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Jue, Abr

Carnaval Querecotillano

Miguel Arturo Seminario Ojeda
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ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. Querecotillo es una villa simpática, cariñosa y alegre, que refleja el espíritu de su gente, porque después de la feria en homenaje al Señor de Chocán, continúa la diversión de los carnavales, fiestas de las que casi nadie se salvaba, “a mojar y a bailar, todo el mundo a jaranear”, era lo que parecía salir de cada corazón querecotillano.

Cuando quise saber más de esas fiestas cargadas de alegría, recurrí a Lucía, “Lucha” Gallo Camacho, quien en sus años infantiles, allá por la década del 20 del siglo pasado, también jugó carnavales, y jugaba también en la adolescencia, y hasta ahora no le faltan ganas de jugar, pero no encuentra jugador.

Recuerda que se jugaba con agua en baldes, y globos de agua con anilina de todo color que dejaban manchadas las blusas y la ropa interior, como diría mi abuela, esas tintas manchaban hasta los “calzonarios”, cuando estaban muy cargadas; en esa tardes divertidas donde las aguas contribuían a enfrentar al calor sofocante, no faltaban los polvos y el betún, de manera que eran tardes divertidas en todos los barrios.

En los bailes organizados en el Club Social Querecotillo, se bailaba y se jugaba con agua, talco, chisguetes de éter, y otros con palanca que disparaban ricas fragancias; se tiraba serpentinas, picadillo de colores, mientras se bailaba con las orquestas que se contrataban en Sullana. Como la alegría era general, todo el pueblo bailaba, así, los que no estaban en el Club, bailaban al compás de los pianos ambulantes u organillos que se alquilaban para alegrar las fiestas organizadas en las picanterías.

En todo Querecotillo se bailaba, se jugaba 3 días seguidos, domingo, lunes y martes, y el miércoles de ceniza, era tomado como una penitencia de toda la gente que había jugado, que iban a templo a recibir la crucecita de ceniza que se imponía en la frente, de esa manera su conciencia se reconciliaba con Dios, después de haberse divertido con el juego de carnestolendas.

En cada fiesta anual de carnavales se elegía una reina que presidía el corso en todo el distrito, cuando se organizaba de esta manera, hasta que poco a poco, esa costumbre fue quedando atrás. En la memoria de los querecotillanos queda el nombre de la reina Bertha Gómez Gallo, quien presidió las fiestas de carnaval hace muchos años, tiempos que ya no volverán, porque hoy muchos prefieren irse a las playas, y estar en el mar todo el día.

En una oportunidad Martina Seminario fue a bañarse al río para huir de los palomillas, que estaban haciendo guardia para mojarla, no quería que le dejen la ropa estampada con anilina, y con su feliz ocurrencia llegó a las orillas del Chira acompañada de 6 amigas. Se bañaban a todo dar, hasta que apareció una “sarta” de palomillas, que estaban felices por haber descubierto el escondite.

Indudablemente que se armó una pequeña batalla, las invitaron a salir del agua voluntariamente para embetunarles la cara, habían llevado pomadas negras y marrones, junto a los talcos de los más baratos del mercadillo de Sullana; como las doncellas pusieron resistencia, las sacaron a la fuerza, Martina y sus amigas patalearon todo lo que pudieron, pero terminaron con las caras negras, blancas y marrones, no se pudieron salvar de la patota, que tras “carnavalearlas”, empezaron acorrer despavoridos, porque estaban seguros que una lluvia de pedradas vendría tras de ellos.

Hasta hoy todo el mundo se ríe cuando recuerda este episodio, y yo, solo de imaginarte a Martina llena de revolcones en las orillas del Chira a su paso por Querecotillo, y de saberla atizando a sus amigas, y con los ojos bien abiertos para encontrar más piedras, no me para la risa.

Querecotillo Plaza Armas

 

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