ERP. Las noticias de ayer, son de aquellas que sorprenden por la grandeza del personaje y por las lecciones que permitió que sean parte de la imaginaria de un pueblo. Es el caso de Daniel Peredo, un periodista deportivo cuya voz se hizo conocida transmitiendo los partidos del fútbol profesional y sobre todo del seleccionado nacional.
Se le escuchó en todos los rincones del país, en la radio o en la televisión. Cada narración de una jugada era una expresión de emoción, de pasión y de convicción. Cuando todo el Perú creía que estaríamos eliminados otra vez de un mundial, renació la esperanza y tuvo en este personaje a un convencido que era posible y lo escuchamos cuando gritó a viva voz los goles en Quito y los siguientes.
Daniel Peredo y Jhon Nieto, dos muertes incomprensibles
Daniel Peredo, falleció a los 48 años de edad y lo hizo de la manera más sorprendente. Salió como todos los lunes a realizar el partido que lo mantenía en forma; de repente algo sucedió en su organismo y horas después solo se certificó que su corazón dejó de latir y que un paro cardiaco se lo llevó para siempre. Todos han sentido esta muerte y es de aquellas que calan en el corazón de muchos por lo doloroso que resulta cuando una vida se trunca.
En otro punto del país, exactamente en la ciudad de Sullana, considerada por muchos de grandes potencialidades, en el mismo día de la muerte de Peredo, pero en hora diferente sucedió un asesinato, de esos que nos hace mirar la vida diferente y que nos lleva a decir que injusta es la vida. Un joven con sueños, con esperanzas con necesidades, se ganaba la vida honestamente, hasta que por ese destino que resulta inexorable, se chocó con la muerte.
Sucedió en un lugar desordenado, inseguro, sin control. Allí donde la ley de selva se perpetúa y la fuerza se explica con armas de fuego. En este bar, como en otros que funcionan en esta ciudad, el licor fluye al compás de la música y de damas de compañía, quienes atienden con la alegría propia del lugar, pero con la necesidad misma de las obligaciones familiares. Implican una oportunidad laboral por su juventud y belleza y los clientes las buscan. Pero el problema no son ellas, sino las condiciones de descontrol de estos establecimientos.
Una bala asesina, en pleno cráneo nos llevó como antes, como ayer, como ahora y quizá como siempre al dolor de esas familias que pierden un hijo por la insania de los delincuentes. El joven Jhon Nieto Chamba, se ganaba la vida honestamente, cuidando el establecimiento comercial al margen de lo bueno o malo del negocio, cuando unos delincuentes llegaron y tras un breve conato dejaron al joven vigilante tendido en el suelo en un charco de sangre.
Nieto no es Peredo y conocemos que su muerte solo creará la indignación de los sullaneros que quieren a su provincia y se conduelen con estos hechos, pero pasará con el transcurrir de los días. Nos hemos acostumbrado a la violencia y nos hemos vuelto permisivos a la delincuencia. Pedir acción a las autoridades es hablar en voz alta para comunicarse con sordos entretenidos en los negocios que genera el sector público. Constatamos que no tienen ni las capacidades ni la voluntad para escuchar y menos para actuar. Para ellos, una muerte que no es la de su entorno es un hecho que pasa y se olvida; pero para la familia de la víctima, para los amigos, es parte de sus sentimientos.
Ayer falleció Peredo y falleció Nieto Chamba, uno conocido por su grandeza y reconocido por todo el Perú y los homenajes son voluntarios y sentido; en esta localidad falleció un honesto vigilante que pasará como un dato de los asesinatos que suceden cada cierto tiempo en esta ciudad peligrosa e insegura. Los asesinos, quedarán sueltos y no serán descubiertos porque no existen las herramientas para obtener datos.
Frente a este tipo de acontecimientos, debemos mirar lo que realmente sucede y el joven vigilante que quedó acribillado solo cumplió su función o ejerció un trabajo, pensando en la familia que tuvo, en los hijos que procreó y que fueron parte de su vida y que quedan expuestos a riesgos futuros por este acto delincuencial.
Es posible combatir este flagelo, regulando el funcionamiento de estos establecimientos y si no cumplen con las normas deberían ser clausurados, pero, talvez, es demasiado esperar, es demasiado pedir. Una lástima y una pena por la pérdida de esta vida, quien no tuvo que morir así. Tenía derecho a vivir, tenía derecho a trabajar. Señores autoridades clausuren estos bares de la muerte, regulen su funcionamiento y establezcan normas. Es el pedido de la población, es el pedido de los sullaneros que quieren una ciudad de paz.