Por: Miguel Arturo Seminario Ojeda. Que las mujeres del Valle del Chira son grandes batalladoras, quien puede decir lo contrario, se sabe de ello en todos los tiempos, alguna vez sabremos más. Ya una oportunidad recordamos a los lectores de El Regional Piura, que una intrépida capullana, subió al barco de Francisco Pizarro en su segundo viaje, desafío con visos de heroísmo, porque era impredecible lo que podía suceder a continuación, sin embargo, esta señora, reina en su lugar, fue lo bastante valiente como para protagonizar este suceso.
Decimos bastante valiente, porque estamos seguros, que si de pronto, una flota de naves de otros planetas vienen a la tierra, muy pocos querrán aventurarse a subir en ellas, porque si de pronto arrancan, se llevan con ellas al pasajero hasta las dimensiones donde habitan. Y esto pudo pasar con las capullana, que se expuso a que Pizarro la llevara a España como rehén, o que incluso pudiese morir dentro de la nave.
Este carácter asociado a la valentía, al coraje, y a otros rasgos de personalidad, está en todas las mujeres del Valle del Chira, pobres y ricas, rurales y urbanas, letradas e iletradas, católicas y no católicas, pero por siempre mujeres de fuerza y coraje, como se ha dicho en varios estudios antropológicos, analizando el rol de las mujeres dentro de la familia.
Recordemos que con los impuestos pagados por las chicheras de Catacaos, siguió funcionando el Colegio San Miguel, después de la Guerra con Chile; esas mujeres trabajadoras, cuyos hijos quizá no iban hasta la única institución de secundaria para varones en Piura, fueron las que con su trabajo aportaron, por decisión del gobierno, para que el colegio siguiera en funciones.
A cuántas viudas hemos visto asumir el rol de jefas de familia, cuantas piuranas han sido padre y madre para sus hijos, muchas, por eso nuestro reconocimiento, a todas ellas, ahora que seguimos reflexionando sobre el rol de la mujer en la sociedad.
Pero si hubo mujeres destacas en el mundo prehispánico del Valle del Chira, también las hubo en el virreinato, como fueron Juana Mayor, y Teresa Sáenz Bretón de la Roca, agricultora la una, y encomendera la otra, con ellas en el siglo XVI, están Ana Lacacha e Isabel Sócola, las cacicas que tuvieron que experimentar las disturbaciones sociales provocadas por las reducciones de indios de origen toledano, que las obligó a vivir en conglomerados sociales diferentes a los suyos.
En la república, los casos no son pocos, una diversidad de ejemplos nos permite medir el temple de acero de las mujeres del Valle del Chira, que seguro es el mismo de todas las piuranas y de las peruanas, y quizá de todas las mujeres del mundo, que ahora, en la celebración del Día Internacional de la Mujer, reflexionan junto a los hombres, para que esa sociedad que les retrasó el ejercicio de muchos derechos, se consolide en una sociedad democrática, que se perfecciones cada vez más a partir de criterios de igualdad y respeto mutuo.
Hoy podría mencionar a miles de mujeres, pero entre todas ellas, quiero hacer un recuerdo especial por Amalia Carnero Checa, Marcela Ruiz Carnero, Lucía Gallo Camacho, Adelinda Merino Pérez Ases, Carmen Cardoza de Morales, Carmen Arrese Pachérrez, Carmela Zapata de Sánchez, Irene Izquierdo Ríos, Rosa Rey Ojeda, Florencia Vargas Rey, Chalena Vásquez Rodríguez, Carmen Adelinda Cruz Delgado, Teresa Otoya Ojeda, Flora Córdova Criollo, Lola Cruz Merino, Amparo Tizón Cruz, Manuela Arellano Roa, y de manera especial un recuerdo por mi madre que nació el 8 de marzo de 1930.