ERP. Un trágico suceso conmovió a los piuranos en general. Se trata del accidente que dejó sin vida a pequeños estudiantes y por el inesperado adiós de personitas que llevaban en sus mentes, no lo dudo, el ánimo de ser mejores y de prosperar en la vida gracias al estudio y el esfuerzo. Iban de un lugar a otro, con sus cuadernos, sus lápices, sus libros y quizá decenas de pensamientos y emociones de lo que deseaban ser al llegar a la mayoría de edad.
Igualmente y con la convicción del diario vivir, estuvo el chofer, quien terminó desangrándose en los fierros retorcidos de su propia herramienta de trabajo. Lo sucedido, simplemente es indescriptible y llega hasta la fibra más sensible de los familiares, amigos y sobre todo compañeros de estudios y de trabajo. No cabe duda, una desgracia que nadie hubiera deseado se produzca.
Es la impronta de la vida, sorpresiva y muchas veces cruel, dolorosa, que nos despierta y nos recuerda que nadie compró una vida y en cualquier instante, en cualquiera curva, en cualquier momento puede terminar y en ese fin, no interesa si uno es joven, si es mayor, simplemente nos dice que somos mortales y hacia ese destino llegamos de formas impensadas.
Un gran dolor para muchos y sobre todo para los familiares quienes expresan que “no hay forma de demostrar el dolor que sienten” y bastaría hacer algo de introspección para considerarlo como inmenso e indescriptible, sobre todo cuando se pierden a dos de sus únicos hijos en un caso, y cuando en general un accidente arranca de sorpresa y en circunstancias graves, la ilusión de varios niños y adolescentes que se encontraban en la flor de sus vidas.
Antes de este y otros accidentes se ha regulado el tránsito vehicular, los ómnibus no pueden ir más allá de los 90 kilómetros, los vehículos están obligados a pasar revisión técnica y los conductores tienen mayores regulaciones para obtener su brevete; pero todas esas medidas son ineficientes frente a lo circunstancial y sorpresivo.
No es la primera vez que un accidente de tránsito nos lleva a la crudeza de los hechos. El nombre mismo del lugar donde se apagó la vida de los fallecidos es fuerte. “La curva del diablo” ha sido escenario de accidentes casi similares y una vez más lo difícil de la geografía nos coloca en la dimensión de humanos y finitos por una falla o una decisión humana.
El accidente no fue el acto de una locura, no fue la intención malsana para acabar con el otro, tampoco fue el odio que muchas veces nos enfrenta entre sí, el accidente simplemente fue un hecho humano impensado, fortuito, doloroso y cruel. De esos hechos que suceden porque en algún registro inexplicable se encontraban ya determinados y solo cabía cumplir.
Por ello, toda manifestación de solidaridad y conmiseración en estos momentos es valedera. Si bien es cierto, nadie puede sentir el mismo dolor del familiar, también es verdad que una mano amiga, un soporte sincero y una expresión de pésame, puede atenuar aunque sea imperceptible por ahora, los sentimientos que no se pueden esconder y disimular.
En el tránsito final, un mar de gente acompañó el homenaje póstumo que sus compañeros y docentes prepararon en el coliseo del plantel de los estudiantes del colegio Santa Rita. Monseñor Daniel Turley, se dirigió a los cuerpos inertes y las personas condolidas por esta desgracia.
Allí presente y quizá agradeciendo por siempre, se encontraba Jennifer, una de las alumnas que sobrevivió al crítico momento. Ella ha quedado para dar fe, de esos hechos que aparentemente no tienen explicación o que nos lleva a reconocer que la vida, ese don que nos permite mirar la armonía del universo, no nos pertenece y se dispone cuando alguien omnipresente lo decide.
Las vidas perdidas quedarán luego en un pasaje triste de nuestra historia regional, el dolor pasará y todos los directamente afectados poco a poco regresarán a la normalidad. Es la capacidad que tiene el ser humano para reponerse, incluso de los más infaustos golpes, poniendo en un plano viviente el pesar de aquellas personas a quien se quiso y que el destino un día arrancó de improviso.
Por el momento solo cabe vivir el luto, condolerse y llorar si es necesario. No hay formas de cambiar la realidad y una muerte, siempre será muerte cuando sucede de esta manera. Puede haber culpables y seguro que los hay, causas fortuitas e impensadas que deben saberse para prevenir; sin embargo, nada devolverá la vida y el entusiasmo de los jóvenes y adultos que fallecieron un trágico lunes 8 de agosto.