Por: Nelson Peñaherrera Castillo. El domingo pasado, en circunstancias que aún se están investigando, un ómnibus que cubre la ruta entre Chiclayo y Lima se incendió en un terminal informal en San Martín de Porres, en el área norte de la capital peruana. Diecisiete personas fallecieron asfixiadas o calcinadas cuando intentaban escapar del vehículo y las herramientas de emergencia, como martillos para romper las ventanas y extintores, no estaban en su sitio.
Por ahora, el chofer y su ayudante tendrán que cumplir siete meses de prisión preventiva (un testigo asegura haber advertido un fuerte olor a combustible antes del incendio y avisarle al conductor), Indecopi ha iniciado una acción administrativa contra los dueños de la empresa (que no han dado la cara públicamente, excepto una nota de disculpas), y las municipalidades a lo largo y ancho del Perú recordaron que –oh sorpresa- hay lugares informales en sus localidades donde operan ciertas agencias que transportan pasajeros y carga, hay que decirlo, a bajo costo.
¿Y qué hay de los usuarios, o sea, tú y yo? Como escuchaba a una presentadora de noticias esta semana, el problema comienza por el hecho de que si existe demanda, existe oferta: clásica ley de mercado. Pero también es cierto que si los demandantes de la oferta comienzan a exigirle servicios mínimos, y el ofertante no los da, quedará en los demandantes la libertad de preferir a otro que sí los proporcione: ley básica de la competencia.
Entonces, parece que hemos hallado el punto crítico del problema de los servicios de bajo costo, que no necesariamente son informales: el hecho de que el consumidor no se siente empoderado para exigir aspectos que permitan tener un servicio seguro, al menos. Y la seguridad de los pasajeros y las mercancías legales no es un lujo; es una obligación.
Y así como en el transporte, en otros campos de la economía en los que se ofrecen servicios de bajo costo, los requisitos mínimos para que el producto o servicio sean seguros, si no surgen de la iniciativa del empresario, son responsabilidad del usuario. Y, claro está, todo depende de cuán claro lo tenga el usuario y cuán asertivo sea a la hora de exigirlo. Nos guste o no, aquí radica todo el problema, porque lo malo no es que se cobre menos sino que no sea seguro.
Ahora bien, como consumidores, hagamos una lista de los productos y servicios que usamos a diario o que solemos usar, y pensemos en qué cosas básicas necesitamos que nos aseguren. Una vez que nos demos cuenta de estos aspectos, veamos si el producto o servicio nos los ofrece, y aquí viene la decisión clásica mínima: si ya los ofrece y los continúa ofreciendo (y mejorando), lo premiaremos con nuestra preferencia; si no, busquemos al que o a quien sí. Así de simple. Así de práctico.
¿De qué depende todo esto? ¡Claro que depende de que manejemos un mínimo de información! Pero por encima de todo, depende que tengamos mucha capacidad de iniciativa. Y cuando esta actitud se vuelva viral, yo te apuesto que el ofertante se verá presionado a darte lo que tú exiges, porque si no lo hace, quiebra.Ahora bien, esto no solo aplica con productos o servicios de bajo costo; también con aquéllos que son más caros o hasta llegan a costar un ojo de la cara. El hecho que se pague el doble, el triple o hasta diez veces más no garantiza que sea seguro aunque debería.
¿Y qué pasa si el ofertante del servicio se molesta porque te vuelves más exigente? Pues, se molesta por las puras porque el mango del sartén no lo tiene él sino tú. Por último, si se molesta, con mayor razón retírale tu preferencia. Eso sí, no esperes que todo el mundo te siga en mancha, pero tu disensión marcará una diferencia, hará pensar a alguna otra persona y, quién sabe, podrá salvar una vida. Y como se repite hasta el hartazgo, la vida no tiene precio, aunque haya gente que lo asegure.¿esto puede reducir la informalidad en el Perú?
En principio, sí, porque recordemos que la formalidad implica seguridad, y más que pensar que aquélla me va a demandar una enorme inversión de dinero, implica saber planificar mi producto o servicio de tal manera que pueda manejar un precio razonable, una ganancia aceptable, pero un nivel de satisfacción alto. Y cuando mucha gente está satisfecha con lo que le ofrezco, significa más ingresos. Así son las leyes básicas y clásicas del mercado y la competencia, con las que solemos pelearnos siempre, pero que son la solución a todo este embrollo en el que las víctimas terminamos siendo tú y yo. Víctimas mortales, especialmente.
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