ERP. (Por Miguel Arturo Seminario Ojeda) Cada 7 de junio los peruanos reiteramos públicamente el amor a nuestra bandera, lo hacen todos los miembros de la Fuerza Armada, desde el de más bajo rango, hasta los de más alta graduación, y los civiles lo hacemos mentalmente, poniendo el corazón en la memoria, porque uno solo es el ´pueblo que ama a su bandera. Con toda seguridad este juramento lo hacen en todos los pueblos del mundo, cada quien ama a su bandera, por eso entendemos el amor que le tenemos a la blanca y roja, a esa que nació en 1820, por obra, por hechura del general San Martín, el arquetipo de la libertad e independencia americana.
Los peruanos somos firmes en nuestras decisiones, somos seres sociales herederos de una tradición gloriosa, cargada de milenios, mejor dicho, alimentada por una sucesión de recuerdos escritos, y otros que se han quedado para siempre en la memoria colectiva, a través de leyendas, o sea a través de verdades, en algunos casos magnificadas, pero que tienen mucho de verdad, como esa del origen del imperio incaico, que asocia los orígenes de los incas, sobrevivientes de la desaparecida Tiahuanaco, a los alrededores del lago Titicaca.
No hay evidencias de si cada uno de estos pueblos tuvo, o concibió a una bandera como símbolo distintivo de sus sociedades, aún para los incas, el prestigioso historiador Juan José Vega, dudaba que la que se les atribuye, hubiese sido su bandera, porque para él, estos símbolos estaban en la concepción de las sociedades europeas y asiáticas. Lo cierto es que, con bandera o sin bandera de los incas, somos herederos de su protagonismo, de su mundo, de su creatividad, de todo lo que hicieron y dejaron para la posteridad, en un camino que se había iniciado y fortalecido sucesivamente, desde el lejano hombre de Lauricocha, pasando por Caral, Chavín, y otros pueblos, cuyas luces se conocerán mejor con nuevas investigaciones.
Desde 1820 los peruanos tenemos una bandera, un símbolo que representa a la nación, y que pese a haber cambiado de formas, no han variado sus colores, esos que asociados a una leyenda, a un sueño del general San Martín, tienen un significado especial para los que hemos nacido en el Perú, y para los que se han asociado a este país, haciéndolo suyo, por el que luchan muchas veces, al lado de los que han abierto los ojos aquí.
El 7 de junio es un día especial para el Perú, ese día los peruanos estamos unidos a través del recuerdo de la batalla de Arica, acción en la que un buen número de peruanos se inmoló por su bandera, por su país, por su patria, y lo hicieron con esa fe heredada de los antepasados, que ellos fortalecieron, y legaron para quienes les sucedieron en esta tierra que se llama Perú. En medio de los varios miles, se destacan los nombres de dos titanes: Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte, que sin ser los únicos, son protagonistas distinguidos en esa acción que rememoramos cada año, haciendo el juramento de fidelidad a nuestra bandera.
Enrique López Albújar, narrador y poeta de gran trayectoria, escribió una poesía a la bandera cuando estaba bastante joven, poesía que está cargada de ese vigor de la juventud del poeta, de esa fuerza terrígena que lo ataba a Piura, pese a su accidentado nacimiento fuera de su perímetro geográfico. Hoy los libros de literatura la siguen considerando, y los nuevos soportes de la información la difunden constantemente, aparece de muchas maneras, y sus nuevos lectores seguro que sienten la emoción de quienes las leyeron primero.
López Albújar nos recuerda que “La bandera es palma heroica, la bandera es arca santa...” Que emoción en estos versos, sentimos la fuerza que nos integra, que nos une espiritualmente a lo que representa la bandera, a la Nación, a esa que la conforman todos los nacidos en el mismo espacio y se mantienen unidos por tradiciones comunes, por símbolos que todos queremos y respetamos, asumiendo que la bandera nos recuerda a la patria, porque “la bandera tiene vida, la bandera tiene alma”, como lo dijo con mucha fortaleza, don Enrique López Albújar.