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Sáb, Nov

Las dos pajuilas

Miguel Arturo Seminario Ojeda
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Por: Miguel Arturo Seminario Ojeda. Cuando consultamos por la palabra pajuila en internet, nos remite a paují, cuyo significado en el DRAE es, “Ave de la América tropical, del orden de las galliformes, de cuerpo robusto, cola larga y cresta de plumas eréctiles hacia adelante, coloración negro lustroso con abdomen blanco, cera amarilla que sostiene una prominencia bulbosa, piconegruzco con punta clara y patas grisáceas”.

Pero en Piura se conoce con este nombre a las gallinas y gallos que no tienen plumas en el cuello, y aves de todos los colores, que con el pescuezo descubierto y bien colorado, se pasean por los gallineros, a veces con un aire más señorial, que el del “Caballero Carmelo” ese del valle del Caucato, en Ica, que tanto impresionara a Abraham Valdelomar.

En otras partes del Perú, a los gallos pajuilos se les llama cariocos, palabra recogida, considerada ya por el diccionario de peruanismos de reciente edición (2016), definiendo a las cariocas, como raza de gallinas, que tiene el cuello y la parte inferior de la cabeza sin plumas, los gallos, por supuesto, tienen muchas plumitas en la cabeza, que hasta parecen uniformados con penacho multicolor.

Y a qué viene todo esto de las gallinas pajuilas? Porque de pronto se me ocurre escribir sobre estas aves de cuello resaltante, que llaman la atención a quienes las ven por primera vez. Todo tiene que ver con una anécdota, de esas que provocan la risa entre sus protagonistas, y quizá cuando usted las lea, se reirá un poco, como me tocó reír dos veces, una en Tambogrande, y otra, en una fiesta donde había un buen grupo de señoras querecotillanas, alla por los años 70.

En ambos casos ocurrió lo mismo en diferentes fechas, las fiestas de matrimonios o bautizos obligan a las personas a emperifollarse con lo mejor del ropero y de los joyeros, pulseras, brazaletes, sortijas, collares, gargantillas, de oro o de fantasía fina, pero hay que ponerse algo, porque eso es parte de lo que distingue a las personas en ceremonias y actos especiales: lo que llevan puesto.

Todas las mujeres de Tambogrande y de Querecotillo estaban bien puestas, peinados bombee a lo Grecia Monasterio, y moños a lo Socorrina Zapata, y no faltaban los cerquillos a lo Francisca Gallo, y las colas de caballo a lo Nina Ortiz; pero por sobre todo, más que las manos, y las muñecas, esta vez, lo que resaltaba eran los cuellos femeninos con mil y uno aderezos que reflejaban el poder adquisitivo y el rango socio económico de las damas de ambas villas.

De pronto, entró a Querecotillo Altagracia Merino, y a Tambogrande Meli García, sin conocerse, y en ocasiones distintas, pero con la misma característica las dos, no llevaban nada en el cuello, estaba pelada la nuca, y con escotes de marca mayor; no hubo necesidad de verlas desfilar en una pasarela para que llamen la atención, era notorio el contraste de estas señoras con las otras asistentes, y no faltó una jocosa en las dos villas, que a boca chiquita comentaba, “parecen gallinas pajuilas”.

Y las dos pajuilas con cuerpo humano, ni se percataron que habían provocado una risa general, bailaban sin parar mientras docenas de miradas apuntaban la vista hacia sus cuellos desplumados, al decir de una querecotillana “esos pescuezos herían la visión”, ocurrírseles ir sin nada en el cuello, les parecía inconcebible, pero las pajuilas, ni por enteradas, hasta los años 80 en que les conté lo sucedido.

A los hombres sin corbata no se les puede decir que parecen gallos pajuilos, porque siempre el cuello de la camisa y del saco, sacan del apuro. Seguro que en el sur las dos señoras habrían sido las cariocas, las mujeres de “cuello desplumao”.

 

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