ERP/N.Peñaherrera.En 1997, estudiaba el último año de carrera y tenía que hacer un trabajo de Diplomacia Pública, es decir, la habilidad de orientar los medios de comunicación locales para la promoción internacional de un país, o una región dentro de un país, destacando su identidad.
Dos años antes, conocí Huancabamba y cómo sus estaciones de radio tenían programaciones simultáneas en AM o FM, y en onda corta.
Para no marearte con tecnicismos, es un sistema de transmisión de radio, que, sin necesidad de satélites, te permite disparar una onda tan 'densa', que choca con la estratosfera y rebota tanto que le da la vuelta al planeta.
Eso nos dio la idea de potenciar la programación de las estaciones de onda corta en la sierra de Piura para promover la imagen, al menos, de la región: hacer Diplomacia Pública.
En esos viajes de investigación, estaba en la casa de mis abuelos, en Ayabaca, cuando una rara canción comenzó a sonar por la radio. Los noventa fueron la década de las letras ampulosas, cuando de pronto "en mi escritorio me senté a escribir, en mi dormitorio me puse a llorar" me sacó de cuadro.
Mi tía Georgina, entonces, comenzó a hablarme maravillas de esa revelación de la música tropical-andina-piurana, Corazón Serrano.
No había viaje que hiciera a la sierra de Piura que su música no sonara por el parlante del ómnibus (ruta Piura-Huancabamba), o en las calles de sus pueblos.
Para ser honesto, tolero y bailo la cumbia, pero apenas tengo una en la memoria de mi celular. El resto es rock, pop y country; una que otra balada, algo de latin pop. En fin.
Cuando supe el domingo sobre el deceso de Edita Guerrero Neyra, una de las cantantes de Corazón Serrano, se me vino aquel episodio de la cocina de la casa de mis abuelos.
Me metí en YouTube –que en 1997 no existía- y busqué aquella versión que me sacó de cuadro. La hallé, y, en silencio, la escuché como homenaje al empuje y talento piuranos.
Sonará cómodo lo que pondré, pero fue la primera vez que esa melancólica melodía. Que difícilmente podríamos identificar con otro lugar del mundo, me sonó dulce y hermosa.
Recordé aquel sueño de universitario, de usar satélites y onda corta, además de la naciente Internet, para llevar esa cultura por todo el mundo.
No lo logré.
La Internet se esparció más que espuma, hizo que los broadcasters se convirtieran en una minoría aplastada por la democracia de los webmasters, como tú o yo, si tenemos una cuenta de video o audio en línea.
Lamento que la muerte de Edita nos haga dar cuenta de la riqueza cultural que ha evolucionado en nuestra sierra. Pero tampoco es tarde: sería bueno que la conozcamos más, no como fanáticos o fanáticas, sino como parte importante de nuestra identidad.
Y ahora que ya casi no se usa el "maldito lapicero" o el "maldito papel", no hay justificación para no saber un poco más.
(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)