ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. El otro día bromeaba con uno de mis compañeros que si desapareciera el reggaeton, podríamos controlar el avance del VIH/SIDA por la simple razón de que, se dejaría de martillar con mensajes de una sexualidad liberal pero irresponsable, desde que el conocimiento del cuerpo de la otra persona nace de la revancha, la nostalgia, la frustración… y en fin, desde el machismo.
No se trata de cucufatería, doble moral o escandalizarse baratamente. Si uno le mete oído crítico a cada una de las piezas ¿musicales?, hallará abordajes de los roles de género desde la perspectiva de dominación y supremacía medida en la cantidad de coitos que se podría sostener en una noche, o la cantidad de parejas que se podría conseguir, todo eso sazonado con alcohol o quién sabe qué.
De un tiempo a esta parte, muchos colegios en el Chira y San Lorenzo han sido invernaderos para el cultivo de la marihuana, una hoja muy ligada a la llamada ‘cultura urbana’.
Hace más de un año, publiqué por aquí un ensayo donde explicaba cómo la música puede convencernos de adoptar conductas con mayor efectividad que un consejo, un sermón o un buen libro.
El poder de las imágenes visuales y sonoras es tal que, por su sintetismo, con un color, un trazo, una forma, una nota, una armonía o un estribillo constantemente repetidos, pueden ir agujereando la roca más sólida y partirla, es decir, modificando conductas. También advertía que la formación cultural es un factor clave para que ese lavado de cerebro surta o no efecto, afianzando algo, descartándolo o distorsionándolo.
Eso me hace recordar a Bon Xi Bon, una canción brasileña de As Meninhas, que acá la gente etiquetó como música para gays porque el estribillo sonaba como “chimbombo”. Quienes aprendieron portugués se rieron a carcajadas de quienes velan su homofobia mediante el humor, ya que la canción critica el sistema educativo hecho para que los ricos se hagan más ricos y los pobres más pobres, pero que, a final de cuentas, es la manera de superar la pobreza. O sea, nada que ver… o quién sabe, a lo mejor alguien receló del fuerte mensaje social del tema y decidió moverlo al morboso y disimulado rechazo a la homosexualidad.
Caso curioso, hay quienes siguen jodiendo la pita con que la infección por VIH es solo tema de homosexuales y prostitutas, cuando todos los sistemas de salud insisten en que ningún ser humano está libre, sin importar su condición.
Y a pesar de este mensaje, hay gente que sigue mitificando al VIH y el SIDA –colegas míos incluídos- al punto de generar una mazamorra en la que nadie sabe cómo se metió, pero de la que todo el mundo pretende hacerse inmune sin saber cómo. En otras palabras, usando la ignorancia y la soberbia como armas. De ese modo, el estereotipo florece robusto y frondoso.
La broma que me gasté con mi compañero es ignorante y soberbia porque pretende echarle la culpa a un sonido sobre la irresponsabilidad de nuestra conducta sexual –el 95% de infección por VIH se dio por prácticas sexuales sin cuidado- cuando ante tanta información lo que debemos fortalecer es nuestra actitud.
Esa broma revela ese afán paternalista que tenemos por quererlo controlar todo cuando somos efectivos en nada, sin contar la amenaza directa que ejerce contra la libertad de expresión, responsable o irresponsablemente utilizada, pero libertad de expresión.
De ese modo, por más huachiturro que alguien luzca, si dice estupidez y tres cuartos, le escucharemos, nos vacilaremos (nos burlaremos), pero no le haremos caso ni pagados, porque somos conscientes que debemos preservarnos.
Claro que sería chévere si esa música que nos mueve la líbido también tenga algo de aporte social y promueva entre quienes la consumen que así como puedes ir mismo picaflor a ver qué néctar bebes, a que lo hagas con responsabilidad, con actitud; y si alguien quiere poner tu vida en riesgo, decir No, dar media vuelta y entender que se pierde un buen rato de placer pero se gana toda una vida sin VIH ni SIDA.
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