez, de una manera distinta a consecuencia de la pandemia de la covid-19 que no solo ha dejado una gran lección en el mundo, sino que se vive minuto a minuto en los hospitales. Y es que. mientras unos sonríen y agradecen a la vida una segunda oportunidad tras ganarle al virus otros pierden la batalla y dejan tras de sí una estela de tristeza y dolor a sus seres queridos.
Pero si un escenario así, ya es difícil de entender para los hijos cuando un padre cae víctima de la covid-19, cómo lo afronta un hijo que vela por la salud de su padre siendo él médico.
Es duro imaginar aquel panorama, pero no es algo alejado de la realidad. Y es que ese escenario es un pasaje de vida que quedará para siempre en la memoria de dos médicos que hoy luchan contra este flagelo en primera línea, pero que a su vez celebraran este día agradeciendo a la vida por haber logrado salvar la vida de sus progenitores.
La fuerza del amor
“Mi padre es uno de los pilares fundamentales de mi vida. Me enseñó a ser la persona que hoy en día soy”, nos cuenta Vanesa Pedraza, geriatra y paliativista del Hospital de Emergencia Ate-Vitarte. Ella vivió en carne propia uno de los mayores desafíos de su carrera en esta pandemia del covid-19: y es que su padre don Alipio, a sus 74 años, resultó positivo al contagio de coronavirus.
Don Alipio inició la pesadilla en Apurímac al presentar leves síntomas de la covid-19 el pasado mes de mayo.
Su padre comenzó a presentar fiebre, malestar general y dolor de garganta. Vanesa tenía sus sospechas y tras pedir que se realice una prueba de antígenos, el resultado la llevó a alistar sus maletas rumbo al lugar donde reside su progenitor.
Al conocer que la prueba salió positiva, compró un pasaje a Apurímac y trasladó a sus padres a Lima para que don Alipio pueda ser atendido en el Hospital de Emergencia Ate-Vitarte. Allí la primera línea lo recibió con los brazos abiertos, dispuestos a luchar juntos la batalla.
Se negó a perderlo
El padre de la doctora, hizo su ingreso el 17 de mayo al nosocomio y fue en su segunda semana donde su lucha se hizo dura y Vanesa recibió quizás las palabras más fuertes de sus colegas al ver la complicación que presentaba don Alipio.
Llegó la inevitable despedida, pero la doctora contraviniendo la recomendación de poder darle un adiós a su padre se negó rotundamente a ello. Por el contrario, lo llamó para darle energías y buenas vibras y pedirle que no decaiga.
Las horas pasaban y entre la revisión a sus pacientes y reuniones de trabajo, la especialista aprovechaba el tiempo, por más pequeño que resultase, para visitarlo.
La desesperación se apoderaba de ella, el no saber cómo estaba o qué necesitaba eran pensamientos recurrentes que la atormentaban. Pero tenía claro que debía ser fuerte para apoyar a su padre y a todas las personas que dependían de sus cuidados.
“Fue bien complicado verlo, entre reuniones y guardias, pero confié en mis colegas. Cada vez que lo veía le daba fuerzas para que continúe y no se agote con el tratamiento”, recuerda.
Hoy es su mejor regalo
Fueron tres semanas llenas de angustia para Vanessa y su familia de Vanesa. Los días parecían interminables hasta que el 10 de junio todo llegó a su fin. Don Alipio logró finalmente vencer a la muerte y dado de alta. Cuando su padre se despidió uno a uno del personal que lo salvó de la muerte, la sonrisa de Vanesa no se ocultaba.
Irradiaba felicidad y el solo saber que iba a poder continuar abrazando a su padre la emocionaba; aquel ser que la motivó desde pequeña a socorrer a quien lo necesite y convertirse luego en una médico aún estaba a su lado en este plano físico.
“Mi mayor regalo es tener a mi padre en este día sano, no he llorado cuando lo he visitado ni cuando le dieron el alta. Tuve que ser fuerte para que no se deje vencer. De todo lo vivido lo que le puedo decir es que lo admiro. Y de él tengo el compromiso pleno con mi trabajo y el apoyo que puedo brindarle a otras personas; todo eso es porque él me lo ha enseñado e inculcado desde siempre”, confía Vanesa, en medio de lágrimas al recordar la garra de su padre luchando contra la muerte y ya reposado como un guerrero hoy en casa para seguir disfrutando de los suyos.
Lucha contra la muerte
El testimonio del médico emergenciólogo, Marco Prado, tiene también de protagonista a su padre. La pandemia le ha dejado una gran lección, pero sobre todo ha cimentado el amor a su familia y a su carrera para seguir combatiendo en primera línea al covid-19.
"Mi papá siempre me apoyó desde pequeño y es mi mejor amigo y mi gran compañero de viajes... por eso solo guardo hermosos recuerdos”, nos dice, con voz entrecortada, Marco, quien labora en el Hospital de Emergencia Ate-Vitarte. Nunca pensó que tratar de cuidar lo mejor posible a sus padres al inicio de la cuarentena, lo llevaría a vivir la peor de las pesadillas para evitar que el virus lo aleje de su lado.
Tras algunos meses de iniciada la cuarentena, Marco le pidió a sus padres Juan y Rosa, quienes vivían en Iquitos que vinieran con él a pasar la pandemia a Lima, sin imaginar que esta mudanza sería el inicio de un momento terrible.
A fines de mayo don Juan, de 65 años, empieza a presentar los síntomas de la covid-19. Marco inicialmente lo monitoreaba desde casa, pero poco a poco empezó a notar que la situación de su padre se complicaba y tuvo que solicitar apoyo hospitalario.
El dolor de verlo
“Es una sensación dolorosa ver a tu padre con soporte respiratoria, postrado en cama. Es una escena que no se la deseo a nadie, para mí el ser doctor e hijo fue un reto y una preocupación. El tener que verlo e informarle como doctor e hijo a mi madre todo lo que podría suceder”, recuerda.
Don Juan ingreso al hospital el 31 de mayo y permaneció 10 días en la Unidad de Cánula de Alto flujo presentando fiebre alta, saturación baja y el 40% de sus pulmones comprometidos. Este momento fue eterno y muy estresante para Marco, pero debía continuar con su trabajo, que por su naturaleza se desarrollaba en uno de los áreas más concurridas: Emergencias.
Agradecido a la vida
Pasaban los días y el 14 de junio finalmente el corazón de Marco se llenó de dicha infinita, sus colegas le otorgaron el alta a su padre y de inmediato compartió la buena nueva con su madre. Los días de angustia habían llegado a su fin para el doctor. Su padre volvería a casa para seguir siendo el gran amigo, confidente y el mejor compañero de aventuras. La vida les permitía seguir escribiendo más capítulos.
“El mejor regalo para mí es la unión familiar y el poder hoy fortalecer los vínculos de padre-hijo. A mi papá decirle que lo quiero mucho y que me siga acompañando en más aventuras es una motivación para mí. Tengo solo gratitud hacia él por todo lo que me ha dado y sigue entregándome a pesar de los años”, concluye Marco, quien hoy mira de frente a la vida sonriéndole y agradeciéndole por esta segunda oportunidad de poder atesorar el amor paterno.