ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Comparando, o consolidando, los debates electorales del 22 y del 29 de mayo puedo concluir que, en función de las propuestas, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski están empates y que el electorado peruano ha perdido mucho, pues parece que se ignoró el norte de la confrontación de ideas y planteamientos para desplegar el arsenal de agresiones mutuas, al punto de convertir un ejercicio ciudadano en un circo politiquero.
Si bien es cierto que dentro de las propuestas hubo el 29 algunas versiones corregidas, pero no aumentadas, respecto al 22, y también es cierto que a nivel propositivo hubo notables diferencias en la manera de resolver los problemas nacionales (me gustó la parte de la humanización o la dureza del sistema penitenciario, por ejemplo), la mayoría de la audiencia pareció haber estado más pegada a contar quién pegaba más y quién respondía mejor dejando la cuestión programática como un asunto meramente accesorio.
Y ambas candidaturas se abanderaron con esa corriente, lo que significa un lío aparte.
Eso representa un riesgo para la democracia peruana porque nos llevará a resolverlo todo mediante la tiranía de la violencia, donde quien pega más fuerte, quien grita más fuerte, quien tiene más poder, quien insulta peor, quien degrada más al resto, será quien gane. Esto es totalmente inaceptable por absurdo y porque descarta el diálogo y la tolerancia como la forma de tomar consensos para avanzar.
Claro que esta democracia de la agresión, la ‘puyocracia’, no es nueva, floreció exponencialmente en las redes sociales (y continúa floreciendo), y no ha dado síntomas de curarse a tiempo. La ‘puyocracia’ crece frondosa cual malahierba regada por sus cultores contra quienes no se alínean a esa manera de relacionarse, sin caer en la cuenta que ellos y ellas también terminan siendo víctimas de sus propias creaciones.
No es culpa del formato, ni es culpa de quienes organizaron el debate, y hasta diría que no es culpa de Keiko o PPK, sino culpa nuestra por dejarnos seducir por el sensacionalismo del insulto y el chisme, en vez de exigir que los planes, las perspectivas y el horizonte de un país que marcha a su segundo centenario garantice tranquilidad y prosperidad para cada uno y una de los y las 31,5 millones de habitantes que vivimos o estamos en relación de cualquier tipo con el Perú.
Tenemos lo que resta de la semana para enmendar nuestra propia plana.
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