ERP/Por: Nelson Peñaherrera Castillo. No voy a ahondar en lo que ya sabemos en líneas generales, quiero decir en que el presidente Pedro Pablo Kuczynski indultó humanitariamente al ex presidente Alberto Fujimori apenas 48 horas, o menos, de haber sido salvado por el Congreso, mas bien por Kenji Fujimori y nueve congresistas de su bancada, de una cantada vacancia. Y Feliz Navidad siendo felices los cuatro, si contamos a Keiko Fujimori.
Si hay fujimoristas leyendo esta columna que se sienten exultantes por la decisión, están en su derecho sentirlo. Éso es lo bueno de vivir en democracia: podemos expresar libremente lo que somos y sentimos sin temor a que se nos reprima, siempre que no quebrantemos el derecho ajeno, cosa que no sucedía entre 1992 y 2000 cuando realmente había que cuidarse frente a quién eras y decías lo que sentías, porque todo estaba sembrado de una red de espionaje, mezclada -reconozcámoslo- entre una eficiente comunidad de Inteligencia que sí nos dio victorias (la captura de Abimael, la desarticulación del MRTA tras la Crisis de Rehenes), pero que también cometió excesos por lo que se pidió al ex presidente Fujimori reconocer responsabilidad alguna, pedir perdón, expiar la culpa.
En fin, lo que este país necesitaba era actuar con justicia. Nada más, nada menos.
El problema aquí, aparte del perdón a Fujimori, es la forma cómo se ha dado en el terreno político, y cómo se habría dado aparentemente dentro del marco jurídico, puesto que hay denuncias de que el trámite tiene vicios, lo que se debe revisar, sancionar si cabe el caso y corregir para no meter la pata en el futuro.
Enfoquémonos en el aspecto político, y allí sí que el presidente Kuczynski ha pecado de una absoluta torpeza sin contar la ausencia de empatía no solo con las víctimas de Fujimori sino con toda la gente que votamos por él porque le estábamos encargando, precisamente, la salvaguarda del esquema democrático en oposición a un estilo que no lo fue. No es que Kuczynski fuera incapaz de hacernos el encargo,sino que ha sido negligente a todas luces, ya que, si realmente reconociera que las fregó, hubiera salido a dar la cara. No lo hizo de forma valiente y oportuna. Kuczynski ha perdido toda autoridad para seguir siendo presidente del Perú; por lo tanto, en cuidado de la institución de la Presidencia Constitucional de nuestra república, debería dar un paso al costado por un tema de honor propio y de respeto a nuestra dignidad como ciudadanía.
A pesar que estoy haciendo un gran esfuerzo para no perder la perspectiva y dejarme guiar por la indignación, sí tengo clara una cosa: mi desconfianza hacia la clase política (término que mi padre escucha con desagrado porque dice que las clases son una contradicción en cualquier esquema democrático), y se va a seguir multiplicando conforme se vayan destapando más verdades que nos van a sorprender, nos van a decepcionar o nos van a confirmar que nuestras sospechas no eran tan descabelladas después de todo.
¿Lamentarme? No. No es lo correcto. Desgraciadamente la traición y la mentira son dos antivalores que uno jamás debe ignorar cuando confía en un político o una política. No es prejuicio. Desafortunadamente, los ejemplos que tenemos son de una inconsecuencia suprema. Solo hagamos una lista de nombres y nos pasaremos horas de horas señalándoles por algo que no hicieron correctamente.
Tampoco quiero ponerme como medida ni reserva moral; pero al menos mis decisiones, correctas o desacertadas, no han llevado a todo un país o toda una comunidad al abismo, y, a pesar que fui criticado, he sabido renunciar cuando me di cuenta que mis capacidades no eran consonantes con los propósitos que perseguí o se me encargaron.
Entonces, con todo este entorno, ¿cuál debe ser mi actitud?
Nada, gente. Reforzar la confianza en mí mismo como una persona que tiene sus cosas buenas, no tan buenas y realmente malas, pero que tiene convicciones e ideales, que tiene un talento con el que se pone al servicio de su comunidad, que quiere trabajar hasta lograr el objetivo.
No. No estoy anunciando nada, así que respiren tranquilos candidazos, cierren la boca candidazas, porque aquí viene la mejor parte: no necesito de un partido, ni de una organización de tipo alguno, para conseguir todo éso. Me basto a mí mismo para lograrlo porque, aparte de todo lo anterior, tengo capacidad de afecto y sé que puedo generar confianza. Lo primero me servirá para ponerme en el lugar de la otra persona, para tratarla bien, con respeto, con sentido de acogida, con humanidad; lo segundo me permitirá asumir responsabilidades, las que, debidamente honradas, me permitirán encontrar, desarrollar y defender mis derechos.
Lo que me planteo es un nuevo tipo de ciudadanía que nazca desde dentro, no que necesite alguien que me dirija (sin que éso me degenere en anárquico), ni que obedezca a la coyuntura, sino que impulse una agenda y que ésta pueda someterse a consenso con otras agendas.
Lo que planteo es una ciudadanía que no nos haga buscar de inmediato las estructuras y los sistemas organizados, sino la construcción de comunidades de personas.
Creo que éso nos hará más fuertes, menos proclives a que alguien con una agenda subalterna nos quiera lesionar o borrar del mapa, a ser fuertes siendo humanidad, no masa, no padrón, no lista de integrantes.
Tampoco esperaré una fecha en especial para iniciarlo; lo haré aquí y ahora. Ya no hay tiempo que perder. Ya pasamos siglos haciendo el mismo duelo. Ahora nos toca salir del círculo del abuso político, y reconfigurar la política, porque la política no es mala ni buena. Se transforma en una fuerza evolutiva o genocida dependiendo de quién la ejerza.
Yo apuesto por mí, por mi libertad, por mi capacidad de servicio, por aquéllo que siempre soñé porque sé que es bueno para todos, todas y para mí.
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