ERP/N.Peñaherrera. Hace poco escuchaba en un programa de radio –sí, ésa misma que escucho toda la vida- una apreciación bien interesante acerca de la organización escolar en torno a sus municipalidades.
Decía una especialista que, en términos cualitativos, los planes elaborados por niños, niñas y adolescentes tienden a ser más integrales que los de padres y madres respecto a la misma institución educativa.
Argüía esta docente que, mientras padres y madres se concentran y hasta encierran en el plantel, el estudiantado buscaba proyectarlo a su comunidad.
Así, en tanto quienes mandan escolares al colegio ven el aula como el centro de aprendizaje, el propio y la propia estudiante identifica cualquier espacio como un centro de aprendizaje, incluyendo los no estrictamente escolares como una playa, y no solo para divertirse sino para aprender recogiendo basura o viendo la fauna.
Cuando escuché este razonamiento me pareció chocante. Se supone que quienes hemos avanzado en la vida hemos ganado experiencia; por ende, tenemos mejor criterio para saber qué conviene o no conviene en espacios comunitarios macro o micro.
Pero, ¿qué tal si lo que llamamos visión adulta no es otra cosa que una percepción estrecha, estereotipada y hasta ignorante de lo que el mundo necesita?
Para comenzar, los y las escolares tienen un solo trabajo: estudiar. Claro que hay los que tienen que asumir otro tipo de responsabilidades, pero su labor número uno es aprender el mundo para luego desarrollarse en él.
Estudiar no es solo recibir conocimiento para luego demostrar cuánto se sabe sobre él en los bimestrales y mensuales, o al revés; estudiar es interpretar la realidad para darle soluciones.
Si las aulas guardan las condiciones adecuadas, pueden ser el espacio perfecto para formar esa actitud analítica, meditativa, reflexiva que se requiere para ir pensando en esos cursos de acción que resuelvan el mundo.
Sumémosle el idealismo típico de la niñez y la adolescencia, y tenemos una lista de soluciones simples pero efectivas para acabar con todo lo malo que nos rodea.
El problema es que muchos adultos y muchas adultas nos hemos creído tanto aquello de que la edad da experiencia, que llegamos a actuar con soberbia cuando alguien con la mitad de años nos presenta una solución simple (pero viable).
Probablemente hemos complicado tanto el sistema que no hemos caído en la cuenta el habernos hecho más ineficientes al resolver cualquier problema.
Para quien no me entienda, no estoy diciendo que se proceda con impulsividad. Al contrario: teniendo el tiempo suficiente y el espacio adecuado para reflexionar nos daremos cuenta que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, especialmente en el espacio-tiempo einsteniano, y no los intrincados senderos que pretendemos construir.
Descomplicarse la vida no es olvidarse de los problemas, sino de entender que la solución más lógica usualmente es la más directa y efectiva, donde no está prohibido soñar un poco más.
Abramos espacios respetuosos a la niñez y la adolescencia, y paremos la oreja. Quizás tenga una lección que darnos para mejorar nuestro futuro.
(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)