ERP. (Por: Miguel Godos Curay) La cuarentena ha conseguido lo tantas veces invocado y pocas veces cumplido en la escuela, la familia y la Iglesia. El comunicarnos más cara a cara. El almorzar y cenar juntos. El compartir el juego amable. El asumir el rito de la siesta interminable. El sentir, crudamente, las angustias y los pesares. El vivir las necesidades y buscar soluciones creativas para el ahorro. El repentinamente ser buenos y solidarios con los otros. El sentir el sabor del agua fresca y el pan de la mañana cuyo sabor habíamos olvidado. El miedo desnudo frente a los abuelos y la higiene superlativa en todo lo que hacemos y emprendemos. La decepción frente a quienes creen que incumplir la ley es un malabar en la cuerda floja.
El descubrir que los de antes ya no somos los mismos y nos atemoriza ese uso desproporcionado del teléfono celular. Cada uno metido en su casa pero pendiente de esa sutil chismografía en la redes sociales en donde jovencitas boquiabiertas contorsionan sintiendo el calor del hogar como una insoportable prisión. Y ante estos días sombríos el vivir enmascarados para evitar el contagio practicando con jabón el deporte de Pilatos. Lavarse las manos. En las redes sociales se escribe y poco que se habla. La grosería patética ocupa el lugar de lo que podría ser una entrevista con los hijos ausentes y los parientes lejanos en el lugar más apartado del planeta.
Hemos vuelto por grado de fuerza al hogar. Estamos estacionados con el ánimo a cuestas pero no vencidos. El sentir una guerra declarada con armas invisibles es una experiencia extenuante que empuja al tedio y el aburrimiento. En contraste el placer en los que leen imparablemente. Nunca antes se religó la familia. Nunca antes aprendimos a valorar el tiempo perdido. Nunca antes comprendimos la grandeza íntima de la proximidad familiar.
En este caleidoscopio de emociones intensas afloró esa alcantarilla a borbotones de juicios de valor e insensatas opiniones. La arremetida de opinólogos, cojudólogos y sabelotodo no se detiene. La supina ignorancia en todo tiene apariencia de seriedad. Mucho más emociones que razones. Goebbels, el padre de la propaganda nazi se sentiría de plácemes, con la inaudita inoculación de la angustia, desesperación y desconcierto manipulando mentiras de todo tipo en los medios de comunicación. O pontificando sobre los portentosos efectos de los antiguos remedios caseros de la abuela como el ajo, el limón, la palta, la yerba luisa, la manzanilla, la cascara de plátano, la pepa de guaba y el toronjil como antídotos para la pandemia. Sin contar el caldo de aceituna que ahora protege contra los bíblicos males. Inventar soluciones sigue siendo un portentoso negocio.
Internet es el protagonista de un tsunami incontrolable de mentiras por los medios de comunicación social. Los diarios disminuyeron páginas y adelgazaron de pronto anticipando una crisis provocada por la escasez de papel. A contrapelo en los mercados la buena gente compra papel higiénico en cantidades imaginables como si se fuera a producir el ultimo cague de la historia.
Un inventario de estupideces de los nuevos y estrechos dueños de la verdad se apodera de las redes sociales. Nunca antes la verdad se disolvió como agua sucia en el torrente de los acontecimientos cotidianos. Faltas de ortografía y sintaxis abundan en los textos y desnudan el mal uso de la lengua en particulares formas. Hoy las nuevas tareas son el limpiar los recovecos de la casa. La gratuita jardinería. El ordenamiento de lo desordenado. El hallazgo de tantos objetos inútiles ocupando espacio como en esas pueblerinas ferias que amontonan todo y nos muestran el hacinamiento con el que convivimos cotidianamente. El trastero se puso de moda.
Sucede siempre, los beneficiarios de las ayudas del Estado amanecieron haciendo cola en los bancos. Hubo carenciados con necesidades reales pero también falsos con disfraz de pobres. Vivarachos pidiendo ayuda porque la ocasión es propicia. Y no demora en desatarse como en ocasiones anteriores legiones de mendigos. A río revuelto buscar ganancias a como ha lugar, es la nueva gimnasia nacional.
Una inexperiencia inolvidable son las calles aseadas y desinfectadas. Las colas ordenadas. El alcohol en gel para usar el cajero. La desinfección de los zapatos. Los buses sin pasajeros de pie y con sorprendente comodidad. En todo ese escenario no estuvieron vacíos los mercados. Ordenados de pronto con el uso obligado de la máscara y guantes
Sacamos 20 en aseo. Los precios fluctúan no por la oferta y la demanda sino por olas especulativas que se diluyen en la mar en calma. El forado en la economía regional, nacional e internacional a estas alturas es enorme. Las pérdidas cuantiosas, por el efecto dominó de la economía, se trasladan a todas partes. La recesión se vislumbra y los recursos del Estado para atender a los más necesitados crece geométricamente. Los más afectados son los actores de la economía informal subordinados a los beneficios del momento sin fondos de reposición de sus productos. Comen de lo que venden en el día. Hoy no tienen nada que vender.
En tiempo de cuarentena las ventas se desploman. Pese a las dificultades los mercados hasta hoy disponen de productos a precio variado. Las amas de casa prefieren concurrir a los mayoristas en busca de mejores precios. De pronto nos hemos refugiado en potajes olvidados pero con sabor tradicional al momento del almuerzo. En estos momentos duros afloran profundos sentimientos religiosos y la serena confianza que el mal tiempo va a pasar. Otros citan el apocalipsis e invocan arrepentimiento. Pero también hay quienes sin miramientos sólo esperan que esta pandemia arrase con los abuelos. Estas páginas de la historia serán escritas con sangre sudor y lágrimas.
Ahí estamos aturdidos, agotados, desencantados, aburridos otros deprimidos, otros enchichados desafiando la autoridad. Si quince días parecen una eternidad como serán los años interminables de carcelería. Nuestra profunda gratitud a los médicos, enfermeras, policías, soldados, gobernantes y a todos los conductores, comunicadores responsables, comerciantes y ciudadanos que con dignidad y decoro enfrentan el momento y asumiendo que la solidaridad humana no es una virtud postiza o una obligación forzosa. Sino una donación personal en la que la vida se ofrenda por el desinteresado afán de servir a los demás. ¿Les parece poco?