ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Si algo está dejando en evidencia la actual campaña electoral, independientemente de nuestra preferencia o su inexistencia, es la forma cómo actúa el candidato o la candidata, o la manera cómo reacciona a los cambios rápidos de este tipo de coyuntura. Personalidad, inteligencia emocional, lógica discursiva, manejo de la información.
Más que caras, el verdadero reto de este proceso sería que electores y electoras tengamos claro el perfil psicológico de quienes pretenden alcanzar la magistratura más importante del Perú antes de ponerles aspa o cruz, o nada por último, que sigue siendo una opción válida a pesar del sambenito que le han endilgado.
Y la razón es bien simple. Digamos que cada uno y una están postulando a un puesto de trabajo a plazo fijo –cinco años- en una posición con funciones definidas –la Presidencia de la República- y con un perfil establecido –los requisitos existentes en la Constitución Política.
¿Cómo te tratan cuando postulas a un trabajo? Si la selección es más o menos formal, uno de los filtros de importancia, tras analizar hoja de vida, es tu habilidad mental para desempeñarte en el puesto al que aplicas. No solo se trata de que conozcas lo que vas a hacer sino prever cómo te comportarás en las tareas que se te encomienden o cómo afrontarás dificultades o tomarás ventaja de las oportunidades.
Por eso pasas por los famosos peritajes psicológicos (tests de alternativas, la prueba del hombre bajo la lluvia) o la entrevista personal.
Y aunque muchos de estos procedimientos están en proceso de devaluación –ahora resulta que la repetitiva prueba del hombre bajo la lluvia es plagiable- , aún son maneras de ir descartando tu competencia profesional.
En el panorama electoral actual tenemos serios perfiles de psicopatías, narcisismos, esquizofrenias, trastornos obsesivo-compulsivos y maniaco-depresivos y hasta condiciones borderline… perdón, personalidad límite.
Sí, la fauna candidatual es un caso para tesis doctoral, aún con el riesgo de sufrir copia y pega (el peor caso, a mi juicio).
Y atendiendo a esa máxima de que cada pueblo tiene el o la gobernante que se merece, o sea que cada gobernante es un reflejo de lo que somos, la pregunta del millón es: ¿tenemos esa oferta candidatual porque tampoco estamos bien de la cabeza? ¿Será que quienes prefieren viciar su voto están más saludables mentalmente hablando respecto a quienes dicen tener una preferencia, la que incluso defienden ardorosamente? ¿Y ahora quién podrá salvarnos?
Pensemos fríamente porque este país ya no es laboratorio para engendros democráticos. Con las potencialidades que tenemos, o apostamos seriamente o terminamos de resquebrajarnos. Así que revisémonos la cabeza.
Por lo pronto, ya apareció el semillero de futuros y futuras aspirantes a cargo de elección popular con psicopatías, narcisismos, trastornos obsesivo-compulsivos y maniaco-depresivos, y una altísima dosis de personalidad límite. Y no descansarán hasta gobernarnos, a menos que les bloqueemos.
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