ERP/N.Peñaherrera. Ya comenzamos esa etapa de la campaña electoral donde el espacio se asemeja más a una lavandería que a un ágora.
De pronto aparece mucha ropa sucia. En algunos casos con manchas imposibles de eliminar a pesar de la tecnología del detergente.
Y la que ya se lavó espera que un esquivo sol la caliente para eliminarle la humedad, se seque y la podamos planchar o guardar en la cómoda junto a la cama.
El caso es que las manchas casi siempre son aquéllas que en su momento se pudieron evitar, y que casi siempre son controversias legales. Desde problemas crediticios hasta una posible violación a un menor de 14 años, pasando por una gaseosa denuncia sobre posible financiamiento desde el narcotráfico.
Como sea, quienes votamos no deberíamos ignorar de qué manchas estamos hablando y de qué manera pretenden lavarse (y a quién pertenece la ropa, obvio).
es más: deberíamos estar con el ojo pelado para verificar el proceso de lavado, no vaya a ser que, mismo comercial de sacagrasa, se juegue con dos prendas exactamente iguales pero en unidades distintas, como lo especifica cualquier hoja de producción de video.
O que la persona que quiere lavar, refriegue adrede hasta hacerle hueco a la ropa.
En otras palabras, que no nos den gato pardo por gato angora.
Si bien es cierto, y en aras de la institucionalidad del país, debemos confiar en nuestras fiscalizadoras electorales, no debemos eximirnos, exonerarnos, restarnos, quitarnos de nuestra capacidad de fiscalización ciudadana con apego a la Ley... sí, no es que sea perfecta, pero siempre es mejor jugar de acuerdo a la regla en vez de patear el tablero o alguna canilla.
Aprendamos a buscar información útil sobre las campañas, comparemos propuestas, reflexionemos con mucho cuidado, y el día de la votación vayamos a marcar lo que nuestra conciencia nos sugiere. Total, el voto es secreto.
Que todo el mundo pase por la lavandería, sí; pero que no nos hagan el avión luego con la supuesta ropa limpia. No bajemos la guardia.
(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)