ERP. Nelson Peñaherrera Castillo. Cierto sábado por la tarde estaba viendo una serie documental sobre cambio climático en el canal de la National Geographic, y me llamó la atención lo que una psicóloga explicaba al actor Jack Black, el anfitrión del episodio, respecto a la reacción irracional y casi mágica que estaba tomando la gente de la Florida (Estados Unidos) respecto a los pronósticos de huracanes y el aumento del nivel del mar: el estrés pre traumático.
Me puse a investigar por mi cuenta si el término existe. Ya saben, la ciencia avanza cada día y a veces uno se desactualiza con una rapidez asombrosa.
Por más que le di y le di a Google, el término que me resultaba con todas las combinaciones que pude fue "estrés postraumático", mucho más conocido, que puede definirse como la reacción mental mayormente inconsciente de ansiedad, temor, pánico y negación ante la ocurrencia de alguna vivencia fuerte sea personal o colectiva, e incluso de propia experiencia o por referencia de terceros, les conozcamos o no.
Me preguntaba y me pregunto -porque no soy psicólogo- si acaso el estrés pretraumático no es otra cosa que la secuela del estrés postraumático que se manifiesta ante el anuncio de un desastre inminente.
Como sabes, la ocurrencia de huracanes en el Caribe llamó mi atención este año debido a que quería conocer cómo estaban reaccionando las autoridades, la comunidad y los medios de comunicación. Y a pesar de cierta conducta organizada, cierta respuesta mas o menos rápida, lo que no me di cuenta es cómo el cerebro de las personas afectadas en esa región del planeta está procesando tanta sobreinformación de cada evento. Ojo, ahora le tenemos más fe a las redes sociales que al Santoral completo (y eso que la parroquia nos está vendiendo el calendario).
Y, como sabes, mi interés nació por intentar extrapolar la experiencia caribeña al evento El Niño que vivimos en la costa del departamento de Piura durante el verano pasado. Quizás a nivel de organización y manejo de la información, nuestros hermanos del hemisferio norte nos llevan años-luz en tanto montaron una estrategia que solo se ve durante la cobertura de alguna guerra: mensajes simples, uniformes, tendientes a atacar la baja moral de la gente; pero a nivel de salud mental remanente, no hay marcadas diferencias, creo.
Para comenzar, negamos la fuente oficial aunque evidentemente tenga la razón: por años siempre hemos albergado esa vieja sospecha conspirativa de que nuestras autoridades nos ocultan la verdad para encubrir algo, que no sabemos qué es, pero es algo a secas.
Luego, evadimos aquel viejo principio científico de que la explicación más simple resulta siendo la más plausible, y mas bien mitificamos el hecho apelando a la magia, a lo sobrenatural, e ingresamos en ese realismo mágico que tanta fama le dio a Gabriel García Márquez (QEPD, salvo mejor parecer), y que comienza a expresarse por eufemismos para todas las cosas. Valgan verdades, ahí los medios tenemos mucha culpa, porque en vez de educar a la comunidad, terminamos retroalimentando el mito con nuestro lenguaje no verbal o el metalenguaje bajo el que no hemos aprendido a tener control.
Finalmente, como nuestra razón está anulada, atacamos violentamente las razones de quienes nos abordan desde una esfera lógica. Les consideramos parte de esa conspiración que nos oculta la información fantástica (a la que damos calidad de real), no solo negándonos a aceptarla (ojo, nuestro cerebro sí procesa información lógica, pero nuestra conciencia nos hace autogol, que es distinto) sino tomando cualquier medida, incluso ilegal, para destruirla y acallarla. Sí, es una reacción psicótica a todas luces, en la que incluso yo mismo he caído.
Al investigar sobre el estrés postraumático encontré información perturbadoramente esclarecedora de que una reacción posible ante el desastre es también una tranquilidad aparente, como que si estuviera bañado en aceite. Pensé que era parte de mi tendencia resiliente, pero ahora que lo medito mejor, era mi forma de defenderme contra el desastre, no de abordarlo, no de encararlo.
Y eso explica por qué mi sangre fría frente a la computadora o al micrófono cuando tenía que reportar lluvias e inundaciones, y por qué esa sensación de profunda tristeza cuando las máquinas se apagaban. Creía que era la separación entre el profesional y la persona, pero no: era, es mejor dicho, estrés postraumático.
Y cuando uno o una se diagnostica con esta condición se vuelve mentalmente más vulnerable, fácil de manipular. Y eso me lleva a pensar que estamos a menos de un año de elegir nuevas autoridades regionales y locales, y es probable que exista gente más psicópata de lo que pensamos, capaz de leer ese estrés en nuestras formas de actuar, expresarnos (especialmente en las redes sociales), y usarlo a su favor. No tanto en nuestra contra sino a su favor: nuestra reacción les importa poco o nada a menos que se transforme en un voto. Si no lo consiguen tienen dos caminos: convencernos maleando su estrategia o pulverizándonos cuando nuestra incredulidad y escepticismo tiene más peso específico que cualquier otra cosa.
La efectividad de su actuación solo dependerá de nuestra actitud: si les damos cabida, ellos ganan; si no, nosotros hagamos tiempo valioso para recuperarnos y reaccionar de una forma más asertiva.
Y como toda persona resfriada se cura abrigándose y no negando el frío, dice toda la literatura que consulté que la única forma de tratar el estrés postraumático o pretraumático es enfrentando el evento que lo provocó pero con mucha conciencia, decisión y lógica, entendiendo que habrán cosas que sí están bajo nuestro control y que podemos resolver sosteniblemente en el camino, y que habrán cosas que escaparán a nuestras capacidades (a pesar de nuestra mejor voluntad) frente a lo que habrá que cuidar nuestra vida por encima de todo, o enfrentar el proceso de duelo etapa por etapa, abriéndola y cerrándola de forma natural, sin autoviolentarnos, y menos dejando que nos violenten. ¿Nos curamos o nos dejamos utilizar?
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