ERP/N.Peñaherrera. Hace poco, Giancarlo y Blanca celebraron un año de casados. Él es un policía y estudiante de Derecho, y ella es estudiante de Psicología.
Ambos tienen un hermoso hijo de ocho meses de edad, dicho sea de paso.
Giancarlo estuvo devanándose los sesos para marcar doce meses de compromiso, pero de un modo diferente. Entonces, planeó una celebración sorpresa para renovar sus votos.
Con esa idea, me buscó.
¿Yo que tengo que ver en el asunto?
Bueno, Giancarlo y yo nos conocemos luego que junto a un grupo de estudiantes de su universidad me contactaron hace un año para que les ayude en un trabajo relacionado con Derecho Ambiental, sobre mi percepción acerca de la contaminación del río Chira.
Eventualmente, asistí a clase y di una exposición a sus compañeros y compañeras sobre lo que el periodismo (serio) ha venido acumulando en los últimos años acerca del tema.
La relación académica dio paso a una relación personal, y ahora somos amigos.
En ese contexto es que el buen Giancarlo alucinó una sorpresa para su esposa. Pero, ¿cómo debía ser esta sorpresa?
Para comenzar, no estoy casado, y aunque he asistido a una docena de matrimonios, no tengo mucha experiencia en el rubro. Pero, igual, buscamos qué tipo de protocolo podría marcar la importancia de la fecha. Ninguno parecía funcionar.
Así que decidimos crear un protocolo de celebración pensado en la historia y la personalidad de los esposos. Pero aún así, necesitábamos saber qué signos podrían funcionar.
Tras darle vuelta a muchas posibilidades, dejamos de reflexionar tanto, y concluímos que si lo manteníamos todo simple pero cargado de mucho cariño, podría resultar muy bien. No nos equivocamos.
La noche de la ceremonia sorpresa, cuando Blanca llegó a casa, para comenzar, vio que la sala tenía algo raro, y que, entre otras personas, había alguien extraño: yo.
Antes que pudiera reaccionar, recreamos una ceremonia de renovación de votos, con la lectura de los compromisos de rigor, brindis, fotos y re-intercambio de anillos.
Días antes, con Giancarlo redactamos una especie de acta 'customizada' donde ambos firmarían su intención refrendando el compromiso del matrimonio, sin validez legal pero sí emotiva.
El clímax llegó cuando ante una desconcertada Blanca, los animadísimos charros (bamba) del mariachi Virgen de Guadalupe dieron una hora de recital con canciones románticas al estilo ranchero.
La reacción de Blanca fue difícil de evitar: lágrimas de alegría.
Al contemplar la escena, pensaba que mucha gente busca ostentar para impresionar, pero ¿qué tal si apelamos a las cosas simples que generan complejas emociones?
Mejor dicho, ¿qué tal si aprendemos a regalar inteligentemente emociones antes que objetos inteligentes?
Dudo que la pareja olvide la fecha: ella por la sorpresa, él por el trabajo de producción y planificación que demandó. Aparte que las fotos harán el resto.
¿No es para llorar... de emoción?
P.D.: Gracias a Rafa Tirré, quien desde México, nos cedió una de sus canciones para la ceremonia. Parece que se hará un clásico.
(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)