ERP. Nelson Peñaherrera Castillo. Ayer jueves en la ciudad de Piura nos dejó físicamente Édgar Del Solar, activista y líder comunitario, uno de los promotores del proyecto Casa Activa, miembro del Colectivo Parada Alterna -donde aprendió el arte de la actuación- idealista algo decepcionado del amor erótico pero altamente creyente en el amor capaz de cambiar vidas e historias, noble, inteligente, tierno, curioso, buen conversador, gran amigo, visionario.
Apenas tenía 25 años, pero ya había andado una envidiable trayectoria en lo que él definía como ser 'instrumento de justicia social', tal cual figura en su perfil de Facebook; incluso me confió que estaba escribiendo un libro, aunque no estaba convencido de cuándo sacarlo.
Admiro su inteligencia y su capacidad de análisis, pero también su humildad que lo llevó un día a pedirme de favor que corrigiera un artículo (le insistí que publicara columnas de opinión, e incluso en El Regional de Piura estábamos interesados en difundirlas) que guardé más que por documentación, por el profundo cariño que le tengo, porque su energía sigue aquí entre nosotros.
Agradeciendo las oraciones por su alma (aunque no creía en Dios), y como un homenaje a su memoria. me permito reproducir, con el permiso de sus familiares y amigos, ese artículo que Édgar me pidió corregir, y que en realidad apenas si tenía una comita o una tilde mal colocada. Como que con ese tipo de inteligencias me da cierto pudor destrozar la redacción porque siento que despersonalizo lo que ellos tratan de decir en su lenguaje.
Aclaro que los textos en corchetes fueron mis sugerencias al autor para que las considerara como alternativas a la redacción original, por lo que las conservé en esta versión.
Hasta siempre, Édgar.
Crónicas de un desastre anunciado.
Por Édgar del Solar (+)
27 de Marzo, un día que marcó la historia de Piura. Después de tres meses de incesantes lluvias en todo el Perú, en las que se vieron afectadas 20 de sus 25 regiones con más de medio millón de damnificados a nivel nacional, especialmente en el norte del Perú. Se repetía el fenómeno vivido 20 años atrás, soportando a diario las fuertes lluvias, que ocasionaban nuevas lagunas sobre las ya desgastadas calles de la ciudad, y las tormentas eléctricas derribaban árboles cobrando varias víctimas para congoja de la comuna.
Los días previos cuando la desinformación abundaba en la región, los moradores de los distritos de Piura y Castilla veían con temor [atemorizados¡ cómo el río Piura (que divide la ciudad) llegaba a su límite. Vecinos en acción solidaria se apoyaban para llenar las entradas de sus viviendas con sacos de arena o muros de ladrillo, previniendo con sus pocos recursos un tímido desborde del río [un tímido desborde de ese río].
Piura tiene una característica geográfica particular: el terreno no es absolutamente uniforme, sino que hay depresiones y zonas bajas. Por lo tanto, el agua de las inundaciones llega y permanece en esas zonas bajas [llega y permanece en aquéllas], hasta que el incesante sol las evapora o el humano logra retirarlas.
La madrugada del 27 de Marzo, la ciudad de Piura viviría su peor amanecer. El río Piura con más de 3400 metros cúbicos por segundo supera su caudal y se desborda cada vez con más fuerza desde la medianoche hasta cerca del mediodía. La plaza de armas, centro histórico y emblemático de la región, amaneció sumergido 3 metros bajo el agua. Las pequeñas barreras levantadas por los moradores fueron superadas ampliamente por el caudal del río, miles de personas [quedaron] atrapadas en sus segundas plantas, la ciudad desconectada por el peligro de colapso de los puentes, personal de emergencias sobrecargados, sistemas de alcantarillado colapsados, cortes parciales del servicio de agua, 40 mil suministros con corte de luz, pérdidas materiales incontables, etc. Un panorama asolador [desolador] que sumergió en la crisis a media ciudad.
Lamentablemente no corrieron la misma “suerte” los distritos de CuraMori, La unión y Catacaos, situados en el “Bajo Piura”. El rompimiento del dique de contención convirtió sus centros habitacionales en ciudades flotantes, pues no solo se desbordaba como en pleno centro de la urbe, sino que pasaba a ser un río más, que con su fuerza arrasaba con casas enteras y llegaba a alcanzar hasta 5 metros de altura, acorralando incluso a quienes se refugiaban en sus endebles azoteas.
El desastre se había consumado. El fenómeno de El Niño costero se había llevado consigo más de 10 vidas, dejado 15 mil damnificados, 200 mil afectados, y contando.
Pero la ayuda no llegaba, muchas personas esperaron días enteros en sus techos por agua, comida y evacuación. Se perdieron más de 1200 hectáreas agrícolas, por lo que la gente no solo perdió [no solo se quedó sin] su hogar, sino su único medio de trabajo.
La ciudad de Piura estaba aislada: puentes rotos y carreteras destrozadas por el norte, oriente y sur; nadie entraba ni salía, salvo por aire. Miles de millones de soles perdidos en infraestructura, 15 mil personas aisladas en la sierra de Piura, centros de salud colapsados por los cuadros clínicos de diarrea, más de 200 casos de dengue confirmados, decenas de casos de violencia sexual relacionados a la situación de desastre, postergación indefinida del inicio del año escolar y un desabastecimiento aterrador de alimentos.
El 31 de mayo acaba la situación de emergencia en la región. Sin embargo, miles de familias siguen sin tener a dónde regresar, hacinadas en medio del desierto, en campamentos provistos con carpas del estado. Mucha ayuda internacional de diferentes países, así como principales organizaciones y ONG trabajaron sin descanso cada día de emergencia. Las fuerzas armadas han provisto de [han proporcionado] alimentos mínimos a los pobladores y el estado intenta torpemente proveer de los derechos mínimos para una vida digna en estos espacios aún no cedidos oficialmente como reubicación.
¿Qué es lo que le depara a esta población eternamente olvidada? ¿Tendrán que esperar hasta la próxima contienda electoral para ser sujetos de derecho?
Hasta entonces, ya hay una comisión regional y una nacional, investigando a los funcionarios responsables por su negligente capacidad de gestión antes del desastre (ejecutando menos del 10% del presupuesto que tenían) y de los indicios de corrupción por dudosas contrataciones y falta de justificación del gasto presupuestario.
Mientras tanto, la gente sigue haciendo lo que mejor hace después de una crisis: autoorganizarse.