ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Esta semana la candidatura de Pedro Pablo Kuckzynski lanzó al aire, y a ver quién la toma, la teoría de la personalidad heredada como argumento de campaña: si tu padre es ladrón, entonces tú vas a ser ladrón. Si bien es cierto que nuestra personalidad incluye una serie de conductas que tienen como modelo a quienes nos forman, también es cierto que muchas veces no se ajustan a quienes nos forman.
Hablando por mi experiencia personal, he encontrado que la progenie reacciona de forma mixta respecto a sus progenitores en términos de personalidad. Así, tengo al patán cuyo padre es patán, como que también tengo al noble cuyo padre es patán; y también viceversa, como el patán de padres nobles y el noble de padres nobles.
¿Cuál es el punto de todo esto? Que no podemos generalizar una consecuencia tomando como causa un prejuicio o un estereotipo. En efecto, esas concepciones resultaron siendo tan históricamente peligrosas como vemos en todos los vergonzosos casos de segregación que van desde el racismo institucionalizado (el appartheid por mencionar uno) hasta los crímenes de odio (curiosamente perpetrados “en nombre de Dios”).
Para tener una primera idea, nuestra personalidad es fruto de los espacios donde nos hemos formado, la gente que nos ha servido como modelo, la manera cómo hemos crecido en cuerpo y mente y nuestra capacidad para enfrentar la adversidad.
Y todo ese mundo complejo se expresa también en el modo cómo vamos a votar el domingo próximo.
Alguien me contaba que una casera del mercado preguntaba a una clienta por quién iba a marcar. La clienta dijo que no por una de las candidatas debido a las evidencias que la conectan a presuntos actos de corrupción y hasta una posible coexistencia con el narcotráfico.
La casera desestimó muy amistosamente las razones de la clienta diciendo que si un padre o una madre incursionan en actividades ilícitas es para darle un mejor futuro a sus hijos, porque si se va por lo legal, las probabilidades de tener holgura para cubrir todas esas necesidades son mínimas. La clienta –dicho sea de paso- se quedó de una pieza.
Si las personas razonan como la casera usando a los hijos y las hijas como excusa para la renacentista teoría de Macchiavello, de que ‘el fin justifica los medios’, eso significa que han desarrollado inmunidad a las acusaciones sobre la comisión de presuntos ilícitos; en otras palabras, se han bañado en aceite ante señalamientos tan graves como ser ladrón o narcotraficante. ¿Acaso hay una cierta identificación patológica con quienes están bajo el mismo señalamiento, y eso explica por qué gozan de un amplio respaldo popular? ¿Encima se darán golpes de pecho, mesarán sus barbas, rasgarán sus vestiduras y cubrirán su cabeza con cenizas?
Ojo a lo que estoy planteando, pues va más allá de los programas de gobierno o las ideologías; de hecho, los descarta y nos da una pista de cuán trastocada está la escala de valores de nuestras comunidades, lo que permite el florecimiento de las manifestaciones más bizarras de la conducta y la personalidad humanas, a las que le bajamos el ala del sombrero casi sin cuestionar, a menos que nos victimice, y ahí sí saltamos más allá del techo (por ejemplo, ¿te quedarías en silencio si descubres que el gobierno te robó 200 dólares durante ocho años).
Quizás sea la herencia, quizás sea el entorno, quizás sea la genética, quizás puede ser eso o quizás otro factor. Lo que sí es cierto es que tenemos que revisarnos urgentemente para saber si hemos llegado a impermearnos tanto ante el mal, que prácticamente lo abrazamos a la hora de dormir a ver si nos abriga mejor durante estas noches que comienzan a hacerse más frías.
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