ERP. El lunes 9 de noviembre de 2020, 105 de 130 congresistas votaron a favor de la vacancia del ex presidente Martín Vizcarra Cornejo. Solo se necesitaba 87 síes. El Legislativo señalaba al ex mandatario por presuntos actos de corrupción cometidos cuando era presidente regional de Moquegua hace alrededor de una década, caso que ya está bajo investigación del Ministerio Público.
Por Nelson Peñaherrera Castillo
Debido a que Vizcarra era, en realidad, el primer vicepresidente del Perú y la segunda vicepresidenta había renunciado tras la disolución del Congreso el 30 de setiembre de 2019 (tras su abortada juramentación), la línea de sucesión establecía que el presidente del Congreso asuma la primera magistratura nacional. Así es como Manuel Merino de Lama pasó a la Presidencia de la República, cargo que tomó oficialmente el martes 10.
Mientras el Congreso aplaudía en fanfarria, la calle comenzó a rugir poco a poco en desacuerdo. Parecía que solo se trataba de la Ciudad de Lima, pero no ha sido así. La mayoría de capitales departamentales, varias capitales provinciales (la mitad de las piuranas, hasta donde vamos sabiendo) y ciudades en Norteamérica y Europa se han plegado y se continuarán plegando, según la información que tengo a mano. Inicialmente fue contra la destitución de Vizcarra, luego contra la asunción de Merino; eventualmente, contra la clase política en general.
La prensa internacional ha destacado más estas movilizaciones multitudinarias que los dichos del nuevo régimen, y cuando le dieron micrófono, se lo restregaron en la cara. Los nuevos gobernantes han repetido que la demostración no es más que una respuesta azuzada por precandidatos a las próximas elecciones y/o por el brazo político de Sendero Luminoso, y que la concentración podía ser el foco de contagio para el coronavirus.
Es cierto que hubo algunos dirigentes políticos convocando e incluso marchando (que sí eran cuatro gatos), pero las decenas de miles de personas que asistieron se coordinaron mediante las redes sociales, y quienes no caminaron agarraron ollas y cucharones para protagonizar sonoros cacerolazos. Desconociendo el poder de la información en tiempo real, los nuevos dirigentes del país –cómo me cuesta decirle gobierno—alegaron que la población está desinformada y que la transición ha sido constitucional.
A la postre, nuevamente tenemos dos realidades como si se tratase de dos universos paralelos en un mismo tiempo-espacio: lo que dice la gente y lo que Ejecutivo más Legislativo dicen que dijo la gente aunque no exactamente dijo eso. Y tal confusión nos revela que el régimen no está leyendo lo que dice la calle. No te digo que le haga caso (sería lo ideal), pero que al menos sea objetivo en su lectura de la situación.
En el Congreso solito, los parlamentarios y las parlamentarias están navegando entre la ira, la negación y el temor ante la repulsa que la población les comenzó a transmitir de manera directa: ustedes no nos representan. Ya se lo venían diciendo de manera calmada hace algunos meses, pero esta vez la gente se lo espeta sin miedo (obviamente, sin aprobar los que aprovechan cualquier pequeña oportunidad para desplegar su vocabulario procaz, algo que es tan violento como el abuso político).
Fuera del país, la Organización de Estados Americanos está viendo con escepticismo la constitucionalidad del cambio de mando, la Organización de Naciones Unidas está llamando la atención sobre respetar el derecho a la protesta siempre que ssea pacífica, gobiernos de la región están mirándonos con una ceja alzada y sin mostrar un respaldo abierto, y con nuestras calificaciones económicas degradadas o a la baja. Y la pregunta lógica es: ¿qué viene ahora?
¿Quién es el jefe?
Manuel Merino juramentó (con una sonrisita socarrona lanzada al ahora presidente del Legislativo, que, a mí, particularmente, amerita un peritaje psiquiátrico) como nuevo presidente del Perú. Su jefe de Consejo de Ministros es Ántero Flores-Aráoz, un político de conocida trayectoria en nuestro país y de expresiones muy denigrantes contra la ciudadanía dichas, especialmente, en tiempos de crisis.
El nuevo premier convocó a un gabinete conformado por personas de mucha experiencia, demasiada para el propio Merino, y la pregunta que nos hacemos algunos es quién gobernará al Perú en la práctica. Según el ex ministro del Interior, el martes 10 el flamante presidente lo llamó para que pare las marchas. El ahora ex funcionario le dijo muy educadamente que ya no era titular de cartera. Si esto es cierto, ya revela cuán extraviado está el mandatario en la conducción de la república.
La agenda de Flores-Aráoz no es un secreto para nadie. Ya la desplegó cuando fue ministro durante la administración de Alan García, y mucha gente le está enrostrando la gestión de la crisis durante las protestas en Bagua, Amazonas, en junio de 2009: nativos y policías fallecieron tras una confusa operación de las fuerzas del orden. Y sobre su peso específico, comparado con Merino, es como si a mí me compararan con César Hildebrandt. Sí, salvando las distancias, de esa proporción hablamos. Sin embargo, el comediante Hugo Salazar ya ha creado un nuevo término para nuestro glosario político: anteromerinismo.
¿A qué representa el Congreso?
Si las bancadas en el Legislativo soñaban con continuar durante la gestión 2021-2026 (siempre que de veras se respete el calendario electoral), que se consigan un respirador y su balón de oxígeno porque desde la noche del 9 de noviembre han entrado en cuidados intensivos y en algunas ya casi no se percibe el pulso. De la manera más torpe (iba a poner estúpida, bueno, igual ya se me escapó), 105 legisladores y legisladoras firmaron la carta de defunción de sus partidos pegados con baba y movimientos desmovilizados.
Y como en todo ciclo de la vida, lo que muere le cede el paso y los nutrientes a un nuevo ser, y lo que parecían ser candidaturas embrionarias ya eclosionaron y han recibido una suerte de aliento-parlamentario-involuntario-extra que han comenzado a capitalizar bajo una estrategia que no tiene nada de secreta: si el Congreso no te representa, yo sí te voy a representar. Pero, el problema para estos bebés políticos (algunos de los que vuelven a usar pañal) es que la ciudadanía ha demostrado que ese cuento ya no se lo traga ni con agüita de azahar.
Operación Liberación
El Congreso, que parece no haber aprendido la lección (bueno, lo raro sería que aprenda algo), está aprovechando el pánico para impulsar la agenda populista que Vizcarra le bloqueaba a cada momento, y que ahora es la ciudadanía la que dice basta. Lo primero es tomar por asalto la Superintendencia Nacional de Educación Universitaria, deshollarla peor que carnavalón de año nuevo, parar los procesos de desaucio a las universidades no licenciadas, crear otras tantas y usar la Ley Universitaria como papel higiénico. Guarda, tía, que raspa.
Lo segundo es sacar de la cárcel a como dé lugar a Antauro Humala a pesar que hasta la ministra de Justicia, en un rapto de lucidez, dijo que eso no es posible porque nuestra ley lo impide; pero, en Unión por el Perú, donde aseguran haber descubierto la cuadratura del círculo o cómo juntar las paralelas, ya comenzaron una campaña para que el sentenciado por involucrarse en el asesinato de policías durante el llamado ‘andahuaylazo’ respire aire en libertad… y, agárrate Perú, porque su siguiente objetivo será darle golpe a Merino (lo que será puro teatro) tratando de aprovecharse del descontento de la calle.
¿Cambio de gobierno? ¿Nuevas elecciones? Pregúntenle a Nicolás Maduro, o mejor aún conversen con venezolanos que nos miran con el dedito diciéndonos “se los advertimos, se los advertimos, se los advertimos… lo que pasó en Venezuela va a pasar en Perú”. Qué rica cara tienes, qué ricas posaderas te manejas, les dijimos, y no nos fijamos en la advertencia que fraternalmente nos lanzaron. Ahí está, pues, nuestra xenofobia, sexismo y racismo pasándonos factura.
En este orden de cosas, al Legislativo se le ocurrirá que una manera de taparnos la boca es lanzando un nuevo paquete de bonos aunque eso genere un cráter en el Presupuesto General de la República que debe aprobarse el 30 de noviembre (que parece ser su verdadero botín). Ya estamos en déficit, es decir que lo que sale supera lo que entra, debido mayormente a la pandemia. El Congreso aún no tiene una idea siquiera rústica de cómo evitar el endeudamiento en el que irremediablemente entraremos, pero ya lanzó un globo de ensayo: el bachillerato automático para los universitarios y las universitarias que se gradúen este año.
Para que no se repita… otra vez
¿Perú califica como una dictadura? Merino y su gente se esfuerza en decir que la transición ha sido constitucional aunque el Tribunal encargado de esos análisis lo dirá extemporáneamente; mucha gente en redes sociales ya califica al país, dos décadas después, como un régimen de facto. Todavía tenemos libertad de expresión y hay libertad de prensa (si no, ¿cómo me lees?); pero las gestiones autoritarias han entendido que meterse con los medios es perder terreno ante la comunidad internacional (no cometerán la torpeza chavista, esperemos); puedes atacarlos, pero nunca les tapes la boca. … nada más, mételes perdigón.
Eso no quiere decir que estás viviendo en democracia. Quienes ya vivimos una o dos autocracias, encontramos en el régimen de Merino los mismos rasgos que Fujimori los tenía más marcados. La diferencia aquí es que no se trata de un autoritarismo personalista sino colegiado, es decir Merino y el Congreso. Por lo tanto, aunque el mandato dure ocho meses y se respete el calendario electoral, a mi juicio se trata de una dictadura, tenemos un régimen gobernándonos y la ciudadanía no está otorgando legitimidad.
¿Llegaremos a los extremos de Ecuador y Chile? No lo sé, pero creo que no. En Ecuador todo era manejado bajo el antojo de un gremio de aroma socialista y en Chile está claro que la izquierda lo estaba coordinando todo, hasta en los actos vandálicos a lo largo de Santiago; aquí la izquierda socialista quiso tomar protagonismo de la política, de un descontento popular, y el tiro le salió por la culata; de lo contrario el mensaje de rechazo a toda la clase política no sería la constante, aunque debemos tomarlo con pinzas de acero quirúrgico.
El problema es que si esta actitud de la ciudadanía se hace permanente, la gobernabilidad en el país se hará imposible. No se trata de que bajemos la cabeza para evitarnos problemas; para nada; lo que se trata es que afinemos al máximo, cuestionemos hasta cansar a las ofertas políticas existentes y les demostremos de manera firme y asertiva que el control del país no es suyo, pero que eso tampoco abra un espacio amplio en el que nosotros hagamos lo que nos dé la gana.
La anarquía no es la solución bajo ningún concepto, a pesar que algunas personas andan pregonándolo. De todos modos se necesita un orden, pero un orden acordado por consenso, en el que nuestros y nuestras representantes sean realmente representantes y no representontos o representontas, es decir que cuando ya están con el escritorio enfrente no sepan ni cómo usar un lápiz.
Si bien la clase política ha errado el rumbo, y con efecto, reconozcamos que fue porque le dimos el voto. Nos equivocamos también. No lo hagamos el 11 de abril: informémonos, comparemos, preguntemos, cuestionemos, participemos, no le pongamos cremallera a nuestros labios.
La pelotaza ahora está en la cancha de la ciudadanía y llegó la hora de que despleguemos nuestras mejores destrezas para golear a la pobreza, el dolor, la derrota, el autoritarismo, la mediocridad, la arrogancia, la pereza, el conformismo, la mentira, al Perú erróneo que está muriendo para darle vida a un Perú que va a florecer si tú o yo lo abonamos como es correcto. ¡Que viva la primavera!
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