ERP. Entre 1879 y 1883, el Perú se vio conmovido por una coyuntura circunstancial, que alteró drásticamente la economía, lo social, lo cultural, y lo político, de los peruanos de fines del siglo XIX. Esta guerra no solo fue testigo del enfrentamiento entre los ejércitos de dos países vecinos, también fue testigo de hechos heroicos, donde hombres y mujeres aparecen aureolados con destinos ligados a la defensa de su heredad.
Por Miguel Arturo Seminario Ojeda
Secretario General del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú
El Perú es una patria milenaria, de raíces profundas que van más allá de Caral, y de otras civilizaciones, que hoy conocemos movidos por el afán de reencontrarnos con nuestro pasado, con ese ayer, donde hombres y mujeres inscribieron páginas sucesivas asociadas a los logros de su tiempo, y orientadas al futuro de la tierra en la que vivían.
A fines del siglo XIX, América, el continente que se encontró con el viejo mundo en 1492, rompió una vez más la paz por la que se venía luchando desde la independencia, una guerra alteró la tranquilidad de peruanos, chilenos y bolivianos, que se enfrentaron, en cuatro años de lucha y hostilidades que se prolongaron hasta la firma de la paz definitiva.
Uno de sus mayores protagonistas en el lado peruano, fue don Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, como lo destacan todos los libros de Historia, cuando esta se escribe sin apasionamientos, y a partir de la ecuanimidad que dominan, quienes se esfuerzan por recrear el pasado trascendente, de manera rigurosa.
En 1947, Zoila Aurora Cáceres siguió un proceso por difamación y Calumnia hecha a su padre, por Jose Dulanto Pinillos en su publicación sobre Piérola, de 1947. El proceso llegó al tercer tribunal convencional y a la Segunda Sala de la Corte Suprema.
Zoila Aurora estaba contrariada porque Dulanto Pinillos afirmaba que ni Cáceres ni Morales Bermúdez tenían seguridad del afecto popular, y porque ponía como sospechoso de envenenamiento de Morales Bermúdez a Cáceres.
El Fiscal de Corte Suprema hizo ver que el estudio de Dulanto Pinillos no era ni justo, ni imparcial, ni sereno, por lo tanto no era histórico sino un relato apasionado, que entrelazaba a un personaje y denigraba a otro. Incluso basaba la sospecha de intento de asesinato, en informaciones chilenas.
Retractado de su infame acusación, la Corte suprema lo absolvió en 1948, destacándose en medio de este proceso, la defensa que hizo Zoila Aurora Cáceres Moreno, la escritora y feminista, en defensa de su progenitor.
Cáceres, “El brujo de los Andes”, equivale a una de esas montañas inamovibles, que se destacó en Tarapacá y otras acciones militares de la Guerra del Guano entre Chile y el Perú, en ese episodio de defensa de la integridad de la patria peruana, motivo por el que hoy estamos congregados como un justo homenaje a esta figura imperecedera.
Nosotros estamos en el siglo XXI, o siglo del conocimiento, con una manera diferente de hacer las cosas, con una sociedad llena de renovados valores, donde los nuevos protagonistas de la historia, es decir, los que están relacionados con los hechos individuales y sociales trascendentes, asumen roles que van dejando un testimonio de las diferentes facetas de la cotidianidad, que por ser muchas veces coyunturales, se convierten en motivo de cambios y alteraciones sociales, que a veces rompen los paradigmas a los que estamos acostumbrados.
En la segunda mitad del siglo XX, entre 1979 y 1983, los peruanos rememoramos un conjunto de fastos de la Historia nacional, asociados al protagonismo de un gran número de connacionales que murieron defendiendo a la patria, yo me pregunto ahora, como reaccionaremos los peruanos si sufrimos un problema similar. Cuál será nuestro comportamiento frente a una situación parecida.
Cáceres perteneció a una generación especial, que nos hace comparar a la suya con la actual, estamos seguros, que en su tiempo se protagonizó la socialización de los hombres y mujeres de esa generación, con valores, como el heroísmo; estudios de la Historia como ciencia, específicamente, de su ramas de historia la vida cotidiana y la historia de las mentalidades, nos permiten encontrar una explicación.
Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, es uno de esos hombres asociados a la experiencia de la Guerra con Chile, nacido en Ayacucho, en medio de un entorno social, en el que primaba una educación en valores, a partir de sus grupos primarios más cercanos: la familia, los amigos, los maestros, la feligresía, y todo cuanto le permitió cultivar ese amor por la patria, práctica que lo coloca en el lugar singular por el que hoy lo estamos recordando.
Cáceres es de esas personas que nunca mueren, es uno de los hombres que ha trascendido al tiempo, lo ha vencido, es un personaje al que no le hacen falta monumentos de palabras para decir lo que sentimos, las expresiones sobre él, por muy simples que fueren, no hacen sino fortalecer a un recuerdo imperecedero que se ha quedado para siempre en la memoria de todos los peruanos.
A veces escuchamos que con mucha necedad se insiste en llamarlo Andrés Alfredo, siendo documentalmente Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, y no Andrés Alfredo como a veces lo nominan, Don Andrés Avelino se ha convertido en un paradigma entre los peruanos, es un modelo para los que viven en su patria, heredad que el defendió con actitudes heroicas que lo ubican en un lugar singular de la historia nacional.
Como Andrés Avelino lo conocemos porque así se registra su nombre en documentos primarios asociados al personaje, documentos generados mientras él estuvo vivo, incluso en las declaraciones de filiación que hacen sus hijas al momento de casarse, y cuando registran la defunción del personaje que hoy evocamos.
También así se registra en diferentes documentos relacionados con su foja de servicios, en sus datos contemporáneos, en los documentos oficiales, donde claramente se dice Andrés Avelino, no hay documento de su gestión presidencial, que no esté rotulado como tal, como se refleja en los cientos de documentos que sobre el personaje existen en el Archivo General de la Nación, en el Archivo Histórico Militar del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú, y en la Biblioteca Nacional de Lima.
Si realmente hubiese sido Andrés Alfredo, el mismo don Andrés Avelino, hubiese protestado por llamársele como no correspondía. Aluden al nombre no correspondiente, los que queriendo interpretar que la A. cuando firma Andrés A. equivale a Alfredo, pero jamás presentan documento sustentando esa afirmación, documentación, que es lo que exige la Historia como ciencia, cuando se trata de recrear un hecho histórico individual o social, solo hay presunciones y nada más.