ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. Mi abuela materna fue dueña de una panadería en el Barrio Sur, ese barrio en el que las familias de la nueva Sullana de los años 20 y 30 poblaron frente a la escasez de terrenos en el centro de la ciudad, y al parecer se mostraban reacios pana ir a vivir en el hoy barrio de Buenos Aires.
Quizá fue que porque a través de la nueva avenida Santa Rosa y la calle Bolívar entraban los arrieros y viajeros que no se desplazaban en el ferrocarril, y algunas construcciones, como el camal, y la planta de agua potable estaban ubicadas en esa zona.
Cuando se acercaba la navidad, veía como salían del horno unos panetones de forma de mate al revés, ya que por debajo eran planos y circulares, y encima abombados en un corte que los hacía atractivos a la vista, el color amarillento no era de la mantequilla que se les ponía, sino de un cierto carmín de color amarillo, para uso de repostería, que se usaba en estas ocasiones.
El pueblo los consumía, no había todavía en grandes cantidades los panetones D’ onofrio, y de otras marcas que posteriormente inundarían el mercado, hasta desaparecer a los panetones hechos a mano. En 1966 mi abuela contrató a un panadero que apodaron “Chave chave”, porque al ver la destreza para trabajar los panetones en molde de papel, y al sentirse admirado, el respondía, “El que sabe sabe”, y algunos entendieron que decía “El que chave chave”.
Esos antiguos panetones, parecidos en su forma, aunque de mayor volumen, a las tortas de Las Lomas, eran de consumo popular, yo los veía en todas las casas, y gradualmente observé el cambio a medida que el D’ onofrio, Todinno y otros panes dulces inundaban el mercado nacional, hoy ya nadie, ni en el campo se consume a los antiguos panetones, he indagado por todos lados, y no he podido conseguir, los nuevos panes dulces de navidad se ofertan de muchas marcas y de toda clase de presentación.
Así era, a veces nos resultaba desesperante esperar hasta la media noche para tomar el chocolate y comer pavo con pastel de fuente y panetón, era la tradición piurana para esperar el 25 de diciembre, mientras muchos niños que no pudieron resistir, se habían dormido y despertaban con el regalo al costado de su cama.