ERP. En todos los tiempos hay seres humanos que cuestionan la época que les toca vivir, siempre hay inconformes que de ser considerados desviados sociales, finalmente terminan con un comportamiento aprobado, convirtiéndose no pocas veces en promotores de cambios en sus grupos sociales.
Por Miguel Arturo Seminario Ojeda
Director del Museo Electoral y de la Democracia del Jurado Nacional de Elecciones
Testimonios de esa realidad se registran en manuscritos e impresos que se pueden consultar en archivos públicos y privados. Leyendo El Comercio del 19 de noviembre de 1856, percibimos que un cuestionador de su tiempo señalaba:
“El gobierno del Perú es el gobierno más anómalo que se pueda imaginar. No es un gobierno fuerte, sostenido por un tirano, porque el país no produce esa clase de fieras con figura humana; no es un gobierno demócrata, porque tiene tratamientos y cierto aparato regio, más o menos ridículo; menos es un gobierno oligárquico, porque no hay aquí influencia de familias poderosas; más bien es un gobierno aristocrático militar, porque todo se hace a punta de bayonetas, y los soldados lo ocupan todo; pero, para decir la verdad, es un gobierno que no gobierna”.
Tratando de entender el porqué de la desazón, cuando don Ramón Castilla era Presidente Provisorio del Perú, después de haber jurado el mando dictatorialmente, desde el 5, hasta el 14 de julio de 1855, comprobamos que el cuestionamiento se hizo a partir de la realidad, y que Castilla se mantuvo en el cargo hasta octubre de 1858, cuando nuevamente fue elegido Presidente Constitucional, gobernando hasta 1862.
Esa era la realidad de país que apenas tenía un poco más de tres décadas de vida independiente, donde la ausencia de la real práctica de la democracia era una constante. Indudablemente en el Perú no había tiranos, y ni siquiera la existencia de caudillos lleva a presumir tiranías en esos momentos de incertidumbre para muchos connacionales.
La riqueza del guano y salitre asociadas a la burguesía, se asomaban en el país que no se industrializaba, y menos en la sierra que continuaba con las tierras en poder de gamonales con supervivencia de la mentalidad rentista y parasitaria llena de comportamientos feudales, hasta que en la costa semi industrializada , se generaron cambios unas décadas después.
Las revoluciones pusieron en el escenario de la historia peruana a figuras como Felipe Santiago Salaverry, por citar un caso de caudillismo, proclamado Jefe Supremo en febrero de 1835, hasta su trágica muerte por fusilamiento al año siguiente. Como otros caudillos, Salaverry había combatido en Junín y en Ayacucho, y en disconformidad con los gobernantes del momento, se alzó contra ellos, llegando a su final en Arequipa, el 18 de febrero de 1836.
En las caricaturas con las que Manuel Atanasio Fuentes ilustra los procesos electorales, las bayonetas no quedan fuera de los cuadros, evidenciando el uso y el abuso de la fuerza militar para imponer los propósitos de los gobernantes, al parecer no había confianza en los mecanismos persuasivos, y tampoco un don de mando carismático, ni un liderazgo total, que llevara a las mayorías a reconocer a un hombre que representara sus aspiraciones.
Quizá cuando se acuña la expresión: “es un gobierno que no gobierna”, no se quiso referir a la existencia de un gobernante manejable y direccionado, que era una figura de adorno en el Ejecutivo, no hay razones para especularlo. Es más probable que se refiriesen a la sociedad anómica de ese momento, donde todos querían mandar, y nadie quería obedecer, una sociedad donde las normas jurídicas eran simples postulados, y las normas sociales y éticas, no inspiraban totalmente el comportamiento social de los ciudadanos y no ciudadanos del Perú.
Es decir, el orden social no reflejaba el acatamiento al ordenamiento jurídico, individualmente se hacían planteamientos y se proponían soluciones frente a la problemática nacional, todos eran médicos y curadores de los males estatales, pero ninguno acertaba con las recetas más efectivas.