ERP (Laurence Chunga Hidalgo) ¿Nuevos modelos éticos se insertan en la sociedad?. Hemos crecido con los que nos inspiró e inculcó la Iglesia Católica. Los valores con los que se nos amamantó en nuestros primeros días formativos se forjaron a la luz de los evangelios y se hicieron carne en la vida de los santos, de los que nos venían a contar en las clases de catequesis eclesiales. Nuestros padres nos amenazaban con el infierno en caso de desatención de los mismos. Tal discurso parece desgastado.
La información, abundante, mediática que cuestiona gravemente el sistema de creencias y dogmas que conforman la fe católica, afectada, además por la proliferación de distintas organizaciones religiosas que se aparte de ella, pero que a la vez, se originan en ella, ponen al ciudadano entre la pared y una espada invisible ¿será que los valores aprehendidos no son necesarios para vivir?
Renovadas formas de eticidad se enarbolan. Emularemos ya no a mártires de la fe o héroes del evangelio, lejanos en el tiempo y distantes por el manto de la gracia divina, sino que apostamos por gentes de carne y hueso, capaces de sentir y de padecer los quehaceres de la vida diaria. Dice más, a un ciudadano, la sangre de alguien que muere por su patria a que aquella otra, que se ofrece a la divinidad, por el solo hecho de aplacarla y/o complacerla. Parece que los valores tienen un nuevo sentido: la terrenalidad de su función. Es preciso echar mano de ellos y aplicarlos en cada vez que actuamos en sociedad, justamente para que esa sociedad que compartimos sea cada vez más justa y, distribuya, en reconocimiento de los derechos de los suyos, a cada quien según les corresponda.
La honestidad de Grau, que ha sido el estandarte de la movilización del pasado 31 de noviembre, ha convocado –por el llamado de la Defensoría del Pueblo y la Casona Museo Miguel Grau- a más de tres millares de jóvenes, representantes a su vez de cuarenta distintas instituciones de nuestra ciudad, ha puesto es escena a la Orquesta Sinfónica de Piura y a grupos de danzantes de esta ciudad, así como a otros grupos escolares de dramaturgia que, se han congregado al pie de la efigie de Grau, en el ovalo del mismo nombre, para comprometer a los jóvenes pero a la vez a las autoridades representativas de esta ciudad, a la obligación de generar conciencia respecto de la necesidad de rescatar y revivir los valores en cada actuación cotidiana, propia de cada día.
El asunto es ¿Cuánto sabemos de Grau? No se puede negar su heroicidad expuesta en su máximo esplendor aquél aciago 08 de octubre, pero pocos conocen su vida política, el número de hijos que tuvo, lo que pretendía para ellos, incluso después de la muerte. De su caballerosidad también se habla en las calles, con ocasión del “Viva el Perú generoso” de los chilenos que se ahogaban en el mar de Iquique luego del hundimiento de La Esmeralda. ¿Qué se sabe de su vida familiar? Muy poco se dice de lo bien que escribía a su mujer y de lo tanto que recomendaba por la educación de sus hijos. Tampoco se habla de su buena vecindad y los saludos y afectos que, escribía en sus cartas con recomendación de hacérselas llegar a sus amigos, vecinos y parientes. Grau era un hombre cualquiera y, desde esa perspectiva, es posible la réplica de los valores que inspiraron su vida. Si la colectividad supiera con mayor detalle de sus decisiones personales respecto de la azarosa política de aquellos días, de sus pretensiones democráticas, de su disponibilidad a la desobediencia a favor de los principios de la Constitución, de su decisión de arriesgar su vida a sabiendas de una guerra en que nos encontrábamos en desventaja, sería mayor la impresión de las vivencias de ese héroe nuestro, serían mayores las posibilidades de emularlo, dado que asumiremos en conciencia su terrenalidad, tan humana como la nuestra. Sería mejor una foto de Grau abrazado a su pequeño Enrique a que esa hierático e imperturbable. La vida de Grau es una fuente de valores; pero es necesario escarbar en ella y anunciarlos a los cuatro vientos en el modo como aquel paisano nuestros los hizo carne.
Reunir a cuarenta instituciones y a tres mil gentes, de seguro ha sido tarea difícil. Habrá requerido de una adecuada estrategia para alcanzar el compromiso de las direcciones y jefaturas de cada cual. Tener a un grupo de autoridades frente a la colectividad expresando, con su presencia, ese compromiso con los valores y principios éticos que la democracia reclama ya es un buen logro. Una forma de eticidad, de educar y formar en valores es con el ejemplo. Significativo habría sido que cada quien se comprometa con sus hijos a ser mejores ciudadanos, a mostrar con transparencia las actuaciones públicas y el gasto del erario de todos. El ciudadano común tiene obligación de no dejar caer la envoltura de su caramelo en la calle, pero aquel otro, que detenta autoridad por elección popular o designación pública, tiene el deber de la transparencia: de exponer públicamente sus actividades, aquellas que corresponden a su vida política.
La ética no es sólo discurso desencarnado del “deber-ser” como teoría normativa para la acción. Debe empezar a vivirse en la cotidianeidad. Miguel Grau lo tenía claro, pero también María Elena Moyano, una heroína de nuestros días, y lo mismo Mariano Santos Mateo, aquel policía que destacó en la batalla de Tarapacá. Ha sido alentador ver a nuestros héroes sin nombre, los bomberos, que vestidos de rojo han recibido un reconocimiento a su labor y, lo mismo les debemos a aquellos otros que han decidido donar sus órganos o que, encontrándose un fajo de billetes en algún cajero, lo han devuelto. Esas son formas de heroicidad ciudadana, expone que las exigencias de los derechos humanos son como la nueva cara de los mosaicos mandamientos que han inspirado nuestra conducta colectiva. Ojala esta fiesta cívica se institucionalice.