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Dom, Nov

Reflexiones y vivencias en cuarentena por el Covid-19

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ERP. (Por Elia Solís] Me acuerdo que por el 2012 hubo una ola de enfermedades por un zancudo: el dengue. Un animal chiquito, insignificante, que había estado desde antes de nuestra existencia y que habíamos aprendido a enfrentarlo con espirales de humo y con pastillas en un conector. En ese entonces parecía lo peor que pudo pasar. Recuerdo que mi hermana se enfermó y tuvieron que hospitalizarla, yo tenía tan solo 12 años y me parecía tan divertido poder entrar a hospitales y echarme a su lado para ver por los pasillos a gente desconocida. Era una niña, no sabía lo que pasaba. Pero de eso ya pasó tiempo. Fue una enfermedad moderada, a pesar que a causa del dengue muerieron cientos de personas, eso no le sucedió a mi hermana y simplemente lo olvidamos, pasó.

Esta vez fue diferente. Comenzó el año pasado. Llegó lento, invisible, mucho más diminuto que un zancudo, ¿qué puede ser más pequeño que un insecto? Un virus. Ya no fueron cientos de muertes. Fueron miles de miles. Y aún así muchos no entendíamos, ni entendemos, la dimensión de esta situación. ¿Cómo lucharla? El presidente de mi país dice que hay que luchar contra esta guerra del virus quedándonos en casa. Nos preocupábamos de la corrupción, de la moda, del dinero, de los celulares, del poder, del trabajo, de muchas otras tantas cosas y ahora no nos damos cuenta que eso ha quedado totalmente relegado a segundo plano, porque velar por la salud de tus seres queridos es lo más importante. Y créeme, lo es, yo lo sé.

Cuando estaba pequeña, yo veía a mi papá como un héroe, como toda niña de 5 años ve a su padre cuando te carga, cuando le regala su muñeca, cuando le toma de la mano, y solo pensaba, mi papá es el más fuerte de la tierra. Pero estaba equivocada. Nos hemos quedado en casa, nos lavamos las manos, usamos mascarillas si salimos. Hemos tomado todas las medidas recomendadas, porque realmente no nos cuesta nada. Y aún así, nos pasó, papá se enfermó. Si nosotros que obedecemos, nos pasó esto, ¿Qué te hace pensar a ti que sales sin alguna razón suficiente no te pasará? No es justo, pero ¿quién determina lo que es justo y no? Me enseñaron que la justicia es dar a cada uno lo que es suyo. Ahora sé, que lo único nuestro es cuidarnos, y esperar. Esperar.

Sé que hay muchas otras cosas que hacer: trabajar, estudiar y muchas otras cosas más. Yo tengo mis clases online, clases acerca de cine, marketing, desarrollo humano, inglés, derecho. El Derecho me ha enseñado mucho en este tiempo, me ha sido útil para sentirme más segura y hacer sentir segura a mi familia. Por ejemplo, la vez en la que mi mamá tenía que salir, después del toque de queda, porque tenía que conseguirle medicina a mi papá urgentemente, tuve que buscar inmediatamente los decretos en los que refería que en esos casos sí podía salir sin que la tuvieran que arrestar. O la vez en la que mis papás estuvieron a mitad de la calle a las 8 de la noche porque habían salido a esa hora de la clínica y me llamaron para orientarlos acerca de qué decir si los veía algún policía.

Se dice que en estos tiempos nuestros derechos han quedado “suspendidos y restringidos”. Sí, tenemos derecho a circular libremente. Pero si eso afecta tu salud, ¿por qué lo haces? Sí, tenemos derecho y necesidad de ir a comprar, de trabajar, de ir a un banco. Pero si eso no es extremadamente necesario y urgente, ¿por qué lo haces? Yo te digo porqué, porque no has visto a un ser querido postrado en una cama, enfermo, pidiendo un oxígeno que no se encuentra en el aire, sino que cuesta. Y todo esto, créeme, cuesta más que dinero.

Elia SolísReflexiones y vivencias en cuarentena por el Covid-19

Me siento con mi hermana a ver televisión, nos reímos, pero por ratos me pierdo y deseo no pensar más, es ahí cuando me sumergo más en las películas que miro y deseo, deseo, deseo que fueran verdad, para salir de la realidad. Es difícil. A veces estamos en el cuarto de mis papás charlando, como si habláramos de sus nuevos logros, de las buenas noticias que algún familiar o amigo nos haya avisado. Pero conversamos de lo que le dijo el doctor, de sus sufrimientos, de sus malestares. De la vez que llamó su hermano para ver cómo estaba o de la otra vez que se comunicó con un amigo para que le recomiende un remedio. Los siento cerca, a amigos y familiares, siento su cariño y comprensión, sé que rezan y eso me anima. Me anima ver que se preocupan por él, que intentan hacer que todo esté bien. Y yo sé que lo estará. Solo queda esperar.

Diario El Regional de Piura
 

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