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Mié, Nov

Cuando el apagón te recuerda lo que significa libre competencia

Nelson Peñaherrera
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ERP. Tuve una emergencia con la computadora hace poco. Una mañana que hubo dos cortes de energía eléctrica con lapsos de no más de veinte minutos aquí en Sullana, al encender la máquina tras la segunda interrupción, quise trabajar con los parlantes –esto de hacer televisión me está haciendo consumir un poco más de YouTube que antes—, habían perdido ganancia.

Por: Nelson Peñaherrera Castillo

Si no te son familiares algunos conceptos de sonoplastía, el arte de crear arte mediante el sonido, se llama así a la cantidad de volumen básico que emite cualquier aparato sobre el que tú puedes agregar o quitar a discreción según la experiencia auditiva que busques. En mi caso, mi parlante se había quedado sin la posibilidad de graduar tal volumen y para escuchar algo, tuve que elevarlo al máximo.

Lo que conseguí fue tener alguna lectura del sonido básico, aún en estereofónico (por ambos parlantes), pero con un ruido en primer plano como si alguien estuviese estrujando papel celofán. Si eras de los que hacía sus antorchas al modo artesanal, aún debes recordarlo. Lógicamente, ese ‘scratch’ –que así se llama el ruido y que no necesariamente tiene que ver con la selección brasileña de fútbol—me incomodaba el trabajo, por lo que me puse a revisar en mi directorio con quién contaba para reparar el desperfecto.

Llamamos al técnico de cabecera de la computadora, pero nunca respondió. ¿Aún sería su número? Le dejé mensajes en su chat de Facebook. Tampoco dio señales de vida. Mientras tanto, traté de ver si podía repararlo por mi cuenta, pero tras probarlo todo, entendí que el problema no era mi parlante, menos mis audífonos sino la salida de sonido desde la unidad central de proceso (el CPU), entonces mis conclusiones preliminares fueron que el apagón podría haber desconfigurado algo y quizás había que mover un comando en el panel de control. La otra posibilidad, más aterradora, era que la tarjeta de sonido o, peor aún, la placa madre se hubiese quemado.

Sí, la cosa era ya como para meter a la máquina a cuidados intensivos con riesgo de que colapsara en el intento. Pero, luego de apagar y encender al aparato un par de veces, caí en la cuenta de que si fuese la placa madre, ni siquiera podría levantar el sistema (la computación no se maneja con magia ni sentimientos, sino con código binario: sí, no). Por lo tanto, pensé en que algo malo le había pasado a la tarjeta de sonido.

Puse un estado pidiendo auxilio en Facebook que-todo-lo-sabe (bueno, lo ignora, les diré) a ver si alguien me respondía, pues hasta entonces, el médico de la PC seguía más perdido que Marco (el de la historieta, no mi amigo) en Día de la Madre. Alguien me respondió etiquetando a varios contactos que se dedican al rubro de servicio técnico de computadoras, pero nadie se comunicó. Entonces pasé la voz a mi equipo de trabajo, y me sugirieron contactar a algunos profesionales.

A uno, que no sé si ve temas informáticos o da consejería motivacional, o las dos, lo llamé hasta tres veces pero nunca respondió. A otro recomendado, sí logró contestarme pero con media oreja en su teléfono y la otra mitad quién sabe si reparando alguna máquina, y en base a la descripción del problema, diagnosticó que mi tarjeta de sonido realmente podría haberse estropeado (ENOSA, luego te paso la cuenta cuando la repare). Y fue entonces cuando llegó a otro teléfono de mi casa una llamada inesperada.

Se trataba de Juan Félix, un amigo y compañero con quien habíamos trabajado algunos artículos de FACTORTIERRA en años pasados, y que dijo responder a mi “batiseñal” (¿en serio?) planteándome la misma solución que el único técnico que me había contestado. La pregunta del millón era desde cuándo Juan Félix se dedicaba a las soluciones informáticas. Que yo recuerde, sí, maneja software; pero ya estos temitas… bueno, honestamente no le conocía esos talentos. El caso es que me propuso esas dos mismas soluciones, quiero decir o intervenir la tarjeta de sonido o habilitar algún accesorio que recuperara la capacidad de la máquina para generar sonido como siempre.

Opté por Juan Félix en últimas. Digo, cuando la solución supuestamente certificada cuesta el triple y recién se aparecerá en casa dentro de dos días (necesitaba acción urgente), con el riesgo de que lo olvidara o se demorara, pues, la decisión no era tan complicada de tomar. Que conste que primero opté por la salida certificada y recomendada pero no me sacó de apuro; elijamos entonces la salida familiar e inmediata. Se llama libre competencia: el cliente es quien finalmente toma la decisión de compra con plena libertad tras analizar todas las posibilidades.

¿Y fue una buena decisión? Pues, para resumir el cuento, Juan Félix puso un aditamento en uno de los puertos USB del CPU, y la máquina comenzó a sonar mejor que antes, purita alta fidelidad; aunque esta vez por precaución apago la computadora cada vez que la abandono. Digo, con Enosa uno nunca sabe. Esa fue la buena noticia; la mala es que definitivamente sí necesitaré cambiar no solo mi tarjeta de sonido sino mi placa madre si es que quiero corregir el problema completo. El cambio casi cuesta otro CPU.

La moraleja de la historia no solo es que la ayuda viene siempre del sitio más insospechado y tienes que aceptarla, sino que lo bueno de la libre competencia es que cuando los grandes ni siquiera te contestan el teléfono, siempre habrá un pequeño que te ofrece la misma solución a un precio más cómodo. ¿Error del modelo? No. Es, más bien, descuido o ignorancia de quienes se benefician de él. Así es cómo nacen las grandes marcas: de los pequeños descuidos que cometen los gigantes. Y no es ‘sacar cachita’ por si acaso; es ley de mercado. Ya, si pierdes, no te quejes.

El problema es que en una sociedad mayormente administrada por los sentimientos, pensamos que éstos predominarán en el cliente a la hora de tomar decisiones. Podría ser. Pero cuando el cliente tiene urgencias, más que sentimientos, las decisiones se basan en tres criterios: seguridad, rapidez, disponibilidad. Y a veces no hace falta tener numerosos recursos para ser competitivo; basta saber dar soluciones eficaces cuando los problemas estallan: si Juan Félix sigue ofreciendo el mismo nivel de servicio, me voy a fidelizar. Así funciona. Tómalo o déjalo. Bienvenido al siglo XXI.

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Diario El Regional de Piura
 

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