ERP. Papá ya se puso la primera dosis de la vacuna contra la Covid-19. Lo hizo el miércoles 12 de mayo tras once horas y media de espera y desconcierto en el Instituto Superior Pedagógico Juan José Farfán, aquí en la ciudad de Sullana. Hay sentimientos encontrados: alegría porque su proceso de inmunización ha comenzado, fastidio porque en términos prácticos le ha tomado casi medio día hacerlo.
Por Nelson Peñaherrera Castillo
La reflexión que tuve ese miércoles, mientras esperábamos noticias en casa con mamá (otro hermano había acompañado a mi papá) es que si alguien quiere un pretexto para no aplicarse la inyección, las autoridades sanitarias locales le están dando uno en bandeja: ¿quién querría ser maltratado de esa forma y bajo el potente sol sullanero? Olvídense de los antivacuna, los pro dióxido de cloro; el sistema de salud público es el mejor disuasor de que debes inmunizarte.
Se supone que cuando ya se sabía que las dosis para público en general estaban por venir al departamento de Piura, la Dirección Regional de Salud de Piura (Diresa Piura) –de la que ya nos hemos ocupado en esta columna, y no necesariamente por su eficiencia—lanzó un aplicativo en el que te registrabas y posteriormente podías elegir un local de vacunación.
En principio, papá había seleccionado el Hospital del Ministerio de Salud, que está en el Barrio Sur. Hasta donde pudo verificar en el sistema, éste era su local de vacunación, y recuerdo habérselo sugerido por su cercanía a casa.
Cuando se anunció que su grupo de edad ya podía vacunarse en Sullana (papá es mayor de 70 años), la información oficial circulante decía que solo habían dos locales habilitados: el colegio Víctor Raúl Haya de la Torre, en el corazón del Barrio Sur, y el Instituto Juan José Farfán, en el límite entre López Albújar y Sánchez Cerro. ¿el Hospital Minsa? No aparecía por ningún lado. Entonces, papá optó por el Instituto Pedagógico aplicando el mismo principio de cercanía.
Asumiendo que debía ganar tiempo, estuvo en pie desde las cinco de la mañana y antes de las seis fue con mi hermano para esperar su turno. Siendo bien optimistas, su vacunación podría ocurrir en cualquier momento antes de mediodía. De hecho, un primer grupo de 70 personas había comenzado a ser inmunizado, y cuando esperaban que entrase el siguiente, no ocurrió. La versión que se dio es que ya se habían acabado las dosis, y que mientras se esperaba el siguiente envío, el proceso tenía que reanudarse a las dos de la tarde.
Los primeros en ser vacunados aquel día en realidad se beneficiaron con un paquete de dosis que habían quedado del día anterior, hasta lo que se pudo conocer, y por alguna razón no se previó un nuevo lote. Y fue cuando el desconcierto cundió en el personal a cargo pues cada quien manejaba su propia versión de los hechos: que ya mismo, que a lo mejor a mediodía, o quizás desde las dos… si llegaban las dosis.
Y en el colmo de la situación, cuando ya comenzaron a organizar las filas y asignar turnos, al revisar el documento de identidad de mi padre, le dijeron que esa no era su jurisdicción sino Villa Primavera. ¡Momento, momento, momento! ¿en qué momento las autoridades avisaron que la vacunación en el área metropolitana de Sullana se sectorizaba por lugar de residencia? No hubo respuesta. Papá se fue tan rápido como pudo –ya era cerca del mediodía—al local que le indicaron (unos cuatro kilómetros de distancia), e hizo una nueva cola; pero, por si las moscas, mi hermano se quedó en el primer sitio.
Dicho sea de paso, ¿qué había pasado con el registro que se hizo en el aplicativo de la Diresa Piura? Nadie en el personal de salud tenía una respuesta; es más, aparentemente no tenían idea que existía un registro electrónico previo. Y la repregunta de cajón es… ¿y qué va a hacer la Diresa Piura con todos esos datos sensibles? Tiene que dar una explicación. Sigamos.
En Villa Primavera, efectivamente, había menos gente, la cola avanzaba rápido y parecía que la inmunización iba a producirse allí. Cuando papá logró ingresar, no, señor, que usted no está registrado acá, así que regrese a donde estaba haciendo la cola. ¡Momento! ¿No que no había registro? Papá debió regresar al Instituto Farfán, donde seguían en modo desconcierto aunque vacunando desde mediodía. Para hacer corto el cuento, mi progenitor se pudo vacunar a eso de las cinco y media de la tarde… ¡once horas y media después que había llegado al local!
Solo para el registro (sic), al día siguiente de tanto escrúpulo en los cupos de Villa Primavera porque, supuestamente, no había dosis suficientes, un vecino del barrio estaba pasando la voz de que acudan a este local de vacunación porque lo que sobraban eran, precisamente, dosis y faltaba gente para vacunar. No es la primera vez que a este establecimiento le pasa lo mismo, al punto que sé que han vacunado incluso a personas fuera de su jurisdicción, digo, si tan ‘exquisitos’ estaban con el rollo de la sectorización. Regresemos al Instituto Farfán.
No solo fue el caso de papá sino el de al menos 300 personas que acudieron al vacunatorio. Y obviamente, ahora se sabe que no fue un problema que solo ocurrió ese día. Lo que también tengo claro es que no fue el único centro donde el desorden, el desconcierto y la larga espera fueron las constantes.
En el colegio Víctor Raúl Haya de la Torre, la gente también se esperó doce horas hasta ser vacunada, como me lo reportó un seguidor cuya madre estaba allí esperando. Lo mismo con otro vecino quien fue inmunizado tras once horas de espera. Y no descarto que hayan más casos, lo que confirma algo que ya veníamos observando en el sistema regional de salud desde el inicio de la pandemia: no tienen una mínima noción de cómo gestionar un proceso de lo que sea.
Ahora entienden por qué la palabra “insuficiente” en boca del gobernador regional es un chiste de Jaimito?
Y para quienes piensen que solo pasa en Sullana, en Tambogrande, según me contaba un seguidor, la cola el jueves 13 de mayo a las siete de la mañana ya medía seis cuadras (ver video adjunto). En la ciudad de Piura, la madre de una colega fue inmunizada… ¡dos días después de que comenzara la cola! Regresando a Sullana, los padres de un compañero de promoción también esperaron hasta once horas para recibir su dosis.
Me pregunto qué pasaría si los papás, o tíos, o abuelos de la gente que trabaja en ese sistema público regional de salud tienen que esperar largas once horas para ser atendidos. ¿No será que los jefes se la emprenden a gritos contra enfermeros, técnicos y hasta médicos (como suelen hacerlo), e incluso pueden sancionarlos? Pues, al margen de la propaganda oficial, lo que esta actitud demuestra, además del pandemonio, es cero empatía con esa población a la que dicen salvar la vida.
Se viene la segunda dosis de papá, y tememos que sea la misma correría: todo un día perdido porque desde la Diresa Piura no hay protocolos claros sobre cómo organizar algo tan básico como un servicio de vacunación. Digo, no es que recién se inventaron las vacunas, ¿o sí? Luego, habrá de vacunarse mamá. ¿También tendrá que esperar once horas o doce, o dos días, a ver si la inmunizan? Pongan orden porque ustedes, encima, están bajo sospecha tras el escándalo del tráfico de medicamenttos en el Estadio Campeones del 36, donde funciona un hospital de campaña contra la Covid-19.
Ojo que en Piura, en uno de los vacunatorios hay personas que ofrecen un cupo a la cabeza de la fila por 200 soles. En Chiclayo, la Policía Nacional ya detuvo a uno que la ofreció por el triple, mientras en Pimentel, Lambayeque, grabaron a uno pregonándolo por 150 soles (y encima con conocimiento del número de dosis). Según RPP Noticias, en el vacunatorio del Instituto Farfán se estaban vendiendo cupos y la Policía Nacional o el Ejército Peruano no hicieron nada, no detuvieron a nadie, porque simplemente no estaban.
Otrosí digo: en Catacaos, se denunció que desconocidos comenzaron a repartir tickets para vacunarse sin estar autorizados, según informó Radio Cutivalú. Y a eso agreguemos la gente aquí en Sullana, o en Chulucanas, en Piura… en fin, doquiera, pasándose toda la noche, que ya ha comenzado a ser fría, para alcanzar una dosis.
Pero, para que no pienses que todo son malas noticias, parece que el lunar de la historia es el establecimiento de salud en Santa Julia (distrito de Veintiséis de Octubre, área metropolitana de Piura), donde el personal se organizó mejor, el flujo de usuarios era más rápido, tanto que toda la gente llegada en la mañana ya había sido atendida para mediodía, y en la tarde lo que sobraban mas bien eran dosis. En la etapa de mayores de 80 años, incluso fueron buscándolos casa por casa. Con decirles que hasta servicio de inmunización a carro han llegado a tener.
Como me dice uno de mis compañeros en el estudio, si esto pasa con los y las mayores de 70 y 80 años, que no son la mayoría de la pirámide poblacional, ¿qué pasará cuando nos llegue el turno a los y las mayores de 40, o de 30? ¿Tendremos que ir con nuestra carpa a hacer campamento al estilo hippie? O sea, ¿una suerte de Woodstock pandémico? ¿También nos tendrán corriendo de un lado al otro del área metropolitana viendo dónde diablos nos vacunan?
Y ojalá que en Sullana, o en Piura, o el resto del país, no se repitan los casos de jeringa vacía o jeringa inexistente. Eso no es ser inútil ni malo; eso es ser criminales. A ver si alguien sincera también la estadística. Luego de esos registros y las cifras del vacunómetro, sospechar maquillaje es lo mínimo que puede pasarnos por la cabeza.
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