Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Mi barrio se ha caracterizado por ser uno de los más silenciosos de la ciudad de Sullana; claro está, dentro de los niveles de ruido que representa vivir en un conglomerado urbano. Sin embargo, el fin de semana la historia cambiaba. Muchos negocios en la avenida principal, que solían ser pacíficos restaurantes de salchipapas y relacionados llegaron a tener a discotecas como ruidosos vecinos… hasta que vino el toque de queda y los silenció.
Un defecto no solo peruano, pero también latinoamericano, es que tenemos una fobia casi heredada genéticamente al vacío, y que la ciencia sí la tiene estudiada. Se llama kenofobia y se somatiza mediante un aumento en el ritmo cardiaco y la sudoración. Aunque la psicología y la psiquiatría sí tienen terapias específicas, el latinoamericano ha preferido usar la aglomeración de personas, sonidos y objetos como tratamiento.
Y como en América Latina nos encanta justificar lo injustificable, hemos creado el mito de que somos una cultura que no puede vivir sin sentir el contacto físico con sus pares, que no puede permanecer en silencio por lo menos cuarenta y cinco segundos, y no puede tener un área física libre de obstáculos. Como consecuencia, el Covid-19 se le sale de control, pierde audición casi sin quererlo y se cae de trompa cada vez que hay un sismo, tiene que usar una ruta de escape y justo al medio hay una mesita, una silla o un florero. Sóbate con disimulo.
Pero siendo descarnadamente sinceros, lo que nos pasa, y lo he dicho antes por acá, es que en el fondo le tenemos miedo a la soledad. Nos cuesta trabajo convivir con nuestra conciencia. Nos aterra la idea de escucharnos a nosotros mismos y nosotras mismas, o simplemente tenemos fobia al silencio, cuya palabra en castellano no la he hallado (se agradece si alguien me ayuda), pero que en inglés tranquilamente podría ser ‘noiselessphobia’ (pronúnciese “noislesfobia”).
Los beneficios del silencio y la tranquilidad sí son patentes y están ampliamente estudiados por la ciencia: mejoran la concentración, aumentan la calidad del sueño, reducen los niveles de estrés cuando se es capaz de convivir en primera persona singular; por lo mismo, aumentan la productividad y hasta la creatividad dependiendo del trabajo al que te dediques, especialmente si es de carácter intelectual o si eres estudiante.
El martillo, el huayno, la centena y el toque de queda
Durante la crisis por el nuevo coronavirus, nos hemos visto obligados por ley a guardar silencio, especialmente en las noches. Desde el 15 de marzo, el Perú tiene un toque de queda que ha ido variando en horarios. Se comenzó con las ocho de la noche terminando a las cinco de la mañana, luego se flexibilizó a las cuatro de la mañana, luego se aumentó a partir de las seis de la tarde, y finalmente ahora comienza a las nueve de la noche.
En el norte peruano, donde la tasa de contagios y letalidad se disparó, la cosa fue peor. Comenzamos a las ocho de la noche, debido a nuestra indisciplina nos lo aumentaron a las cuatro de la tarde (el gobernador regional Servando García llegó a plantear una semana entera de toque de queda), y después nos lo redujeron a las seis de la tarde. Desde esta semana, ya nos pusieron al mismo nivel del resto de Perú, las nueve de la noche.
Esto, sumado a la cuaren… bueno, el nombre que corresponda al periodo de confinamiento social obligatorio (que duraría 107 días por todo), aparentemente ha tenido resultados esperados desde el punto de vista del control de la pandemia en el Perú. Recién el martes 16 de junio pudimos reportar que por primera vez en toda la crisis la cantidad de altas médicas, la gente que sale de la infección, supera a la cantidad de gente que se infecta por primera vez en una proporción de cinco a cuatro, y se ha sostenido hasta el cierre de esta columna.
El gobierno no ha mostrado más que una celebración muy disimulada por parte del presidente Martín Vizcarra en su kilométrico mensaje del lunes 15 de junio. Recién el jueves 18, mientras inauguraba una llamada Villa Covid en Pucallpa, Ucayali, reveló que el factor de dispersión de la pandemia en nuestro país está por debajo de que una persona contagia a otra. El famoso factor R, lo que, si le entendimos bien --¿mencioné que sus mensajes son kilométricos?—significa que podemos manejar los contagios aunque las camas de cuidados intermedios, y peor las de cuidados intensivos, siempre están bajo amenaza de saturarse con pacientes de moderados a graves.
El asunto es que nuestros números tampoco son los mejores. Este fin de semana, Perú ha roto la barrera de los 250 mil casos confirmados, superando los de Italia, uno de los epicentros europeos más críticos del nuevo coronavirus, y según algunas investigaciones científicas, quizás uno de los focos que surgió antes o en paralelo que el de Wuhan, China, que se supone fue la zona cero de toda la pandemia. Ojo que la cepa peruana del Covid-19 podría ser italiana, como lo estableció la secuencia del genoma realizada por el Instituto Nacional de Salud.
Considerando este contexto, ¿qué hacer? Las alternativas siempre serán tres: reabrir con restricciones, reabrir con ciertas advertencias y reabrir de par en par. Aparentemente, Perú ha descartado de plano la tercera alternativa, y ahora el sector privado comienza a presionar sobre optar por la segunda, aunque en la práctica es probable termine cayendo en la que el gobierno quiere evitar. Y allí la cuarentena y el toque de queda le juegan en contra.
Algunos voceros del gobierno han adelantado que la cuarentena acaba el 30 de junio de todos modos, pero el toque de queda podría continuar todo el año. Esto último ha puesto nervioso a todo el rubro de negocios nocturnos, especialmente los que generan fuertes ganancias durante los feriados largos y festivos como Aniversario Patrio, Halloween y Año Nuevo, que son los que quedan en el calendario juerguero de 2020.
Particularmente los ministros del Interior y de Defensa parecen no ser partidarios de levantar el toque de queda, entre otros argumentos aparte del sanitario, por la posibilidad de que la delincuencia aproveche las sombras para incrementarse de manera incontrolable, y la Policía Nacional solita no va a poder con el paquete teniendo en cuenta que su fuerza está siete veces más debilitada que la de las Fuerzas Armadas debido al Covid-19, según sus propias estadísticas.
Sin embargo, consultores privados (antes funcionarios públicos) sobre seguridad ciudadana han indicado que los mayores riesgos no se dan por las noches sino por las mañanas, cuando todo el mundo sale a hacer lo que sea, y si se levanta la cuarentena, eso va a multiplicarse porque la situación económica ha empeorado; aunque también está cierto cabildeo de quienes trabajan de noche y cuyos negocios, reconozcámoslo, mueven economía. El problema de estos negocios es hasta qué punto sus ganancias están justificadas a costa de la intranquilidad del vecindario.
¿Qué parte de “alto volumen no se entendió?
Si alguien vive junto a una discoteca sin sistema de aislamiento acústico –o sea, la mayoría—y ha logrado conciliar el sueño desde que se implantó el toque de queda, entenderá perfectamente lo que digo. En mi caso, la discoteca más próxima está como a dos manzanas pero en un segundo piso, y su sistema de bloqueo a ruidos es inexistente, así que para dormir de sábado para domingo uno tenía que estar realmente cansado… o dopado. Pero, el problema no termina con la discoteca sino con la gente que continúa la juerga durante la madrugada en la calle, que aparentemente, ha perdido capacidad auditiva y pone los equipos de sus carros a todo volumen mientras toma alcohol. Dudo que una persona sobria converse tranquilamente con tanto ruido alrededor.
Gracias al toque de queda, se ha logrado lo que Serenazgo y la Policía Nacional combinados no han podido durante años, en la antigua normalidad: tenerlos, al menos, en silencio. Y ésa es la bendita palabra clave en todo esto.
Lógicamente también detrás de este cabildeo anti-toque-de-queda están los organizadores de fiestas populares, especialmente con orquestas que cantan lo mismo y al aire libre, quienes, si no se han reinventado laboralmente, ya son parte del grueso en pobreza que se está proyectando. El problema con ellos no solo es el ruido, son los efectos de la venta de alcohol (ojo que me refiero a las consecuencias), y que en una sociedad con una mala salud mental, es una mezcla explosiva, especialmente contra nuestras mujeres, niñas y población vulnerable; obviamente contra quienes beben también, si no, que alguien me pruebe que durante el toque de queda hemos tenido más accidentes automovilísticos o motociclísticos por conducir en estado de ebriedad.
Por último, sin desconocer que los negocios nocturnos mueven economía, yo creo que lo que realmente insufla liquidez al sistema no ocurre de nueve de la noche a cuatro de la mañana sino después y antes de esas horas cuando los comercios, los bancos y miles de transacciones económicas se producen. Insisto, si alguien me saca cifras que prueben lo contrario, sería interesante analizarlas.
En lo personal, y atendiendo a la calidad de mi sueño, el toque de queda fue la mejor idea que se le pudo ocurrir al gobierno, no porque mi sueño sea relevante, sino porque las personas que emprenden a la hora en que todo el mundo duerme no han tenido un ápice de sensatez en pensar en que, precisamente eso, sus ganancias no son más importantes que la tranquilidad de los vecindarios; y si este tiempo no les ha servido para pensar al respecto, realmente no han aprendido nada; y cuando la cuarentena acabe, nada garantizará que los magros logros actuales se conserven. Segunda ola de contagios, le llaman los epidemiólogos.
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