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Sáb, Nov

De viva te la das porque muerta no estás

Miguel Arturo Seminario Ojeda
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Por: Miguel Arturo Seminario Ojeda. Cuando Grecia Monasterio aceptó ser parte de la organización de sus bodas de oro promocionales, nunca se imaginó, que la risa, lejos de ser permanente carcajada, iba a tener un rato de desconsuelo, todo estaba programado con el gran inicio un suculento desayuno, de esos de “llénate Pancho”, sobre todo para las que venían de Lima, por la falsa idea de que en la Capital de la República se juega a la comidita.

La vida tiene dos aristas, risa y llanto, vida y muerte, triunfos y fracasos, y así, por donde se le mire, hay una permanente dicotomía, de feos y bonitos, o de borrachos y abstemios, porque la vida es así, y a veces lo que no se programa se torna en trágico y a la vez cómico, como en el teatro, donde lo tragi-cómico tiene su lugar.

Las promocionales de la Escuela Normal de Mujeres de Sullana, estaban empezando a llegar y a llenar las mesas de un conocido cafetín, cuando una de ellas, con más cara de muerta que de viva, no podía hablar del susto que traía encima, y casi dando gritos medio desgarradores, repetía de manera inentendible, que una de sus compañeras, Martha Millela Ordimales había muerto.

¡Muerta! Fue el grito que salió del pecho de Grecia, no puede ser, Marthita no está muerta, pero la sollozante no admitía dudas, era la propia hija de la difunta la que había transmitido la fúnebre noticia; las lágrimas caían sobre los tamales, la patasca se quedó arrinconada, el queso de cabra fue replegado, nadie quería comer, pero eso sí, el dueño del cafetín exigió la paga total, se consumiera o no, porque él no tenía la culpa que Marthita se fuera a mejor vida.

Tras el llanto general, y los sollozos de las presentes, y la promesa de venir a recoger lo no consumido al mediodía, decidieron continuar con el programa de Misa por las almas de las compañeras fallecidas, y a la lista ya entregada, sumaron el nombre de Martha Millela, que ya descansaba en los mundos etéreos del más allá.

Nadie quería comer, pobre desayuno, parecía un mondongo serrano, proscripto de ser consumido, que de haberlo sabido algún perecido, se hubiese cruzado por el cafetín para comer por las dolientes, que no cesaban de llorar y lamentarse por la inesperada partida.

Terminada la Misa, celebrada cerca de la casa donde velaban a Marthita, la mitad fue directamente al cementerio para terminar las coordinaciones por el responso de las almas que yacen en el cementerio San José, y las otras, previa discusión con las dirigentes, tomaron tres mototaxis para abrazar a los hijos de la muertita.

Grecia iba en una mototaxi con Zulema Alva, y Mariquita Ciprino, en otro, en el segundo iban las tres carabelas, grupo al que llaman así, cariñosamente las maestras, porque están casadas con marinos, que siempre las han tenido en altamar; y, al mismo estilo de Ricardo Palma, cuando narra que doña Estatira, la mujer del escribano, fue la primera en romper el llanto, Grecia estaba lista para llorar a gritos, y para desatar a borbotones, el nudo atrancado en el pecho, pese a que había desayunado como pajarito. 

De pronto, la tutuma de todas empezó a dar vueltas en 45 revoluciones, un clon de Marthita estaba al pie del ataúd, doliente y pensativa, sin lugar a dudas, pensaron todas, se trataba de una hermana de la muertita, porque siendo varias, algunas resultaban muy parecidas entre sí. Hasta entonces, las tres carabelas eran las que más llamaban la atención, lloraba la Niña y lloraba la Pinta, y daba de gritos la Santa Maria, las Tres carabelas dolientes estaban, y quizá no dejarían de llorar sino hasta la madrugada.

De pronto, Elsa Torracas se dio cuenta que no era un clon de Marthita la que estaba al lado del cajón, y empezó a gritar desesperadamente: está viva, viva, viva, mientras los acompañantes pensaban que se habían escapado del manicomio, no podían entender que el llanto se convirtió en risa, Marthita no estaba muerta, ni era el día de la resurrección del juicio final, la supuesta difunta estaba vivita y coleando.

Las tres carabelas, repuestas del susto, estallaron juntas en gran carcajada, alzaban los brazos a la muerta que estaba viva, y tanto subirle y bajarle la extremidades, Marthita parecía fuelle de un caldero de soldador, de esos que soplan en la fragua para atizar el fuego; ese sube y baja de los brazos, señal de contentamiento de las que la contaban difunta, no era comprensible por la muerta que estaba viva, pero sus brazos subían y bajaban, mientras sus amigas proclamaban en coro: ESTA VIVA, ESTA VIVA, llenando de más incertidumbre a los acompañantes, que estaban lejos de saber la causa de la alegría de las recién llegadas.

Cuando Martha Millela capto la dimensión de lo vivido, recién entendió lo que la incertidumbre le había llevado a sospechar, que la tomaban por muerta, y por las dudas de ser realmente difunta, empezó a pellizcarse ella misma, no vaya a ser que ya fuera alma de otro mundo, y al poco rato, de tanto pellizco, estaba más morada que camote para cebiche de caballa.

En el Cementerio San José, las dolientes que no pudieron ir a la casa del velatorio, no comprendían la cara de jolgorio con la que regresaron Zulema Alva, Grecia Monasterio y las Tres carabelas, que cual cascabeles arrojaban burbujas de alegría por cada poro de su cara, de pronto Zulema Alva empezó a gritar de nuevo, ESTA VIVA, ESTA VIVA, y las demás entendieron el mensaje.

De tanta carcajada, los muertos del San José casi se levantan de la sepultura sin esperar el día del juicio final, los despertaron antes que sonaran las trompetas de los arcángeles del día de la resurrección; y cuando hacían el responso por las compañeras fallecidas, Igual las gano la risa, porque en medio de las letanías, todo era un jajaja, de modo que la gente que pasaba las tomó por locas, o por sacrílegas riéndose en medio del camposanto.

Lo que no saben las promocionales de Martha Millela, es que ella va a enterrar a más de la mitad de las que quedan vivas, y al saberlo, seguro que hoy mismo, empezaran a temblar de terror, y a pensar en quien será la siguiente.

 

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