ERP. La reconstrucción requiere vigilancia ciudadana para evitar el dispendio. El voluntarismo, en apariencia optimista de los reconstructores, no surte efecto cuando existe la desconfianza. Desconfianza en las licitaciones en donde las sobrevaloraciones, la repartija, las coimas son moneda corriente.
La pasada experiencia demuestra que cuando las crecientes del río Piura arrastran los taludes de arena finalmente no queda nada. No queda huella de lo que mal se hizo. El robo descarado con nombre propio se diluye en la total impunidad. Basta mirar las obras públicas que el gobierno realiza en el Ecuador para en el contraste descubrir que aquí toda obra pública es perentoria.
Nos sobra la negligencia. Somos indigentes de responsabilidad. Sobre el Estado flotan las malas prácticas de Odebrecht. La conclusión turbia y descarada que en toda obra pública se roba impunemente. La desconfianza muerde a los órganos de control. Una especie de parábola negra en donde los gatos deshonestos viven del cohecho con los ratones.
Por eso necesitamos de vigilancia ciudadana para que la argamasa no sea más arena que cemento. Para que las obras públicas no sean la piñata de los corruptos. Para que los constructores brinden información pormenorizada de lo que hacen y lo que dejaron de hacer. Para que las licitaciones sean actos públicos a puertas abiertas y transmitidos en vivo y en directo por todos los medios posibles para no olvidar a los responsables.
La cultura de la transparencia aún anémica con las telas asoma en los portales de las instituciones públicas. Es más expresión de ocultamiento que información verificable. Los dineros públicos, debe divulgarse, no son patrimonio privativo de los que los administran sino propiedad pública que tiene que ser cautelada en todo momento. Vigilar su buen uso es un deber ciudadano.
Vencer la acomodaticia moral de quienes piensan que hay que dejar robar pero que hagan obra. Es una necesidad urgente. En la batalla contra la deshonestidad tiene que imponerse la honestidad. El respeto elemental a las personas y a sus decisiones conducentes al bien común. El bien común requiere del ejercicio de la crítica y la expresión de la opinión en todo momento.
La autosuficiencia arrogante no es buena consejera cuando se desoye a quienes participan en representación plural de la sociedad civil. Las críticas finalmente provocan reacciones y respuestas frente a problemas reales. Son llamadas de atención en el camino no zancadillas insuperables.
En la India se han resuelto descomunales problemas de inundaciones escuchando a ancianos analfabetos que conocen los vaivenes de los torrentes en crecientes. La técnica escucha a los actores sociales e interpreta sus necesidades formulando soluciones eficientes.
En tanto los problemas no se formulen partiendo de diagnósticos sobre causas reales los conflictos están a la vuelta de la esquina. Y su exacerbación tiene costos cuantiosos para el bienestar de las poblaciones.
La arrogancia es como la mona que se viste de seda y en los días del diluvio colgada y a buen recaudo en un árbol ofrece su mano de ayuda a los peces invitándolos a que se encaramen en la rama. Cuando las soluciones no surgen del análisis de la realidad. Son irrealidad pura, consuelo de tontos, agua de malvas.
Definitivamente, no pueden tratarnos como masas obedientes al poder. Los piuranos son definitivamente fluviales. Tienen el comportamiento de su río en algunos momentos son lentos y pacientes, pero no están exentos de arrebatos como en las crecientes en donde con impaciente iracundia se convierten en un potente reclamo popular.
Fue lo que pasó en 1983 con el Frente Cívico de Piura que conquistó el Canon Petrolero. Por eso no nos vengan con la historia de que somos el agua tibia del norte del Perú.