Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Sucedió justo los días previos al feriado largo por Fiestas Patrias. Hasta donde sabemos por la investigación policial, un varón y una mujer, que resultaron siendo hermanos, habrían provocado la deflagración (generar una llamarada) de dos artefactos en uno de los sótanos y en el segundo piso de una conocida clínica en una de las avenidas troncales del distrito limeño de San Isidro, y por ende de la capital peruana.
En su intento por perpetrar el atentado, la deflagración de ambos artefactos les alcanzó y quedaron heridos, Otras veinte personas corrieron suerte similar y cuatro de ellas estuvieron graves. Los bomberos actuaron y la Policía Nacional pudo recoger muy pocas huellas ya que uno de los artefactos afectó una línea de agua que, al derramarse, contaminó la escena del crimen.
Las redes sociales reaccionaron de una forma desconcertante, a mi juicio. Justo estábamos en la segunda semana de publicación de los audios que revelarían si no delitos, por lo menos muchas inconductas por parte de operadores de justicia de alta responsabilidad y quizás uno que otro congresista de mayoría, y de inmediato la mayor parte de las opiniones etiquetaron al atentado como una cortina de humo -o de fuego- para distraer la atención sobre las evidencias publicadas. Los más osados, incluso, vieron todo un complot político de los partidos que, supuestamente, salían más golpeados de la revelación.
Cuando yo les planteaba el hecho de que había más de veinte personas heridas en un establecimiento de salud (no interesa si es público o privado) en el que van a atenderse por lo que sea, la misma gente me refutaba con el argumento político, tratando de minimizar las cosas. ¿Y las veinte vidas, decía yo? ¿No importaban?
Detalle: muchos y muchas de quienes vieron una conspiración al margen de las vidas afectadas son amigos y amigas muy cercanos, que se identifican más con el pensamiento de izquierda, progresista, caviar, o como quieran llamarlo. Y yo me seguía preguntando: ¿y las veinte vidas afectadas dependían de la representación político-partidaria?
Pero si esa minimización ya me estaba generando ruido, la explicación del núcleo familiar de quienes perpetraron el atentado, simplemente, terminó de adobar el pastel. Resulta que acusaban a la clínica de una presunta negligencia médica -el fallecimiento de la madre de los perpetradores, aparentemente, por un procedimiento que no siguió el cuidado respectivo-, el que se llevó a fueros civiles y penales. Ambos favorecieron a la familia. El caso es que la clínica nunca quiso resarcirla y acatar la sentencia.
Si a mí me imponen una sentencia y yo la desobedezco, no solo estoy en falta sino que estoy cometiendo otro delito. O sea, no pretendamos justificar lo injustificable en primera.
Sin embargo, la familia al verse frustrada por el comportamiento del establecimiento, terminó justificando la acción como un acto de venganza. Incluso uno de los hermanos de los perpetradores, quien parecía tener la cabeza más fría, pidió perdón a la opinión pública, pero terminó malográndola diciendo que si sus hermanos no hubieran actuado de esa forma, alguien más lo iba a hacer, y se enmarañó en que el Poder Judicial es corrupto y los temas que ya conocemos de sobra.
¿Y las veinte vidas?
¿Valía la pena que por vengar a una persona afectemos a otras veinte?
Nos hemos horrorizado hasta la pesadilla y el pánico porque un infeliz que no supo procesar la frustración que le provocó el que su pareja rompiera el círculo de la violencia (causa) decidiera quemarla viva por venganza (consecuencia), y resulta que por un problema legal entre una familia y una clínica (causa) hemos reducido el "acto de venganza" a una mera manipulación político-partidaria que nunca fue probada (consecuencia). ¿Y las veinte vidas valen menos que la vida de las mujeres quemadas?
Y aclaro que no estoy desmereciendo la vida de las mujeres quemadas; al contrario: me duelen como peruano y como ser humano, y me duelen más que las propias quemaduras que sufrieron hasta morir.
Si no se han dado cuenta, en los dos actos el móvil es la venganza, y el atentar contra un objeto o un sujeto que no sigue mi forma de ver al mundo es la consecuencia. Y, haciendo a un lado que en un caso tenemos personas muertas y el otro heridas, todas son vidas. entonces, ¿en qué momento hemos cambiado la báscula para un evento y para el otro? ¿Acaso ambos no son producto de la insanía, de la deteriorada salud mental que nos inunda, de la imposibilidad de entender que el orden no se hizo para quebrantarse sino para exigir que se respete porque es la mejor forma de vivir en sociedad, por lo menos?
Yo tengo clarísimo que tanto el celotípico que prende fuego a la mujer que no le corresponde, como los hermanos que provocan un fuego en un espacio público (aunque sea privado) por venganza, están cometiendo terrorismo: si no actúas como yo quiero, te va mal, peor, o acabo contigo. Y la base del terrorismo es echar mano de éso, del terror, para tener el control de las cosas. No nos andemos con eufemismos.
Claro que la Policía lo ha calificado como acto criminal, pero ha aclarado que no es una simple reacción violenta, sino que el solo hecho de poner la venganza como móvil implica que hubo una meticulosa planificación que tomó tiempo, insumos, investigación y mensurabilidad del impacto.
Estrapolando este razonamiento a los casos de violencia de género, se demuestra por qué el argumento de que los agresores son discapacitados mentales se cae como castillo de naipes, aunque haya abogadas que nos quieran vender gato por dinosaurio. Prosigamos.
Yo sigo desconcertado por ese doble rasero, y por más que trato de entenderlo en gente que, considero, tiene una visión más horizontal de las cosas, no le hallo más lógica que un serio caso de disonancia cognitiva, como muchas de las que tenemos todos y todas, yo incluso.
Encontremos un momento para autocuestionarnos, ir descubriendo a ese monstruito que podríamos tener más o menos escondido por allí adentro, y saquémoslo de nuestro ser: atentar contra otra persona para que las cosas se hagan a mi parecer no es la forma de conducirse en sociedad, y, por lo mismo, todas deben recibir el castigo más ejemplar que sea posible para que escarmentemos, aprendamos y corrijamos sin recurrir a la violencia. Porque ése es el problema, la violencia nuestra de cada día: sexismo, homofobia, xenofobia, racismo, hacer invisible al diferente, explotación de todo tipo, abuso a todo nivel, dictadura, terrorismo.
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