Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Me gustaría retomar una idea con la que concluí mi última columna, aludiendo al hecho de que una de las peores épocas de la Historia Universal fue la ocurrida entre 1933 y 1945, cuando Adolfo Hitler se aprovechó de la decepción en la que vivía sumida Alemania tras su derrota en la I Guerra Mundial, que le llevó a impulsar esa dictadura que llamamos nazismo, y en la que el valor básico era generar la unidad de un pueblo bajo criterios racistas disfrazados de orgullo y misticismo.
Para quienes todavía anden desubicados y desubicadas, les resumiré que Hitler y su élite impusieron al pueblo alemán la idea de que descendían de un tronco ario común, que nunca llegó a probarse científicamente, y que se traducía en el típico sujeto de piel blanca, cabello rubio, estampa impresionante, y quien solo podía reproducirse con sus similares. Los tonos más oscuros o la profesión de otras formas de creer, pensar, hablar, en fin cualquier diferencia o deficiencia, no solo debían ser despreciados sino eliminados.
Sobra recordar la persecución que el nazismo impulsó contra los y las diferentes y sus métodos de exterminio, graves violaciones contra los derechos humanos que buscaron ser extendidas a nivel global y que fueron una de las causas de la II Guerra Mundial (1939-1945).
Tras ese episodio, la humanidad fue entendiendo a golpes y porrazos -literal- que las diferencias solo son externas y no internas, que antes de separar mas bien complementan, que, por último, son solo diferencias pero nada de lo que haya que temer, despreciar o mucho menos exterminar.
A pesar de ello, la humanidad ha conservado rezagos que si bien se están señalando y combatiendo, aún cuesta trabajo extirpar y curar. Claro que hay grandes avances, pero aún tenemos publicidad y contenidos, ciertos patrones culturales, prejuicios, estereotipos o hasta aparentes bromas que solo nos refuerzan la idea de que mientras más blanqueemos todo, será mejor.
Puede que hasta sea un chiste paranóico, pero que levante la mano la mamá que carece de tolerancia cero a una mancha por más mínima que parezca. No es sexismo; es el patrón cultural en el que nos han educado por generaciones: "est inmaculatum", no hay de otra.
Claro que las mamás me podrían decir que la higiene es importante. sí, de acuerdo, pero cuando ya las lleva a un extremo psicótico, ya andamos en problemas. sigamos.
El afán de blanquear a la humanidad se vuelve en una amenaza factual cuando se vuelve una política de estado, generando las crueldades más atroces que nos podemos imaginar, como la cometida esta semana por el presidente estadounidense Donald Trump, quien tuvo la "ideota" de separar a más de dos mil 300 niños y niñas de sus padres y madres, con quienes migraron principalmente de América Central, huyendo de la pobreza y la violencia.
Es cierto que cada país tiene soberanía sobre sus normas de ingreso, y quien vaya de su país de origen a otro extraño debería tenerlas en cuenta, evaluarlas, y respetarlas si decide migrar. La discusión no va por ahí: la ilegalidad es la ilegalidad siempre y cuando se base en la justicia y la razón.
Ahora bien, ¿dónde estaba el criterio de justicia y razón en la forma cómo actuó Trump?
Claro que si crees que estaba en su derecho, bueno, es tu modo de pensar, pero, ¿y si fueras tú el afectado o la afectada?
Para quienes intentábamos entender la psicología, psicopatía mas bien, del mandatario estadounidense, y no encontrábamos una respuesta, se nos abrió la mente cuando alguien en las redes sociales nos recordó mediante una foto comparativa que Adolfo Hitler había tomado la misma decisión de separar a niños y niñas de sus padres y madres en 1942 por el simple hecho de practicar el judaísmo. Trump, aparentemente, lo hizo por el simple hecho de ser hispanos. Quizás... por no ser blancos y blancas.
Y no es el único atropello racista de Trump. Se enfrentó a los pueblos originarios de su país para tender el oleoducto Keystone XL, que pretendía intercambiar petróleo desde Alberta, en Canadá, hasta Nebraska, en los Estados Unidos.
el presidente despreció los pedidos del pueblo sioux en Dakota del Norte, respaldado por informes de los gobiernos estatales y organizaciones ambientales, que advertían daños contra la ecología y territorios de valor cultural. Cualquier parecido con la política peruana y latinoamericana no es pura coincidencia; es "la política".
Aunque, siendo justos, la presión de estos grupos congeló el proyecto en 2016. En el caso de los niños y las niñas puestos hasta en rejas, fue la presión internacional que puso la cara de vergüenza al pueblo estadounidense, porque lo que es su presidente -evidente víctima de una condición de salud mental- no se condolió en lo más mínimo a pesar que el jueves firmó una orden para revertir la situación.
Y ésa es la razón por la que debemos ver con mucho recelo las decisiones de Trump, las que podrían estar gozando del respaldo de la mitad de sus connacionales; pero, ¿y la otra mitad que no está de acuerdo?
El problema que yo veo es que ese mal ejemplo va a ser tomado por nuestros y nuestras gobernantes no para negociar decisiones con el pueblo sino para imponerlas. Y mientras más oscuro, lo que tengan que decir les importará un bledo. Y no importa si son de derecha, izquierda, centro, arriba o abajo, el abuso es abuso siempre.
Ah, otro detalle sobre la política migratoria de Trump: se ha conocido que en su país hay más de 600 mil migrantes europeos ilegales contra quienes el presidente no ha movido un dedo. ¡Y son migrantes ilegales! Activistas se preguntan si la actitud del mandatario tendría que ver con el color de la piel.
En lo personal, creo que el libro de cabecera del otrora estrella de la tele (a la que odia porque fue despedido por una cadena donde buena parte de los empleados son hispanos) es "mi lucha", que debe tener algún lugar secreto de culto a la svástica, y que quizás querría invertir una millonada en resucitar al doctor Joseph Mengele.
Y lo peor de todo, es que podría jurar que no es el único de su tipo tomando decisiones que nos afectan, o pretendiendo tomarlas en nombre de la preservación de los status-quo que maceran la violencia, el desprecio, la ignorancia, la insanía, la ausencia de empatía, el control del destino de todo el mundo. Y nuestra obligación es cortarle el camino mediante las herramientas que nos da la democracia, el raciocinio correcto, la integración y el sentido común. Darles cualquier concesión significará un error letal en contra nuestra.
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