Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Los problemas relacionados a la gestión en salud pública tienen múltiples causas. Eso lo sabemos de memoria; pero, ¿cuál es nuestra capacidad para mitigarlos o prevenirlos? Hoy haremos un viajecito literario hasta Chiclayo, en Lambayeque, el departamento donde no hay presupuesto para adquirir incubadoras que salven la vida de bebés, pero sí hay un millón de soles para gastarlo en canastas navideñas destinadas hasta al personal impersonal.
En la salida a Pomalca y cerca al Aeropuerto José Quiñones Gonzales se levanta el Hospital regional Almanzor Aguinaga Asenjo, administrado por el seguro Social del Perú, EsSalud. Se trata de un nosocomio de referencia para la mitad de la macrorregión noroccidental peruana: Tumbes, Piura, Cajamarca, Amazonas, San Martín y el propio Lambayeque.
Todas las personas que necesitan un trato altamente especializado y no lo encuentran en sus sitios de origen son derivadas allí con la esperanza de hallar recuperación, y éste es el primer problema: el flujo de pacientes. Es tan grande que el propio establecimiento no se da abasto para ordenarse en términos de tiempo y logística, al punto que hay más gente esperando por una cama que gente atendida. ¿Qué les parece si nos damos una vuelta por el área de Cardiología?
Por lo primero que un paciente debe rezar es que exista cierto nivel de coordinación entre su centro de origen y el Almanzor. Usualmente no es fluído. Pensemos en el Cayetano Heredia de Castilla, Piura, donde se decide que la complejidad con que un paciente tiene que tratarse excede la capacidad local y se le refiere a Chiclayo. Lo lógico es que tal referencia vaya a una lista de espera, y por simple orden de llegada se le adjudique un día y una hora para ser atendida.
Claro, eso sucede en el mundo de la lógica, porque en el mundo de EsSalud, el requerimiento se pierde en alguna parte del desierto de Sechura. No sé, tal vez en las Pampas de Olmos. ¿O será que decide doblar hacia las minas de sal de Mórrope y se le olvida que debía llegar a un hospital? El caso es que mientras Castilla afirma que sí hay referencia hecha, Chiclayo dice que nunca llegó. ¿Fiorella Molinelli? Bien, gracias, ahí manda saludos.
Entonces, la gestión que tendría que dejársele a una computadora y la red de fibra óptica termina siendo llevada de la mano por el propio paciente, que ya tiene suficiente con sus males como para agregarle la tensión que significa soportar la cola, la mala cara de quien le recibe, el nuevo tiempo de espera y respuestas del tipo “vuelva a Piura porque allá tienen que habilitarle”. O sea, un momento. ¿Otro viaje de regreso para venir cuándo? Porque si algo sabe cualquier asegurado que se respete es que es más probable el Juicio Final a que se consiga una cita en los próximos tres meses… ¡y aleluya!
Si la referencia ya llegó a Chiclayo, hay que esperar que pase a sistema. Cuando hablamos de sistema suponemos que es un proceso automatizado, pero resulta que no: depende de que un operador humano, si está de buenas ese día, le dé paso. ¿Problema resuelto? ¡No! Una vez que pasa a sistema, va a una nueva lista de espera para ver si, dependiendo de la gravedad del caso, se encuentra cama disponible.
Y aquí viene algo realmente bizarro para EsSalud. Se supone que cuando uno ya tiene la cama separada, el sistema se activa para darle la atención respectiva en piso tanto al paciente como a su acompañante (digo, alguien tiene que correr mientras tú convalesces); pero aunque no haya cama, te sirven la comida… en el pasillo del hospital. Y si no hallaste sillita para sentarte –sillas incómodas, dicho sea de paso—, ni modo, suelazo, caballero. Que no se diga que no se te atendió en piso… perdón, en el piso.
Otra estampa deplorable: gente con sus maletas llevando días penando por una cama, ¿por qué? Porque su consulta dice a una fecha y a una hora, pero cuando llegas puntualito, incluso con un día de anticipación, no se cumple, y espere a que lo atienda el interno (con sus desatinados comentarios editoriales: “¿En serio quiere operarse?”), y no se vaya, quizás hoy sí. Y cuando llega la hora de confirmar si es hoy, no, señor, no señora, que para mañana. Ni se le ocurra irse, nosotros le avisamos.
Y al día siguiente se repite lo mismo, y cual día de la marmota, cada 24 horas la escena se actualiza tal cual, sin variar coma ni gesto. Pero, señorita, joven, si mi consulta decía para tal fecha y hora. Espere amiguito, espere mamita que estoy viendo si llegó su historia. Ése es otro drama.
El Almanzor debe gastarse una fortuna haciendo electrocardiogramas a miles de pacientes para que… se terminen traspapelando. ¡Sí! Señor, señito, en su historia no está su “electro”, y el paciente lo que quiere es electro-cutar al personal de batas impecables (queridos abogados, ¿esto es amenaza de muerte o racionalización de personal?).
¡Oh!, ¿y ahora quién podrá defendernos…? Dije: ¡oh!, ¿y ahora quién podrá defendernos? Esteeee. En esta parte debería aparecer el gestor de la Superintendencia Nacional de Salud, SuSalud, algo así como la Sunat de todos los establecimientos del ramo a nivel nacional, pero aunque haga actas, denuncias y hasta lance maldiciones en lengua sec (mismo ai-apaec), hay una especie de conspiración secreta entre cardiólogos en los que sí, hay una sanción, pero, colega, aquí haga de cuenta que no pasó nada; mas bien, no se olvide plegarse al paro para que nos suban el sueldo. ¿Código azul? ¿Cuál código azul, ah?
Porque ésa es otra: la comunicación intraprofesional del Almanzor es altamente eficaz y eficiente. Hasta con el movimiento de una sola pestaña, enfermeras, técnicos, internos y hasta residentes saben toda la riqueza de datos clínicos que puede transmitirse. Pero a la hora que esta información tiene que ser comunicada al o a la paciente, como que uno habla swahili y el otro verborrea esperanto, y las instrucciones están en manchuriano, y vaya usted a saber qué quiso decir cada quién.
Entonces, es lógico que cuando el afectado, o sea el o la paciente, le cuenta su historia a los medios, lo dice en sus palabras con el riesgo de una alta inexactitud en los procedimientos y demás por la simple razón que no se tuvo ese mágico yempático momento de sentarse y tomarse el tiempo para decir qué está pasando y responder las preguntas que lógicamente van a surgir. Finalmente es derecho del usuario de los servicios de salud cuestionar hasta qué significa cada
color de la bata del personal que le atiende.
En fin, un establecimiento que nació para ser el llamado referente del orden y la fluidez y el buen trato al paciente termina siendo otro espacio donde los derechos del asegurado se vulneran con la misma delicadeza de un hipopótamo calzándose un tutú en una cristalería italiana. Y pobre de quien ose enfurecer al hipopótamo. Lo que quizás molesta más de todo esto es que cuando se lo comentas a otros especialistas, la respuesta que obtienes es un “mejor ni hagas bulla
porque si los médicos se sienten ofendidos, es peor”. ¿Y el o la paciente dónde quedan?
¿Algo más? Sí, hay normas técnicas del Ministerio de Salud (ojo) que instruyen tanto al personal de sus establecimientos como los de todo el sistema nacional público y privado sobre protocolos, procedimientos, y un largo etcétera que llena bibliotecas; pero no es aplicado. Así de simple. Y no es exclusivo del Almanzor. ¿O creen que no me enteré del caso de la psicóloga con atonía uterina que casi se les muere en el Cayetano Heredia de Castilla, todo porque el ginecólogo le dejó toda la chamba al residente? Ha sido el caso más comentado en Neonatología de las últimas semanas… y conozco personalmente a la psicóloga, para su mala suerte. Entonces, el personal no puede aducir ignorancia; entonces, ¿cómo consiguió la chamba?; entonces, ¿es más probable recibir una canasta navideña que salvar una vida? ¡Ya, pues! “No me digan que el alcohol se lo bebieron”, como diría Juan Luis Guerra. ¿Feliz Navidad?
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