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Lun, Dic

La provincia que destrozaba su pasado arqueológico

Nelson Peñaherrera
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Por: Nelson Peñaherrera Castillo. El jueves 6 de junio me llamó un colega para avisarme que en el Cucho, un centro poblado del distrito de Bellavista, pero integrado al área metropolitana de Sullana, un grupo de pobladores había cavado zanjas para poner un cerco a cuyo interior iba a quedar un montículo de barro que él había visto en otra parte conmigo. De la zanja aparecieron huacos (ceramios precolombinos) y cerca había un letrerazo del Ministerio de Cultura advirtiendo que la zona es arqueológica.

Sí, adivinaron: el montículo es presuntamente un vestigio arqueológico. Digo, una cosa lleva a la otra, ¿no? Y hay más: es probable que sea de naturaleza funeraria, o al menos ceremonial, y eso explica por qué se hallaron los ceramios.

Pero, a la gente local le valió madres. Siguieron haciendo la zanja, y mi colega, en su afán de evitar un acto evidentemente depredatorio, me preguntó a quién podía contactar para que éste se detuviera. Mi primera reacción fue sugerirle que llame a la Asociación Cultural Tallán, una de las pocas organizaciones locales visibles que, entre otros proyectos, maneja la única sala del Museo de Sullana, tantas veces amenazada por nuestras autoridades de ser convertida en oficinas o un almacén de papeles o trastos que no tienen nada de arqueológicos siquiera. Sí, ése es el nivel cultural y de respeto a la identidad que tiene la burocracia sullanera. Digna de ejemplo.

El Cucho es uno de tantos yacimientos arqueológicos que desde la década de 1960 en adelante ha venido siendo investigado por especialistas estadounidenses y japoneses (si la memoria no me falla) y que aparentemente correspondía a sentamientos que florecieron entre el Horizonte Intermedio y el Tardío en lo que la arqueología actual llama el Estilo Piura, anteriormente etiquetado como Cultura Tallán a secas, que ha producido ciertas controversias de concepto entre los estudiosos. Bueno, eso es lo interesante de la ciencia: aparece algo nuevo, te saca de cuadro lo que creías, y mientras vas conciliando los datos, puede que termines descubriendo un aspecto diferente de algo sobre lo que se manejaba poca información.

Hasta hace veinte años, más o menos, se había lanzado una iniciativa para preservar la zona e incluso hacerla parte de recorridos turísticos. Consideremos esto: el sitio está a unos cinco kilómetros de la Plaza de Armas de Sullana, así que el potencial de desarrollo era altísimo. Sin embargo, una investigación que condujimos por encargo en 2010 nos dio de narices al descubrir que la población estaba usando el área arqueológica como muladar, y a pesar que lo dijimos, nadie pareció compadecerse.

No sé en qué quedó el incidente del jueves, pero tengo la convicción de que no es un hecho aislado. Dos semanas atrás, el arqueólogo Daniel Dávila, con quien monitorizamos vestigios precolombinos registrados en Sapillica, la parte oriental del valle de San Lorenzo y algunos puntos del Medio y Alto Chira, me envió una noticia difundida por el diario La República y un enlace de video en los que se denunciaba que justo al lado de la Casona Checa, a las afueras de Sojo, distrito de Miguel Checa, una empresa estaba realizando trabajos de una red eléctrica. Tras rápidas averiguaciones, nos quedamos de una pieza cuando nuestras sospechas se comprobaron: los trabajos se estaban ejecutando encima de la propia huaca La Mariposa, otro de los pocos vestigios precolombinos visibles en esta orilla del río Chira.

 

Y cómo olvidar esa historia que me tocó publicar el propio día de Navidad de 2018 contándole al mundo que en el mismo lugar donde se va a construir la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) del área metropolitana de Sullana –sí, La Capilla-, se hallaron ceramios y estructuras que, tras verificarlas por satélite con Dávila, parecen ser restos de una huaca o adoratorio precolombino. En su momento varios pobladores junto a un entusiasta Ángelo Azabache peinaron la zona y lograron confirmar en tierra lo que el satélite detectó, e incluso identificaron una ciénaga que sigue usándose esporádicamente para ceremonias chamánicas.

Una vez que los posesionarios de la tierra cerraron un acuerdo económico con la Municipalidad Provincial de Sullana para permitir la construcción de la PTAR, se callaron en todos los idiomas, a pesar de mis consultas reiteradas sobre qué decidieron hacer con la zona presuntamente arqueológica. Digo presuntamente porque nunca se permitió un registro especializado, a pesar que los lugareños pidieron información, y menos se notificó al Ministerio de Cultura, cuya oficina en Piura parece ignorar el tema, en teoría. Hasta ahora Ángelo me pregunta de cuando en vez qué sé sobre el asunto y mi respuesta es la misma: “No sé. ¿Tú sabes algo?”. Y su respuesta no varía en absoluto: “Tampoco”.

Mientras en otros lugares vecinos a la provincia de Sullana con menos recurso pero mayor amor a su tierra parecen tener un interés creciente en develar ese pasado que se sugiere en las crónicas coloniales pero del que casi no hay estudios, y se están preguntando dónde podrían conseguir recursos para sacarlo todo a la luz, en la llamada segunda provincia más importante del departamento de Piura la actitud oficial parece ser destrozar ese pasado, desaparecerlo, borrarlo, no dejar una sola evidencia en pie o en registro.

No hay que ser psicólogo clínico –y en todo caso, dónde michi están los psicólogos clínicos de esta provincia- para entender que cuando uno quiere desaparecer algo es porque le estorba. ¿Para qué? Simple. La ley peruana dice que cuando en un lugar donde se proyecta una obra de cualquier tipo se topa uno con un resto probadamente arqueológico, la obra debe buscar otro lugar donde ejecutarse, o cancelarse en el peor de los casos, con el consiguiente esfuerzo de estudio y protección por parte de la entidad competente, el Ministerio de Cultura para ser más precisos.

Pero, si destrozas la evidencia, tu obra puede seguir adelante sin que nadie te diga nada. Sí, eso pasa en Sullana, y nadie parece tener la más remota intención de siquiera hacer un inventario (Dávila se ha cansado de decir que hay evidencia desde Tangarará y Sojo por el oeste hasta La Peña, Chalacalá y Somate por el noreste, incluyendo la propia área metropolitana de Sullana) que nos permita saber dónde no podemos hacer nada más que preservar, estudiar, poner en valor y darle otro tipo de uso como el turismo arqueológico, que, por hablar de un caso que casi todos y todas conocemos, es una de las mayores fuentes de ingreso para la economía del departamento de Lambayeque o la provincia de Trujillo, en La Libertad. Ya, para no ir tan lejos, acá nomás en Narihualá, distrito de Catacaos, provincia de Piura, o en Aypate, distrito y provincia de Ayabaca.

Frustra saber que vivo en una provincia donde si nuestras autoridades parecen cantar ésa de “no veo, no escucho, no hablo, soy de palo, soy de palo”, el resto de la ciudadanía parece haber convertido en nuevo himno ésa de “si no me acuerdo, no pasó”. Y en la medida en que destruyamos nuestro pasado, llegaremos a convertir en verdad la falacia de que nunca hubo pobladores que entre los siglos X a XV de nuestra era parecen haberse organizado en pequeños cacicazgos que aprovechaban las aguas del río Chira, entonces llamado Turicarami, y que solo parecieron confederarse para fines bélicos, como sucedió infructuosamente cuando Francisco Pizarro llegó al valle en 1532 poco antes de fundar San Miguel de Tangarará, quizás el 15 de agosto de ese año, y tomando como pretexto ciertas prácticas religiosas que escandalizarían a la campaña de las pancartas azules y rosadas, mandó a todos a la hoguera. Falta que usen este dato como pretexto para la depredación con anuencia oficial. No me extrañaría, la verdad.

Y si eso frustra, lo que sí molesta es que luego cínicamente mucha de esa gente se te acerca y te pregunta a bocajarro qué fue de esa campaña que hiciste para preservar zonas arqueológicas. Sí, eso es Sullana.

Creo que ante la inacción de las autoridades locales y los pocos recursos de la Oficina Desconcentrada de Cultura de Piura, esto lo tiene que saber el Ministerio de Cultura directamente en Lima, y tomar las acciones del caso, caiga quien caiga. Aquí no se trata de una cruzada romántica por exaltar tiempos pasados donde la vida parecía ser más fácil (no lo era), sino de ser consecuente con nuestro afán desmedido por mostrarle a todo el mundo que estamos progresando, incluyendo eso que fuimos en algún momento, mucho antes que los registros escritos aparecieran. Hasta que se tomen correctivos, Sullana será, tristemente, la provincia donde autoridades y población destrozaban sin asco alguno su pasado arqueológico. Una linda historia para contarle a la gente que se suba al bus turístico, ¿no?

nelson pc columnista

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