ERP/N.Peñaherrera. ¿Cuán incoherentes somos en nuestras demandas?
Escuchaba en la radio una interesante comparación respecto a las protestas ocurridas recientemente en Cajamarca, tras el confuso incidente cuando un policía disparó y mató a una persona que trataba de impedir un desalojo en esa ciudad andina... pacíficamente, no creo.
Pues resulta que ahora los 'desalojables' han pasado a ser una especie de héroes nacionales, quienes convocan violentas manifestaciones en la tierra del carnaval y el queso mantecoso.
Y aquí por más que nos duela, debemos indicar que si te endeudas y hay intereses (tanto por ciento, quiero decir) de por medio, jamás en la vida vas a pagar la misma cantidad que prestaste. Digo, matemática de primero de secundaria.
Lo que pasa es que nos da pereza leer la letra chiquita, preguntar hasta el cansancio por las condiciones de cualquier negocio, o simplemente nos encanta cabecear.
El analista Nelson Manrique dice que hay culpas compartidas en el incidente: quienes se atrincheraron en la casa por usar cuanto proyectil hubiera a mano, los matones aparentemente contratados por quien pedía el desalojo, y los uniformados que no pudieron ni contener a los anteriores ni a ellos mismos.
Una de las marchas de protesta terminó frente al cuartel de la Policía Nacional, donde hallaron un cerco de 50 efectivas quienes contuvieron a la turba alzando sus manos vestidas con guantes blancos.
Aparentemente, los pobladores no les tocaron ni un pelo, aunque después fueron a otra parte para tratar de quemar motocicletas policiales.
¡Ah, qué vivos! La moto no se puede defender, ¿no?
Un comentarista en la radio (una radio que no es de Lima, por cierto) comparó la actitud de las policías con la manera cómo enfrentaban las protestas quienes seguían a Martin Luther King, en Estados Unidos, o Mahatma Gandhi, en la India: no respondiendo... o mejor dicho, no respondiendo con violencia.
Mucha gente critica que el sistema gubernamental es un caos completo, cuya forma de proceder indigna, donde se privilegia lo espectacular y farandulesco (ej. El Fiscal de la Nación); pero, ¿qué ofrece la población a cambio?
Desinterés y violencia. Eso es lo que ofrece.
Si se critica tanto al sistema, ¿cuál es la diferencia al otro lado?
¿Nos vemos dignos chequeando la brizna en el ojo del gobierno cuando nos hacemos los suecos con la viga que nos manejamos?
Pedimos justicia. Tenemos la palabra en la punta de la lengua. ¿Y nuestra forma de actuar es justa?
¿Quien le tira una piedra a otro ser humano, de manera anónima, no es tan asesino en potencia como quien carga un arma a nombre de la Nación?
Revisémonos: estamos pésimos de salud mental, pues tenemos la violencia a flor de piel, y no estamos haciendo absolutamente nada por curarnos antes de que se nos haga metástasis.
Y va para todos y todas sin excepción.
La Historia nos enseña que todos los movimientos nacidos bajo el seno de la violencia terminan matando a quienes los promueven, ya sea en el sentido literal o figurado.
Es cierto que a veces la actuación violenta llama la atención, pero deja un mal sabor de boca, un afán de revancha, una rabia contenida que estallará en cualquier instante.
No sé cuál es el beneficio de vivir dentro de un barril de pólvora, y lleno de pólvora encima; pero me pregunto cómo se las ingeniará el ocupante para alumbrarse de noche con solo un fósforo.
Tranca, ¿no?
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